Se escabulló con cuidado hasta llegar a las escaleras, incluso se quitó los zapatos para provocar el menor ruido posible, y con la punta de los pies, comenzó a subir de escalón en escalón. Su cabello estaba lleno de ramitas con hojas, sus brazos tenían leves rasguños y su piel desprendía aroma a madera y tierra mojada.
Cuando llegó a su habitación, se quitó la canasta de la espalda, dejándola sobre la cama, de ahí la pequeña reptil salió y se acurrucó encima de las almohadas. Realmente había acabado con sus energías en esa tarde llena de juegos y diversión.
Elsa, por otro lado, buscó ropa en sus cajones, cuando obtuvo el conjunto perfecto, volvió a bajar para poder dirigirse al baño.
El ambiente se sentía de alguna forma pesado, las piernas le temblaban y las cosquillas bajo su vientre eran intensas. Se sacó las prendas con cuidado, porque aún habían zonas sensibles al dolor. Tomó una gran bocanada de aire para darse ánimos, y con las pocas energías que le quedaban, hizo todo lo posible por darse un baño. El agua estaba fría, pero le era tolerable.
Mientras se aseaba, no podía evitar pensar en lo que había ocurrido, se llevó los dedos a sus labios, y los recorrió lentamente con la yema, trayendo consigo los recuerdos de aquel apasionado contacto, pronto recorrieron por su cuello y finalmente por sus clavículas. Había descubierto lo sensible que era esa zona, se palmeó las mejillas para despabilar esos sentimientos que empezaban a acumularse.
Ya no sólo era un secreto el que los mantenía juntos, ahora eran dos. Y no le preocupaba en absoluto, no por ahora. Sólo quería disfrutar de esa adictiva sensación que solía probar cuando estaba cerca de él.
Cuando terminó de cambiarse, tomó sus cosas y regresó a su habitación con rapidez. Había vuelto muy tarde y debía levantarse temprano para limpiar.
[...]
Se había dado cuenta que la furia luminosa aleteaba cuando sentía venir la brisa, buscando la forma de acomodar sus alas para despegar. Pero le faltaba el elemento clave: el impulso. Y Elsa no sabía cómo enseñarle.
—Debemos mostrarle la forma en la que los dragones vuelan —comentó la rubia, sentándose sobre una roca mientras observaba los intentos de la dragona.
—¿Y cómo planeas hacer eso? No es que supiéramos volar —respondió el castaño, que devoraba una pierna de pollo asado.
—¿No hay manera de que otro dragón le pueda enseñar? —torcía la boca en una mueca.
—No sé si recuerdes que todos quieren asesinarla, no sería conveniente para ella.
—¿Entonces qué hacemos? —lo volteó a ver.
—Nada –la ojiazul gruñó, molesta. Hipo siguió:–, las furias luminosas están solos desde que nacen, prácticamente. Seguro sabrán cómo hacerlo. Viene pregrabado en su cerebro. El instinto siempre está ahí. Ella sabrá conseguirlo. Ya lo verás, no te mortifiques por cosas que no puedes controlar —y sacudió la melena rubia de la chica, juguetón.
Ella exhaló, —Si. Creo que tienes razón.
Pronto, el crujido de una rama atrás de ellos los alertó. Seguido de unas voces ruidosas que gritoneaban maldiciones. Elsa lanzó sus herramientas dentro de un arbusto, y llamó a Temperance por medio del característico sonido de las aves, ésta inmediatamente corrió dentro de una pequeña cueva que se formó en el risco, y guardó silencio. Hiccup trepó al árbol más cercano, después le tendió una mano a la chica para que también subiera.
Segundos más tarde, pudieron visualizar a un par de jóvenes caminando a su dirección.
—¿Y qué estamos buscando, exactamente? —articuló Brutilda, con los brazos cruzados.
—Cualquier indicio de que un dragón estuviese aquí —contestó Astrid, con su hacha apoyada en el hombro.
Su amiga resopló.
—Estamos en invierno, no son tan estúpidos para venir a atacar, y con lo que nos robaron, tienen demasiada comida a su alcance. Son de sangre caliente, necesitan estar en un entorno cálido para sobrevivir —explicó, rodando los ojos hacia atrás.
—Sí pero los furia luminosas y nocturnas soportan temperaturas más bajas que las otras especies.
—¿Aún crees que el huevo eclosionó en la isla? Ya pasaron dos meses de ello y no encontramos nada —pateó la roca que se atravesó a su camino con fuerza.
—¡Es que tú no lo entiendes! –gruñó la chica, batiendo el hacha por los aires, Brutilda dio un paso atrás para evitar el filo–. Ese sentimiento de que algo raro está ocurriendo, me carcome por dentro. Y por si fuera poco, Estoico está exigiéndome resultados, realmente cree que puedo liderar un ejército —Elsa puso más atención a esa parte. Hipo arrugó la nariz.
¿Un ejército?
—¿Como para qué Estoico querría un ejército? No hay nadie a nuestro alrededor que sea enemigo, y no creo que sea para los dragones, ¿o sí? —se rió, esa idea sonaba descabellada.
—No, tonta –golpeó el casco de Brutilda con el mango de la hacha, ésta gimoteó–. En las últimas expediciones que mi padre ha hecho, nos contó que ha encontrado indicios de vida humana a unos diez kilómetros de distancia. En el archipiélago Aesir.
—Estás demente, no hay nada ahí. Ni siquiera es habitable. Todo es tóxico y putrefacto, las plantas son las culpables de eso.
—¡Por eso quiero cumplir esta misión! Realmente tengo ganas de salir y averiguar lo que pasa, si lo que mi padre dice es correcto, entonces alguien está allá afuera –apuntó con dirección al mar– buscando algo. ¿Y qué pasaría si llegan hasta acá y nosotros no estamos preparados? —alzó las cejas, esperando una respuesta inteligente.
—¿Nos patearán el trasero?
—A veces no sé por qué discuto contigo, nada te lo tomas en serio —se llevó una mano a la cara, cansada de las estupideces su amiga.
—Tú sobre piensas las cosas. Quieres buscarle un trasfondo oscuro a todo. Inclusive a la tipa esa.
—Y ese es otro tema que tú no comprenderías ni en mil años.
Pronto se esfumaron por entre los árboles, de vuelta a la aldea.
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Editado: 04.12.2023