Touchdown

Capítulo VIII

Captura

 

 

 

 

Kansas

—Tú no vas a ninguna parte, Beasley —espeto, obstruyéndole el paso a la escalera una vez que oigo la puerta del dormitorio de Bill ce- rrarse—. Mi padre no es consciente de que habla demasiado alto —le explico dejándole saber que escuché cada palabra de su conversación.

Estoy en el segundo escalón, pero debo subir al tercero para que sus ojos queden a la altura de los míos. Él arquea una ceja en mi dirección, e ignorando por completo mi advertencia, se echa a andar. Le pongo una mano en el pecho y lo empujo para que retroceda, pero apenas se inmuta.

—Si oíste lo mismo que yo, sabes que habrá consecuencias si te dejo conducir ese Jeep —me recuerda—. Y no pienso correr diez millas un lunes a las cinco de la mañana, así que hazte a un lado, por favor.

—Quiero mis llaves —exijo tendiendo una mano en su dirección.

—Y yo quiero un libro autografiado por George R. R. Martin y que desaparezcas, pero no todos los deseos se hacen realidad —murmura cruzándose de brazos, y su voz se torna más baja a medida que comien- za a irritarse.

Sus ojos azules se entrecierran con altanería y un desafío permanece latente en sus pupilas mientras arqueo una ceja, midiéndolo.

—No quiero las llaves, las necesito —me corrijo mientras insisto una vez más, pero algo me dice que corromper la lealtad de Malcom hacia su entrenador no es tarea fácil.

—Muévete, Kansas —sus palabras no flaquean—. No voy a cam- biar de opinión y tampoco voy a arriesgarme a enfrentar la ira de Bill porque tú necesitas salir corriendo a los brazos de Mercury.

 

En cuanto las palabras salen de sus labios ambos nos sumergimos en un silencio incómodo mientras nos contemplamos con ojos muy abier- tos. Él parece no poder creer que acaba de decir eso en voz alta, y yo permanezco inmóvil mientras me pregunto de dónde diablos sacó eso.

—¿Mercury? ¿Logan Mercury? —inquiero antes de reír, porque sin- ceramente es lo más gracioso que alguien me ha dicho en el día—. Dije que Jamie me necesitaba, no que Logan y su órgano viril lo hacían.

—Conozco esa táctica, Kansas —replica muy seguro de sí mismo—. Las chicas dicen que van a lo de alguna amiga para luego escabullirse a la casa de algún individuo con ganas de usar sus genitales para fines de fruición.

—¿Qué? No puedes estar hablando en serio —le espeto con incre- dulidad.

Mi risa es pasajera porque pronto noto que él de verdad cree que estoy con Logan, lo cual me enfada porque Mercury no es más que un embustero engreído que eligió el fútbol antes que a mí. Y sí Beasley lo sabe y dice estas cosas para molestarme, lo está logrando.

—Te estás burlando de mí —acuso.

—No juzgo tu gusto para elegir compañero de cama —aclara enco- giéndose de hombros—. Solo te digo que no voy a darte las llaves para que corras a verlo porque Bill se enfadará conmigo.

—Esto es increíble —bufo encolerizada—. Te acabo de decir que una amiga me necesita y tú te burlas de lo estúpida que fui en el pasado

—murmuro percatándome de que es así.

Algún imbécil del equipo debió contarle la historia, y ahora él goza de restregarme en el rostro que un chico me botó por un balón. Es hu- millante, cruel e injurioso. Pero, sobre todo, es un poco doloroso dado yo sí llegué a querer a Logan.

—Nunca dije que fueras estúpida —se defiende.

—Pero lo pensaste.

—Mi opinión no debería importarte —me recuerda acercándose aún más.

Nuestra discusión a base de mordaces comentarios e indirectas alcanza otro nivel, uno donde el desprecio parece adquirir un papel

 

fundamental. Nuestras miradas se encuentran entre las masas de aire  y se perforan la una a la otra sin clemencia alguna.

—Tienes razón —reconozco—, tú y tu opinión pueden irse al in- fierno, pero no se llevarán mis llaves con ustedes.

Al estar lo suficientemente cerca, tiro del cordón de sus sweatpants y lo atraigo hacia mi cuerpo, mi mano saca con velocidad la llave del Jeep que guarda en el bolsillo y me lanzo escaleras arriba a toda velocidad.

—Hija de... —maldice entre dientes.

—Bill Shepard —termino la oración mientras me adentro en el baño y pongo el seguro.

Al instante, oigo la manera en que sus nudillos se estrellan contra la puerta a toda velocidad.

—Definitivamente te gusta la tortura que ejerce tu padre en mí

—dice desde el otro lado.

—No lo dudes.

Guardo las llaves en el bolsillo de mis jeans y me subo a la tapa del retrete. Si hay una forma de salir de esta casa desde el segundo piso, es por esta ventana.

—Tu sufrimiento es todo un espectáculo, Beasley —sigo hablando. Si puedo mantener una conversación con él mientras trepo por el árbol, Malcom pensará que sigo dentro del baño. Necesito que se que-

de detrás de esa puerta el tiempo suficiente como para llegar al Jeep y

arrancarlo, porque lo último que quiero es que descifre mis intenciones y me intercepte en la calle. Aunque, si él decidiera quedarse de pie de- lante del auto y me viera obligada a atropellar a la nueva estrella de la BCU para avanzar, lo haría con gusto.

—Kansas —dice mi nombre acompañado de una advertencia—, abre la puerta.

—¿Para que me quites las llaves? —interrogo con la ventana ya abierta y mi pierna izquierda del otro lado—. Claro, ya te abro —res- pondo con ironía.

—Hablo en serio, abre la puerta o...

—¿La tirarás abajo? —concluyo con incredulidad y gracia en mi voz mientras paso la otra pierna a través de la abertura.

 

—Iba a decir que te acusaría con Bill, no tengo ni la menor inten- ción de infligir daños materiales.

—Que actitud tan madura, Beasley. —Ruedo los ojos.

Mis zapatos encuentran una de las ramas del árbol y me estiro para alcanzar otra que hay sobre mi cabeza, poco a poco comienzo a dar pa- sos de costado con el objetivo de llegar al tronco. No es la primera vez que hago esto y algo me dice que tampoco será la última.



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En el texto hay: humor, drama, goodboy

Editado: 09.12.2019

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