DESTINO VIETNAM. PRIMERA ETAPA
I
Juan está en un barco militar en mitad del océano Índico. Es un destructor de la flota de los Estados Unidos que cubre una de las etapas del viaje hacia Tourane. Queda poco para Navidad.
Le han asignado a un tutor. El hombre es de ascendencia holandesa y domina varios dialectos de chino. Se llama John, como él. John Dekker. Le acompaña también Ronald, que será el que se encargue del buen fin de la operación hasta que Juan se instale en México.
Desde que zarparon Juan se pasa unas cuantas horas tumbado en una camilla, pues le van a llenar el brazo derecho de tatuajes. En la cabina hace siempre un calor infernal, pero su todavía magullado cuerpo agradece pasar tantas horas tumbado.
Cuando no está con los tatuajes, Ronald le va instruyendo en todo lo relativo a su nueva vida en México. Juan vivirá en Campeche, en la península del Yucatán. Ronald tiene incluso fotos de la casa colonial en la que vivirá con su nueva esposa. Por supuesto que Juan no está obligado a hacer vida marital con la mujer que elija entre las cincuenta fichas que lleva Ronald, pero se toma el cuidado de elegir con parsimonia. Ronald le ha dejado bien claro que podrán divorciarse tras dos años de convivencia para no levantar ningún tipo de sospechas.
Ronald, en verdad, es un hombre bastante seco y meticuloso. Está lejos de mantener una actitud visiblemente positiva hacia Juan. John, sin embargo, es un personaje entrañable, siempre dispuesto a sonreír y a meterse con él.
–Juan sin nombre, ¿ya has elegido apellido, o te lo vamos a dar todo hecho?
–Eres muy gracioso, John. Muy gracioso. Creo que me voy a poner Chamorro. El Juan me lo quedo porque somos muchos.
–Bien, Juan Chamorro. Quiero la decisión definitiva mañana sin demora. Tenemos que comenzar los ejercicios de condicionamiento ya. ¡No lo olvides!
–Lo que tú digas, tocayo. De momento podemos seguir repasando la cuestión profesional. Dices que voy a ser comerciante de oro… Yo no sabría por dónde empezar.
–Para eso estamos nosotros, Juan. Para eso estoy yo. Este viaje va a suponer tu primer contacto con la profesión. No es casualidad que nos dirijamos al punto más caliente del planeta en este momento. La guerra de Indochina solo tiene esa razón de ser. No es una disputa política, o no del todo. La razón mayúscula de esta intervención tiene que ver con el oro. Como en casi todas las guerras.
Juan mira hacia el horizonte, pensativo.
–¿Y qué vamos a encontrarnos allí?
–A los supuestos dueños de esta parte del mundo, Juan. Demostrando toda la crueldad de la que el hombre es capaz.
II
El viejo mago se viste un pesado abrigo gris. Se pone un sombrero, agarra su maletín y su paraguas y baja hacia el coche que lo está esperando. Le dirige media sonrisa al chófer y parten hacia palacio. Va mirando por la ventanilla a través de las gotas de la pesada lluvia que está cayendo sobre la capital de Támesis. Piensa en lo que va a decir.
No alberga ningún tipo de duda. Él sabe que, por fin, ha llegado el momento de salir de Londres. Sabe también que este viaje será el último que haga en calidad de pacificador, pues el abandonar la ciudad va a hacerle perder el vínculo para siempre.
El mago recibió el vínculo bajo el estruendo de las bombas alemanas, durante los ataques nocturnos de Hitler a la ciudad. El vínculo le convirtió en lo que es, y él es un mago de Londres. Todo su poder está íntimamente ligado a la ciudad, a su historia, a su cultura, a sus muertos. Por eso nunca había salido de allí.
En cuanto suba al avión que aguarda para llevarle al otro lado del mundo, el vínculo comenzará a disiparse y –tras tres lunas llenas– otro mago recibirá el vínculo. Así es como ha sido siempre, así es como debe ser.
Está tranquilo. Sabe que ha cumplido adecuadamente su propósito. Él es impasible a las emociones, aunque la curiosidad le produce un cierto cosquilleo.
El coche se detiene en el patio principal del palacio de Buckingham. La reina y su consorte le esperan a desayunar. Los tres ya se conocen desde hace mucho tiempo. No es de extrañar que el duque de Edimburgo le reciba con un caluroso y nada protocolario abrazo. Ella le tiende la mano, dedicándole una amplia sonrisa.
–Maestro Duprey, siempre es un gusto verle. Del consejo de los siete sabios de Inglaterra, es usted, sin duda, el miembro más ilustre, y el más veterano.
–Gracias, majestad. Este anciano ha perdido ya todo atisbo de vanidad. Siempre es agradable para mí venir a palacio. En estos tiempos urgentes y misteriosos reconforta comprobar que todo sigue en su sitio.
Los tres pasan a la mesa y les sirven un tradicional desayuno inglés. Intercambian conversaciones banales hasta que el ayuda de cámara cierra las puertas del salón. En cuanto se quedan solos, la reina toma la palabra:
–El vínculo está presente, caballeros.
–El vínculo está con nosotros, mi señora –contesta, solemne, Gerard Duprey– y todo parece indicar que vienen tormentas por el horizonte que yo no estaré más en condiciones de enfrentar. Estoy dispuesto a ofrecer, al mundo y a Inglaterra, un digno canto del cisne.