Trae AquÍ El Cielo ©

2. VERLE DE NUEVO

La cena continuó en silencio, se miraban entre bocados; ella respondiendo las pocas preguntas que él le hacía, se sentía cómoda con él y mucho más sin esos zapatos.

Ya le había contado que hacía apenas unos días adquirió el departamento gracias a un conocido en el trabajo que se tuvo que ir del país, hecho que hizo vendiera por un precio muy asequible para ella que había estado ahorrando ya bastante tiempo para comprar su propio lugar.
También le había dicho que daba clase de idiomas en una universidad desde hacía dos años, cosa que lo había sorprendido.

Le extrañaba que él no le hubiese preguntado su nombre, aunque en el fondo quería creer que él la recordaba.
- Y tú, ¿hace mucho que vives aquí? Se encontró preguntándole, creyó que ya era su turno.
Él dejó la copa en la mesa, pues ya habían terminado la cena y estaban disfrutando del vino.

- No llevo la cuenta, pero sí. Creo que varios años. Soltó sin más, parecía darle lo mismo cuánto tiempo había vivido allí.

- ¿Y siempre has vivido solo? ¿Tienes familia aquí? Quería saber más de él, mucho más, aparte de qué había hecho todo este tiempo. 

- Si. No tengo familia, solo yo; ¿Has terminado ya?.

No sabía por qué le respondió tan seco, pero es que siempre se ponía así cada vez que le preguntaban por su familia, eran cosas que no quería recordar por lo cual no quería dañar la plática con eso.

- Sí, ya terminé; gracias por la cena, todo estaba delicioso.
Estaba incómoda, lo sabía, era un imbécil por arruinarlo.

Le dio una sonrisa tratando de remediarlo. - Gracias a ti por acompañarme, me gusta cocinar pero no es lo mismo para mí solo.
En realidad quería decirle que él podría cocinarle todos los días, pero no quería asustarla tan rápido.
- Fue un placer. Vio de nuevo ese hermoso rubor subir a su rostro mientras se metía el cabello detrás de su oreja, parecía hacerlo seguido.

Ella se puso de pie dispuesta a recoger y lavar los platos. Iba a tomar el de él pero su mano la detuvo. - ¿Qué haces? 
Sus ojos verdes siempre le habían encantado y su piel se sentía caliente donde él la sujetaba.
- Voy a lavar los platos. Trató de sonar lo más tranquila que pudo pero su pulso se había acelerado tanto que podía sentirlo en su garganta.

Él la soltó negando con la cabeza. - Por supuesto que no, eres mi invitada ésta noche, así que deja eso. Recogió el plato de todas formas.

- No, no puedo. Me ayudaste, me dejaste dormir en tu sofá y hasta me diste de comer; lo mínimo que puedo hacer es lavar los platos.
Vio que él iba a protestar nuevamente así que dio la vuelta y se dirigió a la cocina, no sería una descomedida.

La vio irse con los platos en las manos, iba a discutir con ella pero sabía que sería en vano porque iba a terminar de todas formas lavándolos.

Se rió pasando una mano por su cabello, caminó y decidió mirarla desde el marco de la cocina. lavaba cuidadosamente todo, se veía bien ahí, demasiado tentadora; así descalza y despreocupada como si estuviera en su casa y no con un extraño.
Su cabello rosaba su cintura con cada uno de sus movimientos, tenía que dejar de verla como si fuera algo delicioso para comer. Se aclaró la garganta. - Creo que tengo algunas herramientas que pueden ayudarnos con tu puerta. No esperó a que ella le respondiera, salió disparado en busca de algo que ni sabía tenía, debía salir de su espacio antes de que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse después.

No alcanzó a responderle porque al mirarlo ya no estaba, así que terminó de lavar rápidamente y secar todo. Cuando salió vio la manta tendida de una manera desordenada en el sofá por lo que la dobló cuidadosamente y la puso nuevamente ahí.
Trató de buscar otra vez sus zapatos y dio con ellos al pie de una pequeña mesa al lado de la puerta, también vio sus papeles así que los tomó pero no se puso los tacones.

- Creo que con esto es suficiente. Entró a la sala con varios objetos en sus manos. 
Se veía tan hermoso así con su ceño fruncido exáminando lo que traía, debía admitir que verle de nuevo fue algo inesperado pero que se sentía demasiado bien, era verdad que estaba muy cambiado, más grande, maduro y más hombre, ella también lo había hecho, luchó mucho por llegar hasta donde estaba, consiguió lo que siempre quiso, hacía lo que le gustaba a pesar de siempre sentir esa sensación de que algo faltaba. 

Suspiró y sonrió viendo los papeles donde estaba escrita la clase que había dado hace unas horas, fue difícil prepararla pero valió la pena porque tuvo el resultado que esperaba.
- ¿ Por qué estás tan feliz? ¿Te alegra haberte quedado fuera de casa, eh? Lo miró y tenía una sonrisa burlona en su rostro; Dios, que hermoso era cuando reía.
- Mañana es sábado, no doy clases. Dijo ya riendo sueltamente.
- Sí, créeme; lo sé. No parabas de decirlo mientras dormías en mi sofá. Color subió nuevamente a su rostro, juraba que le encantaba decir que había dormido en su sofá porque no dejaba de recordárselo.




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