La rubia se refugiaba en las sábanas de su cama, con miedo de asomarse por la ventana. Ya no quería atraer a más bestias ni ser atacada por ellas. Su padre hablaba con Estoico en la planta baja de la casa, después del escándalo el jefe se había tomado la molestia de ver cómo se encontraba la chica.
—Aún no me explico la razón por la que quería matarla, porque amigo, créeme que planeaba hacerlo con esa llamarada —dijo Bocón, que se coló al viaje.
—Yo creí que iba por la comida, pero ella dice que no, que lo dejó atrás para deshacerse del dragón —reiteró Agdar.
—¿Encontraste la canasta? —preguntó Estoico, con un semblante pensativo.
—Sí, en el acantilado, estaba intacto —señaló con su mano izquierda a un rincón de la sala, mostrando la veracidad de sus palabras.
—Esto es peor de lo que pensaba... —susurró el jefe, lo que llamó la atención del ex príncipe.
—¿Qué? ¿Por qué? —se atrevió a decir.
El par de amigos se miraron entre sí, decidiendo mentalmente si contarle o no.
—¿Peligra la vida de mi hija? —le siseó, en sus rostros se notaban que era un asunto de suma discreción.
—Me temo que sí...
Ya no preguntó más, creía saber el tema. Y no era bueno.
—Evita lo más posible que vaya al acantilado y a la playa, es una zona donde fácilmente pueden lastimarla, cualquier cosa no duden en llamarme —se levantó del sillón, con intenciones de retirarse.
—Ya no es necesario que vaya a la academia, que no se preocupe por eso —mencionó Bocón, aprovechando que estaba ahí.
Después de esto, dudaba que la chica quisiera seguir lidiando con dragones, además parecía no tener destreza para deshacerse de ellos.
No podría matarlos aunque la obligáramos, pensó el hombre de barba rubia.
Los tres caminaron a la salida, y cuando estaban a punto de irse, Agdar dijo:
—Gracias, han sido muy amables conmigo y con mi familia, incluso no siendo de aquí...
—No es nada, pertenecen a Berk ahora, y un jefe protege a los suyos, sin distinción alguna —le sonrió algo triste, la muerte de Idunna había conmocionado a todos ahí, era como si el Sol desapareciera, llevándose la vida que una vez hubo, y el más afectado, sin duda era Agdar—. Y cuida mucho a tu hija.
El susodicho asintió la cabeza, en muestra de agradecimiento.
[...]
—Ni siquiera ha nacido, y ya causó muchos problemas —gruñó su padre, exaltado.
—Él no tiene la culpa, su naturaleza es así de cruel con él —susurró Elsa, sujetando su taza con las dos manos.
—¡Entiendo eso pero no podemos poner nuestra vida en riesgo! —exclamó su padre.
Ella bajó la mirada, con el ceño fruncido. Su papá tenía razón, una pesadilla monstruosa estaba a nada de calcinarla, pero tampoco era la gran cosa. Todo Berk está infestado de esas bestias y cada uno de los habitantes ha luchado con ellos, nadie estaba exento de la muerte ahí.
Un crujido sonó arriba. Los dos se miraron entre sí, asombrados y asustados.
La joven dejó la taza en la mesita alado de su cama, y se acercó al baúl donde habían acomodado el huevo junto a sábanas y cobijas que pudieran mantenerlo caliente.
Se puso de rodillas en el suelo, y se apoyó con sus dos manos, para poder examinarlo mejor. Una fina grieta empezó a recorrer toda la superficie del cascarón. Hasta que finalmente se partió en dos.
—Ven, ya va a nacer —susurró Elsa, sonando emocionada.
—Eh... No, yo mejor me quedo aquí —se declinó ante la oferta, no quería ser lo primero que esa cosa quemara.
Ella notó que el dragón estaba batallando un poco, así que rompió más el cascarón y retiró varias partes. Luciendo al otro lado una brillante y blanca piel escamosa, que producía vibraciones, la ojiazul se puso de pie y dio unos pasos hacia atrás, quizás era lo correcto darle su espacio.
No podían creer lo que veían. Enormes y hermosos ojos azules, tres lóbulos en cada lado de su cabeza, cuatro patas pequeñas y regordetas, con una cola corta que apenas podía controlarlo. No podía mantenerse derecho, tambaleaba mucho de aquí para allá, muy chistoso a decir verdad.
Elsa hizo ademán de querer volver acercarse, pero su padre se lo impidió tomándola de la mano.
—Es peligroso —le recordó.
—Lo sé, sólo quiero verlo.
—No queremos que piense que eres su madre, eso nos ocasionaría más problemas que su misma existencia —la rubia rió por el comentario.
—Papá, es un dragón, no un ave. Estoy segura que ni se le cruzará por la cabeza que soy su mamá.
Si algo había leído en el libro de los Dragones, es que eran criaturas extremadamente inteligentes. Algunas especies se volvían independientes casi al instante en que abandonaban el huevo, pero no estaba segura si sería el mismo caso con la furia luminosa.
—Hola pequeñín... —murmuró, poniéndose alado del cofre—. ¿Listo para conocer el mundo?
Un estornudo la hizo brincar de su lugar. Y rió por ello.
Los observaba apacible, ladeando la cabeza de vez en cuando. Ese par de extraños no lucían como ella, pero tampoco los consideraba como un peligro.
Aunque con la chica tenía varias similitudes.
—Aww, míralo. Es tan hermoso, y sus alas son muy tiernas —Elsa se derritió de amor. Y pronto Agdar también cedió ante los encantos del dragón.
—Creo que es hembra —comentó él.
—¿Qué nombre le ponemos? —volteó a verlo, éste frunció el ceño, confundido.
—Acordamos que no le pondríamos nombre, si lo hacemos significaría que estamos dispuestos a quedárnoslo. Cosa que no es buena idea —se cruzó de brazos, con una ceja alzada.
—Sí, lo sé pero no podemos estarlo llamando "dragón", hay que buscar una palabra que lo relacionemos con ella sin tener que decir esas palabras. Sólo imagínate el caos que se armaría si alguien nos escuchara decir eso —su papá puso sus labios en una fina línea, su hija tenía razón.
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Editado: 04.12.2023