Touching the Stars | Hiccelsa | Parte I

14

Ese día se dejó el cabello suelto, y poco después se arrepintió. 

El viento estaba furioso, las olas eran enormes y las nubes tapaban los pocos rayos de sol que Berk apenas recibía. Entendía que era invierno, pero no tenía por qué estar así.

La naturaleza sabe algo que nosotros no.

Lo único que agradecía era que hacía tanto frío, que nadie se encontraba afuera, merodeando la isla. Eso le dio oportunidad de sacar al pequeño dragón de su canasto. Sus escamas eran tan brillantes que a veces pensaba que era una estrella. Sonrió. Más allá de la agresividad y el fuego que pensaba que habría, paz y benevolencia era con lo que se encontraba.

—Ve a correr un poco, anda —con cuidado se sacó el canasto de la espalda y lo reposó en el suelo. Quitó la tapa y esos enormes ojos azules se asomaron curiosos, observando su alrededor. No tardó mucho para que saltara por todos lados y tropezara con su propia cola. Un escenario bastante adorable.

Elsa buscó una roca y se sentó en ella, esperando pacientemente a que todas las energías de su nueva compañera se agotaran completamente. Una rutina que comenzaba a ser relajante para las dos. 

—Desearía poder contarle la verdad —susurró la rubia, trenzándose el cabello. Desde ese vergonzoso día, ninguno de los dos se atrevía a hablarle al otro, ella estaba al borde de ser descubierta y él con el bochorno en sus mejillas. 

No le gustaba mentir, y menos a personas que les había tendido la mano. Pero si quería proteger a esa criatura tenía que hacerlo. Era lo mejor para todos.

Estaba tan sumida en sus pensamientos, que no escuchó los pasos detrás de ella.

La furia luminosa vio que los arbustos se movían, y tan pronto como pudo, se interpuso entre el extraño y Elsa, que perezosamente se levantaba del lugar, creyendo que estaba intentando jugar con ella otra vez.

—Temperance, ya te dije que...—cuando terminó por girarse, jadeó asustada.

Era Hiccup, con una red para pescar sobre su hombro y mucha conmoción.

¿Era verdad lo que sus ojos veían?

—Es... —no le era posible terminar la oración.

Un parpadeo después, ya no estaba.

—¡Mierda! —gritó la ojiazul, entrando en pánico.

Si llega a la aldea y no logras explicarle nada, estarás perdida. Le decía la vocecita en su cabeza.

—Aquí quédate, ¡Hiccup! —y fue detrás de él.

El pecho le dolía muchísimo, y no sabía por qué. Lo único que quería hacer era llorar y no volverla a ver nunca más.

¿Pero por qué? ¿Por qué se sentía que iba a morir con algo tan "trivial"? ¿Por qué sentía como si fuera una enorme tración? 

—¡Hipo, espera! —la rubia se aferró a su brazo, y se dejó caer en el suelo, para detenerlo con su peso.

—¡Elsa, suéltame por favor! —le pidió sin mirarla a los ojos e intentó zafarse del agarre.

—¡Deja que te lo explique!

—¡No hay nada que explicar! ¡Ya basta! 

—¡No le digas a Estoico, si lo haces, la asesinarán! —fue la gota que derramó el vaso dentro de la cabeza de Hiccup.

—¿Es lo único que te importa? —se giró a verla, muy molesto y con lágrimas en los ojos—. ¡¿No en las personas que esa cosa podría matar?!

—¡Escúchame! ¡Ellos no son como creemos! ¡Son criaturas hermosas y tranquilas! —se puso de pie, limpiándose las mejillas empapadas en agua.

—¡Hace unos días una maldita pesadilla monstruosa iba a matarte! ¿O vas a decirme que también es una alma bondadosa? —ironizó.

—¡Quería decírtelo pero tenía miedo, miedo de que pensaras mal, miedo de que desterraran a mi papá, él ya ha sufrido lo suficiente como para enfrentar esto!

—¿Cuánto tiempo llevas ocultándoselo a tu padre? ¡¿No pensaste en las consecuencias que esto provocaría?! —se pasó una mano por el cabello, y con furia jaló de él. 

—¡Sé que esto está mal, pero no tuve el corazón de abandonarlo a su suerte! —cada que intentaba acercarse al castaño éste se alejaba. Definitivamente su decisión lo había afectado mucho.

—Tantos días buscando al maldito huevo, y resultó que tú lo tenías. ¿Cómo tuviste el descaro de ayudarnos sabiendo que eso estaba en tu casa? —más y más cosas relacionaba en su cabeza, el comportamiento extraño, todo.

—Deja que te muestre todo lo que he aprendido de ellos. Hipo, con esto, la guerra podría terminar... Para siempre. Ya no habría peligro, ya no habría razón para luchar. Todos podríamos ser felices —lentamente extendió su mano a la del chico, que parecía estar calmando su respiración agitada.

Cuando sus yemas rozaron la muñeca del ojiverde, éste respingó asustado por lo que la retiró rápido.

—Tranquilo... Ven conmigo —le susurró, sonriéndole.

No hagas caso, debes salir de ahí. La parte cuerda de su cabeza le exigía eso, pero había algo que lo detenía.

Esos enormes y bellos ojos azules, que lo miraban en tono de súplica. 

Aprovechó ese momento de debilidad, y entrelazó sus dedos con los de Hipo, empezando a caminar de vuelta al bosque.

Temperance colgaba de la rama de un árbol, de cabeza y con su cola sujetándola. Mirando expectante los movimientos de los adolescentes.

—Es hembra, tiene un carácter dócil y tranquilo. No te hará daño —le susurró Elsa.

—¿Cómo estás tan segura de que no va a comernos? —quiso hacerse para atrás al ver que el dragón bajaba del árbol y caminaba hacia ellos. La rubia lo detuvo.

—No lo hará, te lo prometo —le dijo, viéndolo a los ojos.

Estamos perdidos.

 




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