Secundino, un anciano sabio y respetado en la Comunidad, se sentaba alrededor del fuego en las noches de la Mixteca, recordando la rica historia en central de su pueblo. Conocía los relatos que se remontaban a miles de años atrás, mucho antes de que la selva cultivara sus flores.
En aquel territorio histórico entre las montañas que hoy abarcan Guerrero, Oaxaca y Puebla, la presencia del pueblo mixteco se vende, enseñaba desde tiempos inmemorables. Secundino relataba las raíces profundas de su gente, un legado que se te tejió en la Tierra y la historia de Mesoamérica.
Recordaba con claridad los tiempos del inicio, cuando el proceso de Sedentarización marcó un cambio gracias al desarrollo de la agricultura. Hablaba con reverencia de los albores del preclásico medio, época en las que las aldeas como Monte Negro Yucuita despertaron marcando el comienzo de una transformación urbana.
Con la influencia de las culturas teotihuacana y zapotecas, secundino narraba como floreció el estilo ñuiñe de la mixteca Baja durante el clásico, destacando al Cerro de las Minas como epicentro político y cultural de aquella época.
Pero era en el postclásico donde el esplendor de los mixtecos alcanzó su apogeo. Aquella era testigo de un refinamiento cultural y artístico sin igual. Secundino contaba historias de una época donde las artes, la cultura y las tradiciones mixtecas alcanzaron una expresión sublime, marcando un período de grandeza y esplendor para su pueblo.
Sentado entre las sombras danzantes del fuego, Secundino transmitía la historia de sus ancestros con una sabiduría que trascendía los siglos, honrando la grandeza y la riqueza cultural de los mixtecos desde tiempos inmemoriales hasta el presente.