Todo se cura, hasta el corazón

I

SIRIANA

—¡Siriana, levantate o voy y te tiro agua!

 

—¡Dejame, quiero seguir durmiendo! —le grito a mi mamá desde mi cuarto.

 

—Hoy no vas a faltar, ¡levantate ya!

 

Con pesades intento abrir mis ojos, pero no puedo por el sueño que tengo. Ayer me quedé hasta tarde terminando una tarea que me dejó el profesor de literatura. Decí que hoy no me toca trabajar, porque sino estaría muerta. Froto mis bellos ojos y me fijo la hora en mi celular. Son doce y cuarto, vuelvo a dejar mi celular con tranquilidad en la mesita de noche y cierro mis ojos nuevamente, sin embargo los abro de golpe.

 

—Ay, no —me quejo—, ay, no.

 

—¡Te dije que te levantaras! —grita mi mamá entrando a mi cuarto. En su mano lleva una jarra con agua. ¿Me iba a tirar agua de verdad?— Ah, ya te levantaste.

 

Ella se me queda viendo y yo a la jarra de agua. Estamos tildadas por un rato hasta que me percato de que los minutos siguen avanzando. Me pongo el uniforme y la mochila, saludo a mi mamá y cuando estoy saliendo de mi casa, escucho que me grita algo pero ya no tengo tiempo de saber qué quiere. Gracias a Dios que el colectivo pasa rápido; me subo y por desgracia no hay asientos.

 

Al llegar, bajo del cole y corro hacia la escuela. La secretaria me dice de todo por entrar tarde y de ahí voy lo más rápido que pudo al salón. Mi estado físico es un asco, intento respirar y recuperar un poco el aliento. Me estoy muriendo. Toco la puerta y el profe abre con mala cara, ya está acostumbrado a mis tardanzas. Entro con la cabeza gacha y como siempre, me disculpo por llegar tarde. Escucho unas risitas en el fondo, son los mismos tontos de siempre; Julián, Virginia y su grupo de amigos.

 

Camino hasta mi asiento, que es mismo de siempre, y me siento al lado de Zaida. La saludo con un beso en la mejilla. Ella me mira de arriba para abajo.

 

—¿Qué te pasó? —pregunta mi colorada amiga.

 

Tiro mi cabeza sobre la mesa.

 

—Me quedé dormida y mi mamá casi me tira agua para despertarme.

 

—Con razón, igual, ¿tan dormida estabas, que no te diste cuenta que llevás la pollera al revés?

 

Abro mis ojos de par en par y bajo mi vista hacia mis piernas; sí, tengo la pollera al revés. ¿Será eso lo que me gritó mi mamá?

 

Levanto la mano cortando al profesor que estaba explicando algo sobre una x.

 

—¿Qué? —pregunta fastidiado.

 

—¿Puedo ir al baño?

 

Suelta el aire molesto.

 

—No.

 

—Pero...

 

No me deja terminar de hablar porque dice:

 

—No y punto.

 

Pongo mala cara al ver que el profe no va a cambiar de opinión. Me odia este hombre, yo que soy una santa y hago todo bien sus ejercicios; bueno, eso no es cierto, no entiendo nada de esta materia y me va mal.

 

××♡××

 

Suena el timbre y tan rápido como puedo, salgo corriendo a los baños. Generalmente se llena el baño con todas las chicas de primer año, que hablan y se maquillan, se la pasan todo el recreo ahí metidas. Llego y me meto en el primer cubículo, veo mi pollera y de solo hacerlo me da vergüenza; fui en colectivo con estas pintas. Vergüenza ajena doy. Acomodo mi pollera y la pongo como se debe.

 

Salgo del baño ya un poco mejor vestida y veo que llega Zai con comida en la mano.

 

—Che, no sabés, escuché de una chica de segundo que hay alumnos nuevos —dice con emoción.

 

—¿De verdad? —pregunto sorprendida.

 

—Sí, te digo la verdad —contesta con una sonrisa en sus labios—. ¿Vamos a ver quiénes son? Puede que algún chico lindo venga.

 

Me río de lo que dijo y mientras caminamos hacia la dirección, ella comenta:

 

—Creo que un chico es de Estados Unidos, o eso escuché que dijo la chica.

 

—¿De Estados Unidos? —pregunto sorprendida— Bueno, aunque no sé qué me sorprende, si acá ya hay chicos de varios países.

 

—Sí, pero nadie de Estados Unidos.

 

Estamos llegando a la dirección cuando vemos que un chico rubio entra junto con dos adultos y cierran la puerta tras ellos.

 

—Mirá, ahí está la otra chica que viene de Córdoba —informa Zai.

 

—Ah, no viene de muy lejos.

 

—Sí, la verdad es que da igual, no va a ser compañera nuestra.

 

—Se nota porque se la ve chiquita —contesto—, ¿nos acercamos? —pregunto. Aunque en realidad espero que me diga que no, y nos vayamos a comer algo.

 

—No, disfrutemos de lo que queda del recreo —Qué bueno que me dijo que no—. ¿Nos sentamos en el sol?

 

Asiento y cuando me giro, siento que algo me choca y me tira al piso. ¿Qué pepinos pasó? Abro los ojos —que cerré por el choque— y una chica se encuentra tirada en el suelo al igual que yo.

 

—Perdón, no te vi, es que no tengo los lentes y de lejos no veo nada, perdón —escucho que dice.

 

No voy a negar que estoy enojada y quiero gritarle un par de cositas.

 

—Tenés que tener más cuidado, no sé por qué corren por los pasillos de la escuela, ya son grandes —dice Zaida con un tono de enojo.

 

—Bueno, se disculpó —dice una chica rubia. Si no me equivoco, la vi a ésta chica muchas veces arriba de árboles sacando fotos a las personas de la escuela. Un poco turbia la muchacha.

 

—Sí, ya está, no importa —hablo yo por primera vez después del choque. No da para pelearnos así que extiendo mi mano hacia Zaida para que me ayude a levantarme.

 

Sin decir más nada, con mi mejor amiga, nos vamos al sol.

 



#33420 en Novela romántica

En el texto hay: amor, dios, cristiana

Editado: 13.11.2020

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