Un reencuentro inesperado.
11 de octubre del 2019.
A inicios de mi adolescencia, mi vida se convirtió en un ciclo interminable que me privó de aquellas cosas que los que me rodeaban solían disfrutar sin ataduras de conciencia, siendo libres de correr y correr y no ser detenidos por ninguna sujeción. Ignoré los deseos de mi ser y los mandé a un rincón oscuro y alejado para que no pudieran tomar control sobre mí, siendo inconsciente del cascarón vacío y sin gracia en el que me fui convirtiendo.
Cuando tenía 10 años la salud de mi madre, que pasó gran tiempo de su existencia esforzándose para brindarme de los recursos necesarios para sobrevivir, empezó a deteriorarse. A los 12 años recibí la noticia de que padecía de una enfermedad degenerativa y que había avanzado aun punto donde era incurable, y fue entonces que, mientras su vida comenzó a disiparse frente a mis ojos, empezó a tomar cachitos de la mía.
Mi vida pasó a estar bajo el control de su enfermedad y su desesperación, y estas me llevaron a imponerme el deber de complacerla hasta su último respiro. Pero ni la mente más experimentada hubiera podido prever los efectos que eso conllevaría.
El ser humano era irracional y egoísta. Moriría pronto y para mi madre solo importó algo: ver sus sueños frustrados en mi futuro, vio su añoranza reflejada en el porvenir que yo sí tenía asegurado, y únicamente la forma de ganar un lugar con ellos impuestos era reiterar la tortura una y otra vez.
Estudiar y mejorar. Estudiar y perfeccionar. Estudiar y seguir estudiando.
Las horas viendo las páginas de libros manchadas por mi sangre, el zumbido ensordecedor que me causaba los azotes en mi espalda y aun así estar obligada a citar cada respuesta correctamente; noches sin dormir ni comer, encierros y aislamiento, era lo único que recordaba con viveza de sus últimos años de vida.
Lo que debían ser memorias grises y tristes, eran pesadillas lúgubres que imploraba olvidar.
Pensé que una vez que mi madre muriera podría recuperar mi vida, pensé que complacerla hasta que eso pasara era mi deber, lo que me correspondía por ser su hija. Pero nadie me dijo que sus exigencias eran insaciables, y que aun después de la muerte su fantasma seguiría persiguiéndome día y noche.
Me mudé de ciudad, cambié mi forma de vestir, me junté con gente extraña y peligrosa, reí falsamente y envenené mi mente con ideales borrosos, sin embargo esos hábitos enfermizos se mantuvieron; y reacia a dejarlos ir los adopté como el castigo que me perseguiría por el resto de mi existencia. Lo que yo creí que era libertad fueron nuevas ataduras... Y ahora no solo era fugitiva de la enfermedad que había consumido la calidez de mi madre, los fantasmas de mi pasado y el de las muertes que pudieron evitarse se convirtieron en mi sombra y más deletérea compañía.
Todo era mi culpa...
Yo solo quería ser libre.
Habían pasado cinco días desde que me encontrara varada en aquel tiempo, siendo una intrusa en mi propia vida. Había tardado en darme cuenta de la realidad de estar en ese lugar donde no pertenecía y repudié el hecho de no poder escapar. En esa o cualquier línea del tiempo yo seguiría siendo una cobarde, y no quería revivir lo que había recorrido esos cinco años en soledad.
Aquello era un castigo disfrazado de oportunidad. Una tortura reiterándose como el costo de mis pecados.
Solté un suspiro y cerré la pantalla del ordenador. Había estado buscando en los navegadores de internet la solución o una explicación a mi condición, apenas salí de la habitación o separé la vista de la pantalla, pero solo logré confundirme con historias de ficción y farsantes buscando popularidad.
Al sexto día, el golpe que terminó de iniciar mi pesadilla fue cuando mi tía me obligó a salir de la burbuja en la que me había estado resguardando. Fue entonces que me di cuenta de que mi vida seguía, que tenía un destino que evitar y obligaciones que llevar a cabo. Por más que lo deseara, no podía quedarme encerrada en la habitación deseando despertar. Tenía que moverme.
Así fue como la curiosidad tomó poder sobre mí y terminé asistiendo a mi penúltimo año de preparatoria.
Según mis recuerdos y la información que había coleccionado, yo había llegado a la ciudad hace siete días. En el pasado original yo había asistido a la escuela el día posterior y no hoy, pero tal parecía que los hechos no habían cambiado, ya que al final un mal principio era el que las circunstancias habían elegido de nuevo.
Mi mente había reprimido la mayor parte de mis recuerdos, y mi único apoyo era la posibilidad de mantener a Amei con vida. Así que cuando miré la fecha en la pizarra y visualicé que solo faltaban diez días para el día de brujas, me dije que no habría distracciones que pudieran impedir que la salvara. Y la escuela podía ser una de ellas.
Los errores que habían hecho mi vida un desastre y que me llevaran a la tragedia aún no los había llevado a cabo, y la incertidumbre que eso me causaba estaba apresurándome para que decidiera cuál camino era el que correría de aquí en adelante.
Los temas y ejercicios variaron las primeras horas del día. Me mantuve bien concentrada en cada palabra, cada definición que salía de las bocas de los profesores; aunque ya me supiera gran parte de la información. Nadie se acercó a mí durante el trayecto, todos a mi alrededor parecían tan abstraídos con sus grupos de amigos o en sus propios asuntos, brindándome de la incómoda sensación de que estaba sobrando. No busqué el valor para entablar una conversación, y estaba segura de que tampoco la tendría para responder a una.
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Editado: 12.11.2021