Actualidad, Seattle...
Reviso tres veces el contrato, punto por punto, y me parece simplemente estúpido. Nadie bien de la cabeza le dará a esta mujer la cantidad de dinero que pide. Su demanda inicial es de 80 mil dólares, y eso solo por daños emocionales. No pienso desperdiciar mi tiempo con un caso tan aburrido.
Quiero algo emocionante.
—Anne, ven un momento, por favor.—le pido a mi secretaria a través del teléfono.
Exactamente cuatro segundos después la tengo frente a mi escritorio.
—Dígame, señorita.
La chica delgada de metro sesenta, cabello negro azabache y ojos color miel me mira a través de sus gafas, preparada para anotar en su agenda electrónica cualquier orden o recado que deba entregar.
—Quiero que le avises a la señora Breeze que no podré tomar su caso. Y dime, ¿tengo alguna otra cita hoy?
—Así es, señorita, con el señor Cross.
—Ese hombre debe estar desesperado por separarse de su mujer, su secretaria lleva un mes acosándome por teléfono.—digo con fastidio.—Terminemos con esto de una vez. Concreta una cita con ese señor y librémonos de este caso lo antes posible.
—Como usted diga.
Abandona mi oficina con paso seguro y se dirige a su escritorio. La veo sentarse y ponerse a trabajar en lo que acabo de pedirle. Tan eficiente como de costumbre.
Me recuerda un poco a mí misma.
A ella no le falta un tornillo.
Mejor calla, conciencia.
Me pongo a trabajar, con la versión instrumental de «All Of Me» de John Legend sonando bajito en mi iPod. ¿Que puedo decir? Me concentro mejor con música. Cierro tres divorcios en las próximas cuatro horas —todos de mutuo acuerdo— que aunque parezca que no, hace mucho más fácil el papeleo.
A eso de las once y media, habiendo terminado con todos los casos pendientes que tenía para hoy, mis puertas se abren abruptamente, dando paso a mi pequeña sobrina Blaire, que entra corriendo como un torbellino.
—¡Tía!—grita justo antes de saltar a mi silla y caer a mis brazos.
—¡Pequeña!—lleno su cara de besos, abrazándola fuerte contra mí.-¿Cómo está la niña más traviesa del mundo?
—Más traviesa que la última vez que te visitamos.—dice mi hermana.
Le dedico una sonrisa a la esbelta mujer que entra en mi oficina.
—Eso fue hace dos días.—me río y miro a Blaire jugando con mi cabello.—¿Alguien aquí se está portando mal?
Ella me mira y niega con la cabeza, sus largos mechones de cabello vuelan por los aires. Beso su frente, disfrutando de la cercanía.
A pesar de que Blaire sea solo mi sobrina, en mi corazón es como si fuera mi hija.
—Hay que portarse bien.—en cuanto las palabras salen de mi boca Blaire entierra su cabecita en el hueco de mi cuello.—Soy demasiado débil contigo.—le digo mientras intenta hacerme cosquillas.—Espero que tú le pongas mano dura, porque yo no puedo decirle que no a esta cosita traviesa.
Le digo a Jessie, mi hermana, intentando no soltar una carcajada por las cosquillas que me está haciendo Blaire.
Ella nos mira con una gran sonrisa, sé que le encanta que Blaire y yo seamos tan unidas.
—Vinimos a buscarte para ir a almorzar.—me informa mi hermana.—Y no puedes decir que no.—advierte antes de que abra la boca.
Cuanto te conoce, ¿eh?
—Por supuesto que iré. Aunque, —miro el reloj y compruebo.— aún no es la hora del almuerzo.
—Pero si eres la jefa.
—Pues por eso, hay que predicar con el ejemplo.
—Muy graciosa. Anda, vámonos antes de que cambies de opinión.
Blaire se baja de mi regazo y yo organizo mi escritorio, dejándolo impecable. Una vez tomo mi bolso, Osito Blaire me tiende su regordeta manita. La cojo y mi hermana coge la otra. Así nos marchamos de la oficina.
∞∞∞
—Esto está delicioso.—digo entre bocado y bocado de mi spaghetti con extra de queso y salsa de tomate.
—Para ti, todo lo que esté dentro del concepto «comida italiana», está delicioso.—me recuerda Jessie.
—Es que tengo buen gusto.—me encojo de hombros y sonrío con seguridad.—Aunque son demasiadas calorías, la verdad.
—¿Pero de qué te quejas? Si estás divina.
—Jessie, dentro de un mes nos vamos de vacaciones, y tengo que tener todas mis curvas en su lugar.
Ella se ríe y niega divertida.
—Estás loca.
—Creía que eso estaba claro.
—Mami, ¿yo puedo tener curvas?—pregunta Blaire con su aguda vocesita.
—Cuando crezcas tendrás.—responde Jessie
—No las quieras tanto, Osito Blaire, que yo tengo más de las que querría y es un dolor de cabeza no poder engordar.—bromeo.
Blaire me escucha con atención, como si de verdad entendiera el significado de mis palabras.
—Eso lo dices porque fuiste tú quien heredó los genes latinos de la familia.—me reprocha Jessie, luego hace puchero con sus carnosos labios.
Para cualquiera que nos mire desde fuera Jessie y yo difícilmente estamos emparentadas por algún lado.
Es cierto que ambas somos pelirrojas, pero fuera de eso no nos parecemos en nada más. Ella es alta y esbelta, con ojos azules y su constitución corporal viene de nuestra familia paterna, europeos altos y delgados.
Yo por mi parte soy más baja que ella, de ojos color miel y con muchas más curvas. Resumiendo, la genética hizo lo que le dio la gana con nosotras.
—Tonta, ¿de qué te quejas? Si tú heredaste la elegancia y el buen porte de mamá. A mí solo me tocaron un montón de curvas y el mal genio del abuelo—digo y Jessie se ríe, sabe de lo que hablo.
Y tanto. Ella misma ha sido testigo de todos mis arranques de ira, mis depresiones, mis momentos realmente horribles...
Digamos que mi personalidad no ha sido la más estable emocionalmente hablando. Solo basta con echar la vista atrás a mi tormentosa adolescencia.
«—¡Dije que no quería ver a nadie!—grité desgarrándome la garganta.
Estaba encerrada en mi habitación, deseando desaparecer de la faz de la Tierra.