Era cerca de mediodía. El departamento yacía en un extraordinario silencio y Romane no podía estar más fastidiada de leer la carpeta de su primo Louis.
Se había levantado pasadas las once de la mañana directamente a fumar un cigarrillo, cerrando la ventana para impedir que el humo saliese del recinto. Luego de esa pequeña tarea, como era de costumbre, entró al cuarto de su primo y registró todos los cajones de la mesita de noche en busca de algo interesante. Sabía que si tenía suerte ese algo se consumiría -por supuesto todo dentro de lo legal; solo podía ser tabaco o alcohol- o directamente no podría ser utilizado por su mente abstracta.
En esta ocasión había encontrado una carpeta llena de papeles con una letra minúscula, marcado cada dos frases con un tipo de destacador distinto y llena de anotaciones con una caligrafía ininteligible.
Leyó la primera página genuinamente interesada, pero después de llegar a la frase " ...detenido bajo los cargos de robo con intimidación... " se detuvo y pasó a la siguiente. Ya tenía suficiente con la plática docta sobre los casos diarios de Louis como para volver a rellenar sus pasadizos mentales con la misma aburrida información.
Cuando hubo revisado toda la carpeta y concluyó que no había nada particularmente sangriento, decidió que fumaría en el cuarto de su primo uno o dos cigarrillos. Quizás toda la cajetilla si el dueño del cuarto no llegaba en los próximos treinta minutos.
Romane sabía de sobra que eso no pasaría.
Sacó un encendedor de debajo del colchón de la cama y prendió el primero, procurando no derramar cenizas en el cobertor. Si estaba fumando encerrada en una habitación ajena, al menos tenía que tener la decencia de dejar todo limpio para la tranquilidad de su dueño. No se le olvidaba que el siguiente lugar más cómodo que la recibiría si Louis la echaba, sería la boca inferior del puente Flaviano o el cuartucho viciado en que vivía su amiga Rébecca.
Sabía perfectamente que la unica diferencia entre un sitio y el otro era que bajo el puente se respiraba un aire más limpio y podía entrar la luz del sol.
Rébecca podría brindarle un techo, dormir en un recinto cerrado y cálido, quizás bañarse con agua limpia, pero todo eso en realidad no le provocaba gran emoción. En cambio, al puente no tendría que pedirle hospedaje ni seguirle alguna regla, mucho menos tendría que hablarle por obligación...
Ahora bien, Louis le proporcionaba dinero, tabaco y alcohol; los otros dos lugares no podían asegurarle eso. Tenía que ahorrarse joderle la vida por lo menos en un aspecto para poder seguir fumando y nadando en la vagancia.
Sonrió relajadamente al terminar en ese pensamiento tan cómodo: le parecía un privilegio poder vagar sin ningún tipo de inconveniente.
Finalmente, se recostó sobre las almohadas, mirando como las volutas de humo hacían figuras graciosas al viajar hacia el techo. Las columnas espesas apenas dejaban ver la superficie pintada de verde tropical, pero los diminutos huecos por los que escapaba el color eran suficiente para hacer trotar la imaginación de Romane.
Tomó otro cigarrillo de la caja y lo utilizó como si fuese un pincel, tratando de esparcir la tonalidad por los lugares que permanecían ahogados en el humo. Pensó en la idea de la pintura por generación espontánea y por un momento sintió que había encontrado la formula para la eterna juventud.
Si alguien quería pintar, solo tenia que acostarse a fumar en un lugar absolutamente cerrado hasta morir de asfixia y asunto arreglado. ¡Era la mejor idea que se le había ocurrido en años!
Claro, si le quitabamos el hecho de que había que respirar humo por horas hasta intoxicarse, la imposibilidad de elegir el color o el lienzo, incluso derribando el placer de mezclar los colores, la idea era totalmente compatible con la necesidad de su alma por obtener nuevas pinturas.
Recordaba tristemente que ya no tenía ninguna en la caja, la pálida e insípida imagen del medio retrato hecho el día anterior se lo confirmaba, pero no tenía ganas de gastar su dinero en esa clase de artilugios.
Prefería beberse la mitad de su mesada en el bar sin nombre que quedaba a dos cuadras del departamento, pensando en lo fantástica que era su vida sin un empleo, sin un amigo por interés, sin un insulso amor platónico de cafetería o de tren. Luego, festejaría su "mesa para uno" en algún restaurante de fideos instantáneos, cantando desafinandamente y dibujando el retrato de algún pobre miserable de cuello y corbata que estuviese comiendo solo -por la necesidad de comer más que por el placer de hacerlo solo-, para incluirlo en la exposición personal y exclusiva de su habitación llamada "entre platos vacíos y caras de poker".
Esa si era una manera fantástica de gastar el dinero. Comer mirando a otros que también comían. Poder comer.
De pronto, sintió que caía de golpe en el pavimento.
Se acordó de sus primeros días en la casa del padre de Louis. Esos maravillosos tiempos en que su tío Orville se llenaba las entrañas con alcohol puro mientras ellos se morían de hambre. Entonces, cuando lloraba por los calambres abdominales y le pedía ayuda a ese señor, el viejo se limpiaba la boca con la manga y le escupía con su hálito de alcohol revuelto: "Llénate el estomago con solidaridad, piojo. Hay niños que en verdad han muerto de hambre; haz algo por ellos y cierra el pico". Luego de eso, tenía que morderse las manos, primero para no hacer ruido al llorar y más tarde porque llorar no le quitaba el hambre.