Hiccup caminaba sin rumbo, hundido en su mar de pensamientos. Con la cabeza baja y sus brazos cruzados contra su pecho, cubriéndose del frío.
No estaba seguro si ir a la casa de Elsa, ¿qué le diría? ¿Qué podría hacer para ayudarla a aliviar su miedo? No estaba seguro, y tampoco quería ser una molestia para ella y para el señor Agdar.
Pero algo tenía que hacer, no sabía por qué, sentía una inquietante necesidad de hacerle saber que no estaba sola, que él haría que se sintiera segura.
Sacudió su cabeza, queriendo deshacerse de ese sentimiento, no entendía de dónde sacaba tantas cosas raras y definitivamente no las quería en su vida.
—¿A dónde vas? —parpadeó un par de veces, sacándose de onda.
—¿Ah? —repitió, buscando el proveniente de esa voz.
—Atrás de ti, bobo —se giró, topándose con la figura de una vikinga rubia.
—Hola Astrid, ¿qué haces aquí? —pronto la chica aceleró su paso, para estar a la par.
—Lo mismo te pregunto —sonrió, sarcástica.
—Me sentía algo asfixiado, así que salí a tomar aire un rato, ¿y tú?
—Mi padre volvió a olvidar la comida en la estufa, toda mi casa apesta a pescado quemado, tuvimos que salir de ahí antes de que nos matara el humo —Hipo se rió en bajito, ella le propinó un pequeño golpe en el brazo.
Los dos se quedaron en silencio por unos minutos. Hasta que Astrid se animó a preguntar: —Ibas con ella, ¿verdad?
El castaño se volteó a verla, y juntó sus cejas, confuso. Hasta que pudo entender a qué se refería. Se sonrojó, volviendo la mirada al frente.
—Pensaba hacerlo, pero no sé si sea prudente —confesó, chistando con la lengua.
La vikinga rodó los ojos, fastidiada.
—Aún sostengo que ella oculta algo, no debes de fiarte.
—¿Todavía sospechas? —la miró con incredulidad.
Ésta se sintió ofendida.
—¡Uy pues disculpa por no ser como tú y confiar ciegamente en las personas! —ironizó.
—No es que confíe ciegamente, hemos crecido juntos, desde pequeño la conozco, ella nació aquí al igual que todos nosotros, no encuentro motivos para sospechar de ella —gruñó.
—¿Y eso qué? No conocemos el pasado de sus padres, ni sus lugares de origen, nada –suspiró, cansada de intentar explicarle–. Simplemente no puedo confiar en ella, tengo esa sensación de que no debo hacerlo, y ya lo había sentido antes, pero no era tan fuerte como en estos últimos días... –se detuvo, y el muchacho se giró para ver el por qué–. No vas a hacerme caso, nunca lo has hecho –y alzó las cejas con diversión–. Sólo te pido que tengas cuidado, y que no te dejes manipular, es todo. Nos vemos mañana —se dio la vuelta y se regresó por donde habían venido.
Hipo se dio cuenta que ya habían llegado a la casa de Elsa sin saberlo, al menos él.
Tomó aire, y tocó la puerta.
—Uhm, ¿Elsa?
Tardaron unos minutos, hasta que por fin la abrieron.
—Hiccup –la rubia se vio sorprendida por su presencia–. ¿Qué te trae por aquí? —y salió de la casa.
—Eh... —su mente se quedó en blanco.
¿A qué iba? Ya no lo recordaba.
—Supongo... Que tú también vas a hacer chistes por el incidente de hoy... —comentó lenta y serenamente, abrazándose a sí misma para darse calor.
—¿Qué? ¡No! Nada de eso –se tropezaba con sus palabras, hasta que procesó la oración. Sus pecas brillaron más que de costumbre–. Espera, ¿alguien ha venido a bularse de ti? Voy a...—Elsa lo tomó del brazo, viendo que sí tenía intenciones de golpear a alguien.
—¡Tranquilo, tigre! –quiso calmarlo, apretando rítmicamente sus antebrazos–. Sí han venido con bromas pesadas, pero no es para tanto. Mejor cuéntame cómo te ha ido —después lo soltó.
Hipo no se sentía bien ante eso.
—Eh... Bueno, quería venir a ver cómo estabas, ¿no te quemaste o sí?
Ella dio un vistazo rápido a sus brazos, —Al parecer no, omitiendo el hecho de que tu padre es muy fuerte y me dejó algunos moretones, estoy bien —rió, despreocupada.
Él se le quedó viendo, frunciendo el ceño. De hecho no la miraba a ella, se encontraba pensando en las palabras que Astrid le había dicho recientemente, y no sabía si hacerle la pregunta.
La ojiazul, que comenzaba a incomodarse, le susurró: —¿Te pasa algo?
Despertó de su trance.
—¿Hay algo que estás ocultándonos? —lo soltó de repente y sin reparo.
—¿Ah? —balbuceó Elsa, apenas reaccionando a su pregunta cuando le dijo otra.
—¿Qué hacías en la orilla, si ya habíamos juntado pesca para todos? —le alzó la ceja, pero no de forma divertida como solía hacerlo.
—Eh, yo... —se sintió acorralada.
—¿Y por qué te atacaría una bestia así? Las pesadillas monstruosas son altamente mortíferas, asesinas a sueltas, no atacan a menos que tengan una buena razón: si te considera peligroso para su vida o si tienes algo que ellas quieren. Y no fue la comida... —comenzó a caminar hacia ella, poniéndola aún más nerviosa.
¡No puedes decirle la verdad, él y su tribu matan dragones, ¿qué crees que van a hacer con la furia luminosa?!
—Hipo, por favor detente —murmuró, cuando su espalda estaba por topar con la puerta de su casa.
—Creo que ya fue suficiente —dijo una voz a sus espaldas.
Agdar, con mueca seria y cruzado de brazos, hizo repentina aparición.
—Elsa ya no puede estar afuera, su seguridad está en peligro. Puedes verla otro día, porque por hoy su tiempo acabó.
—Lo siento, señor Agdar —sus mejillas se pusieron coloradas.
¡¿En qué diablos pensaba cuando estaba haciendo eso?! ¡Qué vergüenza! Se dijo a sí mismo.
La rubia no lo dudó dos veces y se adentró a su casa con rapidez.
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Editado: 04.12.2023