Iris no podía dejar de mirar a su prometido. Observaba cómo devoraba su plato sin apenas cerrar la boca. Sintió una punzada de asco. El muchacho no había hecho nada que le hiciera pensar que era una mala persona. Aún así le daba asco. Asco porque tendría que besar una boca que no era de Olgried.
—¿Está bien, querida? —le preguntó su padre.
—Bien sabes tú que no—murmuró Iris con una sonrisa.
El príncipe se la devolvió. ¿Cómo iba a ser feliz con alguien que ni siquiera hablaba su lengua? Por no hablar de la segunda parte del contrato de su matrimonio. Iris se iría con su príncipe a un país extranjero, del que probablemente nunca volvería. Se tocó los labios. Aquel último beso es lo único que le quedaba de su amado.
Los hombres del servicio recogieron la cena. El padre de Iris y su prometido hablaban sobre tierras y dotes, mientras que el traductor del príncipe hablaba atropelladamente. La muchacha se dio cuenta de que la iban a vender al mejor postor. Nada de pintar retratos, de esconderse en jardines de tulipanes ni de besos furtivos. Ya no quedaba nada de ese amor prohibido. Iris se había convertido en un objeto intercambiable.
Olgried una vez la había mirado desde lo más profundo de sus ojos azules y le había dicho que pagaría su padre podía exigir que le diera toda su fortuna para su dote. Iris era mucho más que eso, era todo para él. Era de valor incalculable y se sentía honrado tan solo con que ella le amase.
Iris volvió a la realidad cuando su padre se levantó para estrechar la mano del príncipe. Estaba hecho. Dos hombres habían sellado su destino sin nisiquiera hacer caso de sus intenciones. ¿Era capaz el príncipe de dormir todas las noches a su lado sabiendo que ella amaba a otro, que era su prisionera?
Al parecer no le importaba. El príncipe pidió que lo dejaran a solas con Iris para hablar con ella. Por pudor, uno de los sirvientes se quedó a escuchar y a vigilarlos. Iris se puso más triste cuando recordó como Olgried y ella hacían lo posible para dar esquinazo a los espías de su padre. Antes eran una carga, ahora Iris agradecía su presencia.
—¿Podría tener un beso de mi preciada? —dijo el príncipe.
Iris miró durante un momento la boca del muchacho. Todavía tenía restos de la salsa del banquete. Pensó que besarlo sería igual que besar a un sapo mugriento y grasoso. Se llevó la mano a los labios. Además, el recuerdo del último beso era lo único que tenía de Olgried. No quería perderlo tan pronto.
—Esas no son cosas que se hacen antes de casarse —dijo y se marchó.
El día que Ingrid Vegelbud y Horst Bosordi se aliaron para terminar con la fortuna de los von Everec también habían destrozado la vida de Iris. Ahora se daba cuenta de que todos los insultos que Olgried decía al resto de nobles eran acertados. Nadie les había tendido la mano, simplemente los habían echado de su sociedad. Tampoco nadie había intentado ayudar a Iris. Ni siquiera su propio padre.
***
—O sea, para que me entere bien. ¿Tú idea de paseo tranquilo es escalar las ruinas de una fortaleza?
—Y bucear por una cueva subterránea? —Eve puso los ojos en blanco—. Será divertido.
El anciano dijo algo en la lengua de Skellige, pero Eve solo pudo entender la palabra “extranjera”, que en ese idioma tenía una connotación despectiva. Era lo primero que había aprendido de los skelligers.
—¿Por qué no, Eve? Si nadar es muy bueno para la espalda —suplicó Hjalmar.
—¿Y saltar como un mono por piedra quebradiza? Se te podría abrir la herida. O hacerte otra peor.
Hjalmar hizo pucheros. Había conducido a Eve hasta el inicio de la Senda de los guerreros, donde un anciano le había dado todas las instrucciones necesarias al muchacho. Su intención era terminarla para quedar por delante de Svanrige. Le había contado a Eve como el muchacho le había retado el día anterior y cómo necesitó dos intentos para subir a lo alto de la fortaleza. Hjalmar quería superarle.
—Quizá la semana que viene puedas…
—Quizá la semana que viene vuelva a estar en Kaer Trolde. Es mi única oportunidad. Por favor, Eve.
Cruzó miradas con el anciano. Este la miraba con curiosidad, quizá preguntándose porque una extranjera no dejaba hacer la Senda de los guerreros a un miembro de la familia real.
—Tú podrías acompañarme.
—Ni de puta coña. Anda, vámonos a casa. Se ha terminado el paseo.
***
Cerys se concentraba en su plato de jabalí mientras su padre hablaba con el rey. Los habían invitado para que comprobasen por ellos mismos la evolución de Hjalmar. Cerys también creía que con la esperanza de que se lo llevasen por fin a casa, pero todavía era arriesgado alejarlo de Eve, por mucho que el muchacho insistiera en que ya estaba recuperado.
Hjalmar intentó robarle del plato el último trozo de pata de jabalí. Cerys repelió el ataque con un golpe seco con el tenedor. Aunque no se pudiera mover con normalidad, Hjalmar había recobrado el apetito. Quizá por eso la familia real quisiera deshacerse de él. Cerys sintió la mirada desaprobatoria de Birna en la nuca. Se giró para encontrarse con una mueca de desagrado.
—¿Cuánto piensas que van a tardar en echarte, hermanito?