Todo lo que él nunca sabrá

Treinta

Ya había terminado la jornada escolar.

Estábamos a la salida del colegio.

Estábamos en el típico negocio.

Estabas apoyado en la pared del negocio.

Yo te estaba abrazando.

Y de un momento a otro.

De un momento a otro te di un beso.

Solo un roce de labios.

Algo que durante meses estuve esperando.

Pero...

No me atreví a más, la vergüenza se apodero de mi y volví a abrazarte.

Cuando me separé de ti tenías una sonrisa en tu rostro.

Eso me hizo ponerme aún más nerviosa.

Comenzamos a caminar.

Me tomaste la mano.

Me miraste y me sonreíste.

Y así fue el camino hacia nuestras casas.

Abrazos.

Risas.

Dados de la mano.

Chistes.

Palabras al aire.

Silencio... Pero no de los silencios incomodos.

Como me encantaban esos silencios.

Cuando ninguno de los dos sabía que era lo que pasaba por la mente del otro, pero a la vez ambos sabíamos que estábamos pensando en nosotros.

Teniendo la fe de que esto funcionaría.

Teniendo la fe de que esto era el principio de algo hermoso.



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En el texto hay: historiacorta, mejoresamigos, historia real

Editado: 11.06.2018

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