Ignorando toda advertencia de mi subconsciente, al día siguiente me detuve en el mismo sitio. No había nadie a la vista; ni en las calles ni dentro del abandonado parque. Mire a lo largo de la cerca que bordeaba el lugar y encontré una brecha por la cual pude colarme sin problemas.
La maleza me llegaba hasta los muslos y las enredaderas trepaban por el entramado de la cerca haciendo que desde afuera hacia dentro no se pudiera ver casi nada.
Observe hacia el enorme sauce, casi segura de que al llegar hasta él lo encontraría detrás del grueso tronco, oculto de mí, pero no lo encontré allí.
Mire en todas direcciones en busca de una pista pero no había nada, solo una densa penumbra que hacia helar la sangre.
—Eres testaruda —la voz sobre mi me hizo dar un traspié.
Sentado en una rama estaba él. Con su misma ropa y su cara oculta.
—Yo… no quería irrumpir —contesté alejándome un poco.
El se dejo caer de la rama quedando de pie frente a mí a escasos dos metros de distancia.
—¿No te doy miedo? —su pregunta parecía una broma pero estaba claro que para él no lo era.
—¿Por qué tendría que estar asustada? —pregunte con el corazón latiéndome a prisa.
—Porque quienes logran verme, salen huyendo. A nadie le gusta ver a quienes no estamos con vida.
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Editado: 25.01.2019