Todo lo que nunca te dije

4

14 de octubre de 1944.

Han pasado cinco días desde que vi a Nina por última vez. El día después de lo sucedido en los probadores no vino a recogerme, como solía hacer todas las tardes; me pareció extraño, pero pensé que podría haber surgido un imprevisto.
El segundo día, me preocupé: como ya he mencionado antes, Nina y la Luna tienen mucho en común, ambas conservan una cara oculta que es imperceptible, y su vida después de cerrar las puertas de mi casa se escapa a mi control. Temía que le hubiese pasado algo.
El tercer día pensé que, quizá, me había equivocado y aquello que se creía cristalino en realidad era tan opaco como el mosaico de una iglesia: majestuoso, sí, pero apenas se percibe la luz. Quizá había sido una ilusión, una luz falsa y malinterpreté las señales, puede que nunca hubiese señales por las que empezar. Eso también me preocupaba.
Si resultaba ser cierto que todo era fruto de mi imaginación, ¿qué hice para cambiar el rumbo de mis pensamientos, ¿cuándo empezó esa transformación? ¿Era culpa de la televisión, de las modelos a medio vestir del taller que tenía mi padre para confeccionar su ropa? ¿Había ojeado demasiados catálogos para confundir admiración con atracción?
A riesgo de parecer drástica, he perdido toda esperanza de volver a estar con ella, no solo como algo que todavía no comprendo, sino como amiga; he perdido un escondite, una confidente y un alma gemela. A partir de aquí, estoy sola y cualquier persona que se presente en su lugar no será nada, solo la herida abierta que nunca cerraré y que es lo único que me queda de ella.
Esta noche mi padre celebra una fiesta de aniversario en las galerías, sé que Nina está invitada porque mi madre insistió, a pesar de que a Nina le parecen demasiado elitistas. No sé si aparecerá, pero no quiero arriesgarme: he fingido estar enferma durante la semana para justificar su ausencia y mi falta de salidas, Soledad ha estado pendiente de mí bajo las órdenes de mi madre con la esperanza de poder acudir a la celebración.
Si tengo que arrepentirme de mentir, no sería por decepcionar a mis padres, sino por preocupar a Soledad: ella es mi segunda madre.
Al principio era costurera en el taller, era una trabajadora muy apreciada porque era la única que nunca fallaba y entendía de verdad lo que significaba la calidad para mi padre. La conocí la primera vez que fui a las galerías, con diez años, y a pesar de que no puedo recordar con exactitud mi niñez si no vuelvo sobre las páginas de este diario, puedo relatar perfectamente como fue nuestro primer encuentro.
Me cuidaba cuando mi padre trabajaba y mi madre pasaba las mañanas fuera, ya fuese realizando recados o con amigas; incluso cuando me aburría en casa y resultaba demasiado insoportable para mi madre, ella siempre me escuchaba, me vigilaba y conseguía terminar sus pedidos a tiempo. Con el paso de los años, mi padre se percató de esa relación y decidió internarla en nuestra casa como sirvienta para estar conmigo cuando no había nadie en casa, aunque mi madre comenzase a asignarle más tareas que no le incumbían.
Sé que si le contase la verdad de por qué Nina no ha vuelto, lo entendería.
***
Al final, fingir que estaba enferma no resultó y tuve que asistir a la fiesta a pesar de todos mis esfuerzos para convencer a mi madre de que aún no me encontraba bien. Ante mi insistencia, le preguntó a Soledad y ésta, sin saber que fingía, le dijo que mi temperatura era estable y que no había visto más signo de malestar que un poco de apatía.
—Madre, se lo digo seriamente, no me encuentro bien.
—Soledad ha estado contigo toda la semana y afirma que te ve estable, quizá hayas cogido algo de frío con el cambio de temporada, pero nada que no puedas gestionar.
—No quiero que nadie más enferme.
—Valeria, cariño, no tienes nada de qué preocuparte. Seguro que está hablando la desidia de no haber podido salir en toda la semana con Nina; estará allí, se alegrará de verte y saber que te encuentras mejor.
—No creo que asista.
—¡Tonterías!, la invité personalmente, ¿no lo recuerdas? Y ahora deja de replicar, es una noche muy importante para tu padre.
En ese momento me percaté de que si hubiese estado enferma de verdad no hubiese importado, habría terminado vestida de gala, con cefaleas por el recogido tan tirante que Soledad me habría ayudado a realizar; para mi madre hay dos cosas a las que nunca debía faltar el respeto: la reputación y su persona.
Llegamos y era incapaz de no mirar por encima de mis hombros o girar sutilmente la cabeza en busca de una mujer con traje de caballero; no la encontré, al menos no en la entrada. Una vez dentro entendí la estupidez de mi ocurrencia: se camuflaría entre la multitud para no llamar la atención. Estaba buscando una aguja en un pajar.
Nina era astuta, demasiado para resultar una amenaza para los hombres y una insolencia para las mujeres, sabía que caminar por las calles con esa actitud no resultaba un gran problema más allá de las miradas furtivas; en cambio, asistir a un evento tan público de esa forma podría tener consecuencias.
Mi padre nos localizó enseguida, le acompañaba un joven aproximadamente de mi edad: era alto, esbelto, pero con una tez demasiado limpia para parecer un adulto, tenía mirada de niño y un par de pecas. Era adorable, el equivalente a un cachorro asustado.
—¡Valeria!, te ves magnífica.
—Gracias, padre.
—Y tú, querida… Estás espectacular. —dijo, dirigiéndose a mi madre.
—Todo es gracias a ti. —respondió ella.
Aquel joven se mantenía de pie, intentado rehuir la mirada cuando me volvía hacia él, pensando que no le veía mirarme.
—¿Dónde están mis modales? Valeria, te presento a Martín. Es una nueva contratación, trabaja en el departamento financiero.
—Un placer, Martín.
—El placer es mío, señorita.
Pretendía sonar seguro de sí mismo, pero pude escuchar el temblor de los nervios en su voz. Me pareció gracioso.
—¿Por qué no subís a la azotea a hablar? Aquí hay mucho ruido. —propuso mi padre.
—¡Qué gran idea! Y no te preocupes por Nina, le diré dónde estás si la veo. —dijo mi madre.
Creí sentir al corazón moverse, sufrí un pequeño vértigo de la carga eléctrica que supuso escuchar su nombre. Mis padres se alejaron y Martín se acercó muy prudentemente.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, no se preocupe. Me abruman los lugares tan concurridos. —mentí.
—Yo no soporto las alturas.
Me reí, las intenciones de subir a la azotea se disiparon y lo agradecí, estaba en un limbo de indecisión: quería alejarme de aquel lugar para sumirme en el luto, pero al mismo tiempo, no podía evitar estar atenta en caso de atisbar una mínima parte de su silueta.
—Su padre ha mencionado que le interesa la cultura.
—Me apasiona el cine y el teatro. También leo si se me presenta la oportunidad.
—Prefiero a una mujer culta que ama de casa, compartir aficiones es el mejor medidor de compatibilidad, ¿no cree?
—Estoy de acuerdo.
—Quizá, un día que usted se encuentra disponible, podríamos ir a algún espectáculo.
—Por supuesto.
Sonreí lo mejor que pude para parecer sincera, sabía que el encuentro con Martín no era casualidad.
—Si le soy sincero, no entiendo qué hago aquí.
—¿A qué se refiere?
—Su padre me invitó esta mañana, llevo trabajando aquí desde principios de semana, soy un novato.
—Mi padre aprecia a la gente que realiza bien su trabajo, tómeselo como un cumplido.
Martín intentó disimular su entusiasmo, parecía un joven muy leal; me disgustaba saber que nunca le correspondería.
—¡Valeria!
Me giré para comprobar quién me llamaba: era mi madre con Nina del brazo. Fue como un golpe seco en los pulmones.
—Pensaba que ibais a subir a la azotea.
—Eso ha sido mi culpa, señora. No tolero muy bien las alturas.
Mi madre se río de Martín como si su gracia hubiese sido la más encantadora que jamás había tenido el honor de presenciar. Había resultado demasiado forzado, Nina y yo lo sabíamos, pero Martín creyó que fue una reacción genuina.
—¿Qué le parece si me acompaña? Nina y Valeria tienen que ponerse al día.
—Será un honor.
Ambos se alejaron y nos dejaron a solas. Por un momento pensé que todos se habían ido y solo quedábamos nosotras. Intenté contener las ganas de abrazarla, comencé a temblar en su lugar.
—Cuánto tiempo sin verte. —intenté sonar dolida y cortante, por primera vez me alegraba estar en un lugar oscuro. No pude ver con claridad como lucía, fue lo que evitó que cayese a sus pies.
—No creo que sea el mejor momento para discutir sobre eso. —a ella se le daba mucho mejor que a mí mantener la compostura, parecía tan fría e insensible que llegué a pensar que no estaba actuando.
—Nos vemos en la azotea en cinco minutos.
Me alejé, camino al ascensor, intenté no mirarle a los ojos; las luces eran tenues, pero no confiaba en me traicionasen e iluminasen alguna parte de ella.
Fueron los cinco minutos más largos de mi vida, tuve la impresión de que ya habían pasado y Nina había decidido no aparecer; no había mejor respuesta que la ignorancia.
Me acerqué a la cornisa un par de veces, lo pequeño que se veía el mundo desde ahí arriba, siempre me fascinaba lo simple y voluble que parecía todo desde los sitios más altos; ahora me imaginaba la calle como un escenario de marionetas en el que apresar a cualquier persona que me hiciese sentir mal por lo que estaba haciendo.
También pensé en lanzarme al vacío, no porque quisiera morir, quería saber si era cierta la teoría de que rememoras los mejores momentos con el amor de tu vida.
La puerta se abrió y me asusté, todo lo que podía escuchar en la azotea era el murmullo de la gente riendo y hablando a través de las ventanas. Sentí unos tacones caminar hacia mí, me giré lo más tranquila que pude a pesar de estar paralizada. Deseaba que no fuese otra mujer, o mi madre buscándome.
—¿Y bien?
Era Nina. Llevaba un vestido negro largo y liso, de manga corta y un par de guantes. Llevaba el pelo suelto y echado a un lado, más rizado de lo habitual, un maquillaje más pronunciado en los ojos y los labios; tenía razón en mis suposiciones: iba vestida como cualquier mujer deseaba y, aun así, seguía siendo ella.
— Y bien? ¿Eso es todo lo que se te ocurre?
Intenté que aquella imagen no me distrajese de cómo me sentía en realidad: completamente derruida.
—No lo entiendes, Valeria.
—No, no lo entiendo. Llevo esperando toda la semana y no has aparecido.
—Necesitaba tiempo.
—Podrías haberme avisado, podrías haber dejado una nota en el buzón.
—¿Por qué no estás asustada?
Esa era la pregunta que llevaba haciéndome toda la semana.
—Porque sé que tú no lo estás.
—Esto no te conviene.
Tenía las respuestas preparadas, como si hubiese memorizado un papel. No me había mirado ni una sola vez.
—Te creeré cuando me mires a la cara.
—No puedo permitir que sigamos siendo amigas.
—¿Y por qué has venido aquí esta noche?
—No quería ser descortés con tu madre.
Apretaba tanto los puños que me clavaba las uñas en las palmas de las manos, quería que reaccionase de algún modo, que me gritara, que se abalanzase sobre mí para no soltarme nunca. Quería cualquier cosa menos la indiferencia.
—Eres una cobarde.
—Es mejor así.
—Mírame y dime que no quieres verme más.
Pude ver como se le tensaba la mandíbula.
—¡Mírame!
Alcé la voz más de lo que estaba acostumbrada porque Nina se sobresaltó, me acerqué a ella, le levanté la cara y obligué a que me clavase la mirada.
—Dime que no sientes nada, que lo de aquel día fue un error y me iré.
Podía escuchar de fondo el comienzo del discurso de mi padre: “sé qué vivimos momentos complicados, la economía se ha hundido y eso ha resultado en muchos despidos de perfiles imprescindibles y llenos de talento…”
—No podría perdonármelo si te sucediese algo.
Toda la dureza se desvaneció, solo quedaba un hilo de voz, la demostración de que significaba algo.
—Eso no importa.
—Valeria, estoy hablando en serio. Somos un objetivo fácil, muchos de nosotros acabamos exiliados, internados o prisioneros.
—Me arriesgaré.
Nos besamos, agotadas de poner tanta resistencia. Lloramos como una liberación del estrés y las ganas reprimidas de que aquello volviese a ocurrir, sabíamos que ese momento sería el último en el que estaríamos solas, creo que por eso nos apretábamos tanto, hasta que la cara y el pecho dolían.
Toda la ciudad estaba en silencio, solo se escuchaba el eco del discurso: “… por eso respeto a todos los que se han quedado incluso cuando no debían, los que han trasnochado, los que han buscado soluciones cuando no existían. Me siento muy afortunado por haber logrado formar una gran familia a lo largo de tantos años. Saldremos adelante”.
Saldremos adelante.



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En el texto hay: lesbian, amor lgbt, lgbt+

Editado: 19.10.2024

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