Entre las montañas altas y el silencio de la naturaleza, dos hermanas, Eli y Dolores, se aventuraron en busca de leña. Siguiendo el sendero, debían llegar a una bifurcación que conduciría a dos caminos distintos. Con tres burros cargados de leña, se adentraron en los densos bosques de la región.
La premura de no retrasarse fue un eco constante en sus mentes. Su madre les había advertido sobre la peligrosidad de transitar tarde en esas tierras. Cerca de la colindancia con otro pueblo, se decía que un espíritu habitaba en la zona, alimentándose de la juventud y la vida de aquellos que se aventuraban después del anochecer.
Las hermanas apresuraban el paso entre los árboles, llevando consigo los preciados troncos. El sol descendía rápidamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas. La ansiedad se reflejaba en sus rostros mientras se acercaba la hora límite.
De pronto, se encontraron en la bifurcación. La incertidumbre se apoderó de ellas, debían tomar la ruta correcta para evitar cualquier peligro. El tiempo se les escapaba y el temor al espíritu aumentaba con cada minuto que pasaba.
Decidieron tomar el camino de la derecha, el sendero que conocían mejor. Los burros avanzaban pesadamente mientras las hermanas se esforzaban por apurar el paso. El crepúsculo les advertía que la noche estaba cerca, recordándoles el riesgo latente que representaba la oscuridad en aquel lugar misterioso y temido.
El temor y la intranquilidad las acompañaron durante el regreso. La sombra de la noche se extendía rápidamente y, en el silencio de las montañas, cualquier sonido se magnificaba, alimentando su aprensión.
Finalmente, divisaron su hogar a lo lejos. Con un suspiro de alivio, llegaron justo a tiempo, antes de que la oscuridad dominara por completo la región. Con la experiencia grabada en sus mentes, prometieron no aventurarse más allá del límite de seguridad impuesto por su madre, respetando las advertencias sobre aquel espíritu que acechaba en las montañas.