Todo por no perderme

Capítulo 2

—Te felicito, Margot, eso fue estupendo —me felicitó el director del comercial de la compañía de ropa.

—Gracias —respondí sin muchos ánimos, algo que nadie notó, como siempre.

Al terminar me dirigí al camerino a cambiarme para irme de ahí, y como en cada grabación, mi madre vino conmigo.

—Bien, Margot, estuviste bien, ahora hay que buscar otro casting, un comercial ya no, ya hiciste bastantes, ahora uno de… ¿actriz?... para una revista tal vez…

—Detente mamá, ya no quiero hacer ningún casting, estoy cansada, quiero relajarme un tiempo.

—No, Margot, no tienes tiempo de descansar, tienes que seguir ganando dinero —afirmó enojada.

—¡Tú sólo piensas en dinero! ¿Pero dónde quedo yo? Tengo derecho a decidir también por mí. Ya soy mayor de edad, puedo decidir qué es lo quiero hacer y eso es dejar todo esto a un lado y tomarme un tiempo.

—¡No mientras sigas viviendo en la misma casa que nosotros!

—¡Entonces me voy de la casa!

Se rio amargamente.

—Tú no puedes irte, no te saldrás de esto tan fácil.

—¿Quieres ver que sí? —Nos miramos a los ojos y ninguna estaba dispuesta a retirarla, si no fuera porque tocaron la puerta que nos hizo desistir de nuestra pequeña batalla de miradas.

Los días pasaron, los castings fueron y vinieron, algunos los conseguí y nos hicieron ganar dinero, pero otros no, y eso enojaba demasiado a mamá. En cierta parte sabía que no era tanto mi culpa, pero siempre salía enojada y reclamando el por qué me habían rechazado, yo, en cambio, agradecía en mi interior.

Lo peor de todo es cuando también me hacían entrevistas, mi madre siempre debía de estar conmigo, era horrible. Las respuestas estaban condicionadas, mi madre exigía saber cuáles serían las preguntas, sino la entrevista no se hacía, y me decía qué es lo que tenía que contestar, obviamente, siempre con el afán de hacer quedar bien a mi familia y hacerle creer a todo el mundo que yo era muy feliz y que me encantaba lo que hago y no sé cuánta mentira más.

Ya no había día en el que no discutiera con mi madre.

Mi casa no era un hogar.

Era un tormento.

Mi habitación era mi refugio, era el único lugar donde podía leer con comodidad y tranquilidad.

—¿Margot? —Escuché a mi padre tocar la puerta.

—Adelante. —Dejé el libro en la mesa de noche y mi padre entró a la recámara y se sentó en la orilla de la cama.

Desde que era pequeña, siempre había visto a mi padre como un galán de película. Me parecía un hombre apuesto y lo que más me gustaba de él son sus ojos, castaños, de esos que bajo el sol llegan a verse muy claros. Yo soy muy parecida a él, en todo, en lo físico y en la personalidad, por eso es el único de mi familia que me daba su apoyo incondicional.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

—Sé que nunca te ha gustado seguir las reglas de tu madre.

—No te preocupes, no puedo hacer nada al respecto.

—Siento que todo esto es mi culpa.

—Papá, no digas eso, claro que no.

Me miró triste. Últimamente se vía diferente, ya no era la misma energía, su misma sonrisa, podría decirse que se ve… gris, su personalidad se desvanecía.

—De verdad me gustaría hacer algo, pero no puedo, perdóname, hija —me tomó de las manos.

—¿Lo dices por mamá?

—Es más que ella, pero también en parte, de verdad me duele ver cómo te trata, sé que tú te mereces a unos mejores padres.

—Tú eres el mejor padre, no sabes lo bien que me haces.

—Quiero que sepas que me siento muy impotente por no seguir trabajando.

—Mamá me dijo que estabas enfermo, pero pensé que sería cuestión de días —dije sin comprender.

—Quiero pensar que muy pronto estaré mejor, y créeme que de verdad agradezco el esfuerzo que haces, pero si quieres irte de la casa puedo comprenderlo, cualquier lugar sería mejor que esto.

—Sí quisiera irme, pero no quiero alejarme de ti. Te prometo que yo nunca te dejaré solo.

—Aunque yo me vaya, recuerda que siempre voy a estar contigo, aunque no puedas verme, siempre cuidaré de ti.

Me sonrío con ojos entristecidos y me abrazó. No comprendí lo que quiso decir, pero no dije nada.

Pasaron los días, las semanas, los meses. Todo seguía igual. Mamá me permitió seguir con mis estudios con la condición de que mi trabajo seguiría siendo mi prioridad. Llegué a faltar hasta a exámenes finales con tal de no dejar de asistir a esos concursos y comerciales. Parecía ser que los mismos directores de los proyectos se olvidaban de que era una niña que iba a la escuela y se les ocurría citarme a la hora que se les daba la gana, y mamá prefería llevarme a esas cosas que a la escuela.

—¡Apúrate, Margot! ¡Llegaremos tarde a la audición! —gritó desde el primer piso.

—¡Ya voy! —respondí desde mi habitación. Suspiré viéndome al espejo.




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