Todos estaban en la sala de juntas, esperando noticias de parte del jefe, quien había convocado a una reunión sin previo aviso.
No era un buen día para estar afuera, hablando del clima. La neblina era intensa, hacía más frío de lo normal y el cielo estaba nublado, amenazando con azotar a todo Berk con lluvias torrenciales.
Mientras la gente se reunía, Elsa pensaba en los posibles temas que se tocarían en ese rato. Su primera opción fue la pesca, pero con los resultados que habían obtenido lo descartó rápidamente. Les había ido muy bien, de hecho ya estaban al corriente con los años anteriores y la demanda de pescado.
Luego pensó en que reclutarían a más jóvenes para entrenarlos contra los dragones, pero los ataques no volverían hasta que fuera Febrero, las bestias no soportaban temperaturas extremadamente bajas como las que Berk sufría.
¿Entonces de qué hablarían?
Estoico hizo acto de presencia junto a Hipo y Astrid. Que por alguna razón estaban enojados con ella (el primero la ignoró totalmente y la otra chocó a propósito contra su hombro).
De la rubia se entendía perfectamente, aquella vikinga no era una persona sociable ni mucho menos amable con Elsa, pero se extrañaba de Hiccup, que se la vivía saludando a todos.
¿Y si está empezando a sospechar de tu actitud? Una vocecita le susurró en su cabeza.
—Lamento el retraso, se me complicaron unas cosas en el camino. Quiero que me cuenten cómo van con el invierno, he de imaginarme que ya han recolectado suficiente madera para sobrevivir al frío —canturreó el jefe, con un toque de diversión y burla en su voz.
Los berkianos solían dejar las cosas hasta el final, por lo que muchos empezaron a moverse incómodos. Estoico los miró con una ceja alzada.
Para suerte de Elsa (o no), su papá era un adicto al trabajo, por lo que seguramente ya tenían el triple de lo necesario.
No le gustaba sentirse inútil, su mejor forma de servir era cumpliendo con los deberes del hogar. Aptitudes que seguramente su abuelo le obligó a desarrollar, esperando ese día que le pondría la corona sobre su cabeza.
—Bueno, al menos tendremos para comer, gracias Agdar —le apuntó a su padre, que sonrió con cortesía e inclinó un poco la cabeza, poniendo su mano a la altura del pecho pero sin tocarlo.
Todos vitorearon felices. El fuego puede faltar, el agua puede faltar, cualquier cosa menos la carne.
—Sí, hay muchas buenas noticias, pero también malas, por eso estamos aquí —la rubia exhaló con pesadez, sabía que este momento llegaría—. Los chicos no encontraron al huevo, eso me hace pensar que... —todos guardaron silencio, ansiosos por escuchar la respuesta del vikingo—. Los otros dragones se lo han devorado. Es la única explicación que tengo —muchos gritaron de felicidad, mientras que otros cuchicheaban que ya estaban más tranquilos sabiendo esto.
Por un segundo, Elsa volteó a ver a su papá, que también estaba observándola de lejos. Ambos con una cara de tranquilidad. Ya no tendrían que preocuparse de eso, al menos por unos meses.
—Recuerden que es una mala noticia porque lo que yo pienso bien podría ser una suposición y que esa cosa haya sobrevivido, y que podríamos seguir siendo la presa para las bestias, así que tengan cuidado. Y si encuentran cualquier objeto que parezca ser un huevo de dragón, háganoslo saber, por favor. Necesitamos la cooperación de todo, y creo que eso es todo. Ya pueden marcharse —en cuanto Estoico dio luz verde, los vikingos empezaron a salir de la gran sala.
El hijo del jefe se fue caminando junto a sus allegados, los gemelos se golpeaban los cascos mutuamente, Astrid amenazaba a Patán y él iba platicando con el más adorable de su equipo.
—Hey Hipo, vamos a hacer una junta esta noche, ¿vienes? —preguntó Patapez, viéndose muy animado.
—Claro, ahí estaré —respondió el castaño, con una amable sonrisa.
Elsa frunció el ceño, ¿por qué estaba enojado solamente con ella?
Deberías preguntarle y resolverlo, le dijo su subconsciente.
La rubia respiró profundamente, y decidida a saber la verdad caminó hasta él.
—¿Podemos hablar? —le dijo en cuanto lo tuvo cerca.
Hipo podría estar muy enojado, pero jamás se negaría a una charla, a menos que fuera muy grave el asunto.
Todos se detuvieron, esperando la respuesta de Hiccup.
—Está bien, ¿qué pasa?
—¿Ahm... Podría ser a solas? —no hizo falta señalarlos, era muy obvio.
El ojiverde suspiró con cansancio. Se giró y les susurró algo a sus amigos. Éstos miraron a Elsa de forma extrañada y finalmente se fueron alejando, sin dejar de verlos.
—Ahora sí, ¿qué necesitas? —se cruzó de brazos. Se notaba algo rencoroso.
—¿Por qué estás enojado conmigo? ¿Hice algo que te ofendió de alguna forma? —la ojiazul se relamió los labios, como muestra de sus nervios.
—¿Por qué piensas que estoy enojado contigo? —alzó la ceja, muy atento a lo que diría.
La ojiazul lo pensó por varios segundos.
—Es que... Ya no me has hablado... —pronto lo entendió.
Sólo le hablaba cuando necesitaba saber algo, que claramente estaba fuera del límite porque no tenía el derecho de exigir tal información, y para acabar de rematarlo, ni siquiera agradecía cuando obtenía lo que quería.
Sobrepuso sus necesidades por encima de los demás, perdiendo los valores que su padre le enseñó con tanto esmero. Su cara se tiñó roja por la vergüenza.
—Creo que ya lo sé... —finalmente murmuró.
—No creo que sea justo para mí que sólo me busques para tu beneficio —indicó Hipo, en un tono más sombrío.
—Lo siento mucho, no pensé en eso.
—Ya veo...
Se sumieron en un profundo silencio, que ella no soportó, por lo que dijo un disparate.
—¿Qué puedo hacer para compensar mi error? —cuando se dio cuenta ya era tarde, y no quería retractarse, puesto que la cara del joven se iluminó totalmente al escuchar estas palabras.
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Editado: 04.12.2023