Elsa ya se encontraba molesta, sentada en una de las rocas del acantilado, con la mano sujetando el peso de su cabeza y con el cabello suelto y enredado.
Se le había hecho tarde, no quería quedar como una impuntual frente al futuro jefe de Berk.
Pero fue todo lo contrario, ya que quien quedó como un irresponsable fue el mismísimo Hiccup Haddock.
—Incumplido –gruñó, poniéndose de pie–. No me cepillé el cabello por llegar temprano y ni siquiera te dignaste a aparecer –tomó las trampas y herramientas, las atravesó en su espalda al igual que su bolso, ajustándolas bien para que no se le cayeran–. Pues come pasto entonces —dijo, lista para bajar.
De lo enojada que estaba, no notó eso de inmediato, ni que la playa estaba hecho un asco o el extraño musgo varado por la orilla, y un fétido olor acompañado de un zumbido incesante que fácilmente podría taladrarte los oídos si prestaras demasiada atención.
—De su séquito me lo esperaba, ¿pero él? —seguía refunfuñando, bajando sus cosas y acomodándolas para su uso.
Fue a buscar el pequeño bote que ella y su padre hicieron, que estaba escondido entre los matorrales secos. Cuando lo encontró, jaló de la cuerda incorporada a un extremo para poder arrastrarlo al agua.
Pero había un pequeño detalle; pesaba más de lo habitual. Y no es que no pudiera con él, sino el simple hecho de que ya no entraba en lo normal.
Confundida por la forma en que inició su trabajo, se fijó dentro del bote para saber qué contenía y así sacarse de dudas.
Para su sorpresa, todo el interior estaba cubierto por una capa gruesa de un líquido con textura pegajosa, tirándole a lo transparente pero brillante. No encontraba las palabras para describirlo exactamente a como era, le era imposible, jamás había visto algo que se le igualare.
Y debajo de esa cosa, había una esfera de proporciones medianas, su superficie parecía ser de cristal, podía percibirlo como un objeto frágil, casi como un huevo. Tampoco sabía su origen.
—¡Elsa! —escuchó que le gritaban a lo lejos Decidió que lo inspeccionaría en su casa más tarde, así que rápidamente tomó la esfera y la escondió en una de las bolsas que cargaba.
Volcó el bote en el océano para que el agua se llevara lo viscoso, lo que fue un error abismal porque por más que tallara y pateara el bote para que esa cosa se despegara, no veía indicios de que fuera a desaparecer. Entró en pánico y no sabía la razón.
El muchacho llegó con mucha prisa, y tampoco sintió el mal olor que la playa se acarreaba ese día, pasando por alto la primera señal de descomposición.
—¡Discúlpame muchísimo por el retraso! Las estupideces que hicieron Brutacio y Brutilda me retuvieron un rato, pero ya estoy aquí, listo para trabajar –alzó una ceja con curiosidad, pues la silueta de la rubia hacía todo en sus manos para tapar lo que estuviera atrás de ella–. ¿Te pasa algo? Te siento algo extraña —Elsa sonrió de forma forzada, buscando algo en su cabeza para decirle.
—No, nada, ya me había hecho a la idea de que haría todo esto sola —desvió el tema, y por suerte Hipo lo permitió.
—Nada de eso, mañana nos apoyará Astrid con la pesca, y eso será bueno para nosotros porque ella es muy fuerte. Empecemos que hay toda una aldea por alimentar —frotó sus manos entre sí, señalando el arduo trabajo con el que estaban por empezar.
—¿Y qué fue lo que hicieron los hermanos Bru? —preguntó la rubia, que le picó el mosquito de la curiosidad.
—Qué no hicieron, mejor dicho. Causan más desastres que los dragones juntos –fue hacia el bote, y lo volteó para poder subir las cosas, éste arrugó la nariz–. ¿Qué huele tan mal aquí? —incluso se abanicó aire al rostro, que pareció palidecer por unos segundos.
—¿Qué cosa? –la chica se acercó confundida a él, hasta que percibió lo mismo que Hiccup, por poco devolvió la cena de ayer, con dificultad retuvo las arcadas atrás de su garganta–. ¡Iuk! ¡No olía así cuando llegué! —se quejó. Algo en la composición del líquido desconocido hizo reacción con las sales del mar, que provocó desprendiera ese hedor a infierno.
—Movamos esto de aquí antes de que vomite —pidió el castaño. Los dos cargaron el bote y se lo llevaron lejos de ahí. Por suerte ya no había nada dentro de ahí.
[...]
—Papá, ya llegué —gritó la joven, quitándose los zapatos y poniéndolos a un lado de la entrada. No escuchó contestación, por lo que subió preocupada a la segunda planta, donde se encontraban las habitaciones.
Fue directo a la de su padre, abrió la puerta en silencio y espió por el pequeño espacio. Agdar dormía plácidamente sobre su cama, cubierto con una enorme cobija de piel de oveja.
Elsa sonrió, con suerte mañana volvería a sentirse bien.
Cerró la puerta y se fue a su recámara. No era de guardar tantos muebles, ella prefería las repisas sujetadas en la pared, no ocupaban tanto espacio y no tenía que limpiar siempre. En cada una de ellas se encontraban caracolas preciosas y únicas que ella y su padre encontraban en el mar, eran de sus pasatiempos favoritos. A todas les ponía un nombre. Su favorita era Idunna.
Ya en la privacidad de su cuarto, se desvistió y buscó algo más cómodo para dormir. No sin antes dejar el bolso sobre su cama, no se le había olvidado lo que se encontró en la playa.
Lo sacó con cuidado, y lo puso entre sus piernas flexionadas para observarlo mejor.
A comparación de la extraña cosa que acompañaba al objeto, este no olía mal. Era de proporciones exactas, no ovalado, sino como esfera. Blanco con pequeños destellos brillantes, sin ninguna mancha en su superficie, aunque... Se sentía caliente.
Lo tomó con cuidado, y lo acercó a su oreja.
Tum tuum, tum tuum. No pudo evitar soltar un pequeño grito, y soltó la esfera, para su suerte cayó en la cama, impidiendo que se rompiera.
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Editado: 04.12.2023