Toma mi alma

XXIII

El martes de nuevo fui hasta donde él pasaba sus días. Aunque no había encontrado información nueva sentí la necesidad de hablar con él. Nuevamente usaba la capucha aunque esta vez levanta el rostro al hablarme y podía verle de la punta de la nariz hacia abajo.
El día siguiente, y el siguiente a ese también me quedé al salir de clases. Se estaba asiendo casi una rutina y con el pasar del tiempo aquella sensación de tristeza y dolor que siempre llenaba el lugar se fue disipando y en su lugar una sensación cálida y agradable fue cobrando fuerza.
Esa semana llegue cada día. El fin de semana me pareció eterno, pero al llegar el lunes nuevamente pude estar con él de nuevo.
A pesar de que no me contaba mucho por no tener memoria, hablábamos de temas en general y era muy agradable. No me importaba mucho si alguien notaba mi presencia en aquel lugar, pero siempre era discreta con respecto a no llamar mucho la atención.
—Tengo que irme ya —le dije cuando el reloj de mi muñeca marcaba las tres en punto. Era miércoles y para el día siguiente debía exponer un tema de Historia con una nota alta, así que debía prepararme
—Claro, hasta pronto —dijo él desde la rama en la que se hallaba sentada.
—Hasta mañana —respondí yo con una sonrisa tonta, tomando las correas de mi mochila.
Salí de la sombra que me proporcionaba el sauce y me escape por entre la brecha. Pero al dar un par de pasos me sobresalte al oír una voz de anciana que provenía del otro lado de la calle.
—Veo que no has seguido mi advertencia —dijo aquella mujer desde la mecedora en el balcón.
Era ella de nuevo.
Como no había nadie cerca, cruce la calle sin quitar la vista de ella por temor a que desaparecerá como la otra vez. Al llegar al otro lado le respondí.
—La vez anterior se ha esfumado, no me ha explicado que eran esos asuntos que no nos incumben a los vivos. No he entendido.
Ella me miraba sin decir ni una palabra.
—Si no va a contestarme, entonces me iré.
Y con un ruido de candado detrás de la puerta, esta se abrió dejando a la vista un oscuro pasillo.
Me quede paralizada ante esto. No había nadie. Nadie había salido, solo se había abierto sin más.
—Entra —dijo la anciana.
—¿Disculpe?
—¿Estás sorda jovencita? He dicho que entres. Sube la escalera al final del pasillo, te llevara a mi recamara.
Sabía que no estaba bien. Sabía que no era correcto, pero aquella anciana sabía algo que yo desconocía. Algo que a mí me interesaba mucho descubrir. Y si para averiguarlo significaba entrar a su casa yo lo haría. Lo haría por él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.