En la comunidad mixteca, en el corazón de las montañas, la sabiduría de las tradiciones ancestrales y la participación comunitaria se entrelazan en el tejido mismo de la vida. Son, una abuelita de 80 años, es una guardiana viva de estas costumbres y cada año, con la llegada del 1 de enero, se prepara para la renovación de las autoridades de usos y costumbres.
Son, con su piel arrugada que contaba historias del tiempo, se encontraba entre las primeras en despertar ese día. Aún en la oscuridad antes del amanecer, comenzaba a preparar las ofrendas, recogiendo flores frescas y hierbas aromáticas de su jardín. La luna, cómplice silenciosa de generaciones pasadas, iluminaba sus movimientos mientras encendía el copal y dejaba que su humo impregnara el aire.
Con un paso lento pero firme, Son se dirigía hacia el centro de la comunidad, donde el altar ceremonial se erigía como un puente entre lo terrenal y lo espiritual. Las luces parpadeantes de las velas danzaban en su rostro, resaltando la solemnidad de la ocasión.
En la plaza, los miembros de la comunidad se congregaban, envueltos en sus mantas bordadas y miradas llenas de respeto. Cada año, la elección de un día auspicioso para el ritual recaía en la experiencia y conocimiento de Son. Observando las estrellas y sintiendo la energía del viento, ella anunciaba con sabiduría el momento exacto para llevar a cabo el proceso democrático.
La urna, tallada con símbolos que contaban historias de antaño, estaba lista para recibir los votos. La voz de Son resonaba como un canto ancestral mientras explicaba la importancia de elegir a aquellos que velarían por la preservación de las tradiciones sagradas.
La comunidad, guiada por Son, emitía sus votos con piedras sagradas, depositando cada una en la urna con un suspiro de esperanza. Después de la votación, las piedras eran contadas con precisión, cada una llevando consigo la voluntad de un individuo y la confianza en un líder.
El "paso de poder" seguía, un momento de transición en el que las autoridades salientes, con la humildad de quienes han servido a su comunidad, compartían palabras de consejo y pasaban el bastón ceremonial a los nuevos líderes elegidos.
Son, con su presencia serena pero llena de vitalidad, era la encargada de entregar a los nuevos líderes un antiguo pergamino que contenía las enseñanzas y compromisos de aquellos que los precedieron. En ese momento, las manos de los jóvenes se encontraban con las de Son, creando un puente entre generaciones y fortaleciendo el lazo indestructible de la comunidad.
La ceremonia culminaba con danzas tradicionales, donde los más jóvenes aprendían pasos ancestrales y los ancianos recordaban los tiempos en que la vida fluía al ritmo de los tambores y la unidad de la comunidad era su mayor tesoro.
Son, con su corazón lleno de gratitud y sus ojos reflejando la paz de haber cumplido con su deber, observaba cómo la comunidad celebraba no solo la renovación de autoridades, sino la continuidad de un legado que perduraría mientras la Mixteca mantuviera viva su esencia.