Verónica.
Cuatro años después.
— Papi. —permanecí en el umbral de la puerta con una sonrisa viendo a Erick con una taza pequeña de café en su mano derecha mientras se sentaba en la cama de Sofía. —¿Me compras otro poni?
Erick asintió y le tendió la mano. Nuestra hija sonrió y se acercó, dejando que su padre la sentara sobre su regazo.
— Te amo. —ella sonrió, enroscando sus manos alrededor de su cuello. —Te compraré otro poni como el señor rosita si llenas a papá de besos.
Sofía sonrió efusivamente y se abalanzó sobre él, siendo ella la que fue llenada de besos por su papá. Nunca tuve duda alguna de que sería un padre maravilloso, amaba a nuestros hijos de una manera impresionante. A pesar de que su agenda era ocupada en época de juegos, él sacaba el tiempo para su miércoles de té con Sofía y para cada uno de los partidos de Jake en la escuela. Desde que nuestro hijo comenzó en el equipo de lacrosse para niños hace seis meses, Erick estuvo allí acompañándolo en cada momento.
Al principio creí que estaría dolido porque Jake no se animara por el americano como antes, pero fue él quien lo llevó a inscribirse en el equipo al día siguiente. Tal vez la noticia que nuestro hijo le tenía en unas horas lo haría sonreír aún más.
— Jake nunca quiere jugar conmigo a las princesas. —contuve la carcajada que amenazaba con salir de mi boca al ver el puchero en los labios de mi hija. Con su vestido de flores favorito a juego con sus ojitos azules era la princesa de la familia. —¿Tú sí, papi?
— Claro, amor. —la colocó sobre sus pies en el suelo. —Pero no hoy. —ella frunció el ceño. —Vamos a buscar el regalo para Jake.
— Dijo que no quería celebrar su cumpleaños, pero yo quiero torta, papá. —se cruzó de brazos, algo molesta. Era jodidamente divertido porque su rostro angelical no guardaba rastro de maldad.
— Cumples en un mes, cielo. —anotó Erick. —Tendrás mucha para ti.
— ¿De verdad? —él asintió. —¿Y regalos?
— Es posible que haya un poni si te portas bien. —miré el muñeco gigante en la cama de Sofía, ¿Dónde iba a meter otro como esos? No tenía idea, pero Erick buscaría la manera, siempre lo hacía. Nuestros hijos pocas veces pedían algo, sabían que eran afortunados por tener lo que tenían, por lo que cuando Sofía o Jake lanzaban una petición en dirección a Erick, él corría para complacerlos.
— Vaya, parece que interrumpo. —entré del todo a la habitación, haciendo una mueca al ver las manos sucias de tierra de mi hija. —¿Estabas jugando de nuevo en el patio?
— No, mami. —las escondió en su espalda. —Bueno, sí. —me las mostró, sonriente.
— Ves a lavártelas, cariño. Luego iremos con papá a buscar el regalo de tu hermano.
— ¿Cuándo vendrá? —se acercó a mí, abrazándose a mis piernas y seguramente ensuciando el pantalón blanco que llevaba con las manos.
Me arrodillé frente a ella, acomodando su largo cabello castaño y colocándole bien la diadema que insistió en usar en la mañana. —Pasaremos por él a casa de la abuela Anne.
— ¿Me puedo quedar?
Sacudí la cabeza con una sonrisa. —La abue vendrá hoy a quedarse, pueden hacer galletas para Jake cuando ella llegue.
Asintió, corriendo al baño ante la mención de mi madre. —En unos años no podremos sacarla de allí. Anne la deja hacer lo que quiere.
— Oh vamos, solo es dormirse treinta minutos después de la hora y no es como si tu no le hubieses permitido eso a Jake. —sonrió y se colocó de pie caminando hacia mí. —¿Tomando el té, señor Hamilton?
— Creo que le echó perfume a esto. —hizo una mueca dejando la taza apenas llena con un poco de agua.
— ¿Ella tomó?
Sacudió la cabeza. —Es una listilla.
— Lo es. —admití, dirigiéndome al baño para encontrarla debajo de la regadera completamente empapada. —Cariño, ¿por qué te metiste allí?
— Me dijiste que me lavara las manos. —se quejó.
— Sí, y es por ello que existe un lavamanos de tu tamaño aquí, cariño.
Sonrió. —Lo olvidé. —entrecerré mis ojos en su dirección. —¿Me colocas el vestido verde?
— Digna hija de su padre. —murmuré por lo bajo tomando la toalla y cargándola para luego salir con ella en mis brazos. —Tú pequeño terremoto, cámbiala. —se la tendí al verlo soltar una carcajada. —Voy a buscar la ropa de Jake que vamos a donar.
(...)
— Traje el...—me incorporé de golpe en la cama, haciéndole un gesto a Erick para que hiciera silencio. Sus ojos brillaron con emoción al ver a nuestros hijos dormidos a mi lado ocupando gran parte de la cama.
La boca de Jake estaba entreabierta con Sofía prácticamente sobre él con sus piernas sobre su espalda. —Tardaste un poco. —me puse de pie y caminé hacia él.
Tomé su mano libre y tiré de él a la salida. Llegamos al sofá y rápidamente se sentó haciendo que quedara sobre su regazo. Extendí mis piernas, acomodándome en su pecho y comiendo un par de palomitas de las que traía en el bol.
— Estaba pensando...
— Aún no. —dije sabiendo perfectamente a lo que se refería. Lo encaré para encontrarlo sonriente. —Jake tiene diez, cariño, Sofía apenas cuatro. ¿Podemos esperar por lo menos dos años más?
— Claro.
— ¿Cuál es tu afán por otro bebé pronto? —jugué con mis uñas.
— Quiero otro, solo es eso. —rodé los ojos. —Y Sofía quiere una hermanita.
Reí. —O sea que si luego de que tengamos ese bebé a Jake se le da por pedir otro hermano tú vas por ello.
— Bueno, vivo para complacerlos. —sonrió con efusividad, besando mi cuello.
— ¿Por qué no aprovechamos que los niños están exhaustos y me complaces un rato? —lo sentí sonreír y su amiguito se animó.
Me incorporé, sacándome el pijama. Sus manos recorrieron mi vientre sin dejar de besarme el cuello.
— Hazme un masaje, cielo. Me duele la espalda.
— ¿Me estás...? —solté una carcajada.
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Editado: 24.02.2024