Verónica.
Giré en la cama y miré el reloj en la mesa de noche del hotel algo desorientada.
06:00 a.m.
Poniéndome de pie, caminé hasta la puerta del fondo que conducía al baño. El reflejo en el espejo no era nada amigable a la vista. Anoche apenas había pegado el ojo.
Desde que Erick se marchó, luché en vano para que el sueño llegara, pero nunca lo hizo. Cada palabra, cada lágrima, cada suspiro. Todo se repetía en mi mente una y otra vez como una cinta que no podía dejar de reproducir. Por mucho que intentaba olvidarlo, no podía.
Mis pensamientos iban desde mi hijo esperándome en casa, hasta su padre a un par de pisos de distancia. Mi vida se había vuelto un completo desastre del cual me iba a ser demasiado difícil salir. La valentía de las últimas horas se fue a la basura junto con el orgullo que me traía.
Estuve dos veces a punto de salir de mi habitación y tocar a su puerta. Y por momentos, cuando sabía que no tendría el valor de hacerlo, solo me quedaba mirando la cerradura esperando escuchar cualquier sonido y que fuese él.
Por mucho que me doliera admitirlo, él tenía razón.
Había muchas cosas que hablar y que estaban en el aire sobre nuestras cabezas esperando a ser dichas. Anoche, apenas fue la punta del iceberg, y yo sabía que lo que estaba en el fondo era mucho más importante que cualquier mierda de nuestra relación pasada.
Jake.
Nuestro hijo era lo más importante por decir y lo único que no me había atrevido a sacar.
¿Cómo reaccionaría Erick al enterarse?
¿Estaría feliz?
¿Lo aceptaría?
¿Me odiaría por ocultárselo?
Tal vez todas esas preguntas tendrían una respuesta afirmativa cuando el momento llegara.
Una parte de mí no quería averiguar la respuesta a esa última pregunta, pero era lo lógico. No era tonta, o por lo menos no la mayor parte del tiempo. Erick añoraba una familia en el pasado, y si las cosas no habían cambiado con el pasar del tiempo, también lo hacía ahora.
Había soportado por años creer que me odiaba, pero ahora, luego de sus palabras en el pasillo, mis dudas habían salido a la luz. Por alguna razón, mi corazón hacía lo que mi cerebro no, le creía, porque sin importar qué, mi cuerpo y mi alma siempre serían vulnerables al huracán llamado Erick Hamilton.
Salí del baño tras cepillar mis dientes, encaminándome a tomar mi celular de la mesita de noche cuando un golpe en la puerta me sobresaltó haciéndome dar un leve salto en mi lugar.
Caminé con el corazón latiéndome desbocado en mi pecho, ¿sería él?
Parecía una adolescente esperando su primera cita en la puerta y vaya que recordaba esa primera cita. ¿Por qué todo me encaminada directo a ese hombre?
Por algún motivo, en vez de estar aliviada, estuve decepcionada cuando al ver la mirilla los ojos verdes de Nicholas miraban fijamente la puerta que acababa de tocar.
Vestida solo con la sudadera del equipo que me había puesto anoche, abrí la puerta sin molestarme en poner una sonrisa amable en mi rostro.
Stevens y yo aún teníamos conversaciones pendientes y un par de disculpas tendrían que salir antes de que una amistad aflorara entre ambos.
—Hey. —Su mirada fija en mí, demostraba nada más que incomodidad al igual que sus manos metidas con firmeza en sus vaqueros.
¿Qué? ¿Hoy no habría un comentario por su parte?
—Buenos días, Stevens.
Sus ojos pasaron de mi a la habitación tras de mí, pero aun así no lo invité a pasar. No tenía ánimos para lidiar con él, había sido demasiada testosterona para una sola noche en diferentes estados.
—El entrenador me envió, saldremos en diez minutos. —Se encogió de hombros—. Tenemos una sesión en Boston esta tarde.
Al ver que no dije nada ante sus palabras, me dio un leve asentimiento y luego se volvió en dirección a los ascensores. ¿Por qué papá me había inculcado educación y amabilidad?
—Stevens. —Sus pasos se detuvieron y me miró de soslayo—. Gracias.
Vacilante, lo vi voltearse nuevamente en mi dirección, dedicándome una sonrisa a medias.
—¿Algo más?
—¿Me regalas cinco minutos? —Ante el nerviosismo en su voz, asentí, pero no lo invité a pasar. Solo me quedé allí, de pie, observándolo con tranquilidad—. Quería pedirte una disculpa por mi comportamiento tras tu llegada.
Tomó una buena bocanada de aire.
—Me comporté como un idiota y te ofendí.
—No fuiste el único que lanzó palabras fuera de lugar —anoté, soltando un suspiro—. Yo también te debo una disculpa por algunas de las cosas que dije en los vestidores en la última reunión.
—¿Estamos bien?
—Estamos bien. —Le tendí mi mano. Él la tomó, riendo—. Pero seguiré intentando arreglar tu reputación.
—No tengo ningún tipo de anomalía en mi cuerpo —aseguró tras varios segundos en silencio, colocando una sonrisa en su rostro—. Para que quede claro.
—Así que de eso se trataba —bromeé.
Sonrió de lado tras despedirse y siguió su camino, mi mano cerrando la puerta antes de que su mirada se encontrara con la mía al cerrarse las puertas del elevador.
Genial. Ni siquiera me daría tiempo de ducharme.
Corrí al espejo y miré mi reflejo de nuevo como si en dos minutos mi aspecto fuese a cambiar por arte de magia. Bueno, no ganaría un premio a la persona más elegante, pero esto tendría que funcionar, porque no tenía la menor intención de arreglarme.
Tomé las gafas oscuras que había dejado anoche fuera de mi maleta y las coloqué sobre mis ojos. Ojeras fuera.
Peiné mi cabello oscuro en una coleta alta o por lo menos lo intenté, puesto que terminé haciendo un moño en la cima de mi cabeza que no tenía ni el mínimo atisbo de lo que había intentado que fuese.
Miré el par de leggins sobre la maleta y los coloqué en mi cuerpo para poder quedarme con la sudadera. Al final del día, una vez en el aeropuerto correría a casa.
#836 en Novela romántica
#339 en Chick lit
hijos inesperados contrato secretaria, reencuentro rivalidad amor drama amigos, romance odio mentiras
Editado: 24.02.2024