—¿Quieres acompañarnos? —le preguntó el castaño, ladeando su cabeza con confusión ante el inquietante silencio en el que se había sumergido Elsa.
—¿Eh? —balbuceó la rubia, saliendo así de su trance.
—¿Te sucede algo? —sus ojos verdes la miraron con preocupación.
Necesitaba consejos, de alguien que le ayudara a decidir qué hacer, si buscar respuestas del furia luminosa o abandonarlo en la playa y que Estoico lo encontrara y...
—No, nada. Debo irme —pronto cortó la conversación huyendo de ahí.
Entró a la casa, con la suerte de que ya no estaba el jefe ni su amigo Bocón hablando con su papá. Subió las escaleras, caminando directo a la habitación de su padre. Pero algo la interrumpió a sus espaldas.
—¿Ibas a alguna parte? —Agdar preguntó, con un semblante serio dominando sus facciones y los brazos cruzados sobre su pecho.
La rubia cerró los ojos por inercia. Imaginando las posibilidades y los escenarios en que podría terminar. Y ninguno era bueno.
—A... A tu habitación, es que... Olvidé algo —se giró sobre sus talones, para ser encarada por su padre.
—Quizás... ¿Un huevo de dragón? —en cuanto su padre reveló que conocía su verdad, la vista de Elsa se nubló, el hoyo que sentía en su estómago le provocaba náuseas, esas que amenazaban con sacar lo poco que quedaba de la cena de ayer. Las ganas de llorar taladraban en su cabeza, pero se mantuvo de pie, fuerte para lo que viniera a continuación.
—Puedo explicarlo... —susurró, apenas audible.
—Te escucho —seguía viéndola con pesadez, y a ella no le agradaba esa sensación de señalamiento.
—Lo... Encontré en la playa, dentro del bote... Yo no sabía qué era al principio, pero cuando llegué a la casa, lo sentí... —quería sostenerle la mirada, pero a esas alturas su cabeza no se lo permitía, tenía tanta vergüenza de haberle mentido a su padre, que no hallaba la mínima decencia en su sistema para verle—. Pensé en deshacerme de él, te lo juro, pero... Escuché que solo no sobreviviría, que los demás dragones lo atacarían por lo que puede convertirse... Supongo que Estoico te lo dijo... ¿Verdad? —Agdar asintió.
—¿Por qué no me lo contaste? —inquirió su padre, jalando de sus cabellos dorados por el estrés que esto le causaba.
—Tuve miedo...
—¡Y con mucha razón! Estoico piensa que alguien se llevó al huevo, pronto revisarán a todos en la aldea si no encuentran esa cosa. ¡Y quieren mi cooperación! Podrían asesinarnos si se enteran que nosotros los tenemos—se acercó a ella, para analizar sus respuestas.
—¡Lo sé! ¡Sé que lo están buscando! ¡Pero papá, es apenas un huevo, ni siquiera podrá defenderse de nosotros, cómo va a atacarnos! ¡No es justo! —en menos de un segundo, la rubia se volvió una maraña de llanto y desesperación.
—Ay Elsa —la atrajo hacia sus brazos, negando con la cabeza con una sonrisa melancólica—. Tienes un corazón de pollo... Igual que tu madre.
La ojiazul lloró con más fuerza.
—No voy a pedirte que lo abandones a su suerte, porque sé que no lo vas a hacer. Yo tampoco podría hacerlo. Pero sí te voy a decir algo: Deberemos dejarlo ir cuando pueda mantenerse por sí mismo. ¿Entiendes qué quiero decir con eso? —rompieron con el contacto físico.
—Que no debo encariñarme con el huevo —susurró, haciendo un puchero con los labios.
—Y a la primera señal de violencia en contra de nosotros, lo sacaremos de aquí, ¿entendido? —advirtió, señalándola con el dedo índice.
No le quedó de otra que aceptar sus exigencias.
[...]
—Ya estás abrigado, encárgate de crecer sano y no peligroso —bromeó la rubia, cuando terminó de colocarle las cobijas a su alrededor.
—¡Elsa! —le gritó su padre desde la planta baja.
—¡Ya voy! Espérame aquí —le hizo un muro de almohadas para que no pudiera pasar y caer de la orilla de la cama. Como si eso fuera posible.
Bajó las escaleras con rapidez, dirigiéndose a donde estaba Agdar.
—¿Qué pasó? —preguntó, luego de llegar a la sala.
—Tienes una visita —su padre contestó, y señaló con sus cejas la puerta.
La rubia pronto se puso nerviosa, imaginándose lo peor.
Abrió la puerta, al otro lado la esperaba Hipo junto con Astrid. Los dos giraron su cabeza a su dirección. El castaño esbozando una sonrisa cansada mientras que la rubia vikinga la miraba con ojos de pocos amigos.
Una incesante búsqueda se les fue asignada, que al final del día no rindió frutos, esto la hizo estar de malhumor, sin mencionar lo casi muerta que estaba del cansancio.
—¡Hola! Qué bueno verte —el ojiverde fue el primero en acercarse a saludarla, con un apretón de manos amigable.
—Igualmente, ¿quieren pasar a tomar algo? —Elsa esbozó de sus mejores sonrisas falsas. No quería estar ahí pero si se negaba a platicar con ellos sin razón aparente podría verse muy sospechosa.
—Venimos de paso, niña. Queremos saber si mañana puedes apoyarnos en la playa —Astrid, sin mayor rodeos, habló.
—Astrid... —reprendió Hipo con un poco de pena, escuchando la forma en la que se refirió a Elsa estando su padre a pocos metros de ellos.
La ojiazul notó de inmediato la incomodidad del hijo de Estoico, por lo que se apresuró a decir;—No te preocupes por eso. Sí, claro, ¿pero en qué? —se rascó la mejilla, intentando pasar por desapercibido los nervios a los que estaba sucumbiendo.
Si creía que Hipo era observador, Astrid era lo triple de ello. Temía que pudiera leer sus pensamientos y supieran su secreto, aunque eso no fuera posible. ¿Verdad?
—A buscar, tú y tu padre conocen el área más que nosotros, y lo usaremos a nuestro favor —le sorprendía mucho lo determinada que la vikinga podía ser. Envidiaba por completo su seguridad.
—Está bien, mañana temprano los espero en los acantilados —susurró, no podía negarse por más que quisiera.
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Editado: 04.12.2023