Tras las rejas del Amor

Capitulo 3

El día transcurrió con una mezcla de nerviosismo y aburrimiento para Bonnie. Exploró la mansión, encontrando habitaciones llenas de arte, joyas y riquezas que jamás había imaginado. Sin embargo, cada objeto de valor solo servía para recordarle su situación: todo este lujo era una cárcel.

María la encontró en la tarde, sentada en el jardín, mirando sin ver una fuente en el centro.

—Señorita Bonnie, el señor Moretti ha solicitado su presencia para la cena. —dijo la mujer con amabilidad.

Bonnie asintió, levantándose con resignación. María la guió de regreso a su habitación, donde la esperaba un elegante vestido negro sobre la cama.

—El señor Moretti desea que use este vestido para la cena. —explicó María.

Bonnie miró el vestido con desdén, pero decidió no luchar contra esa pequeña imposición. Sabía que habría otras batallas más importantes por delante. Se vistió con la ayuda de María, y cuando se miró en el espejo, casi no se reconoció. El vestido realzaba su figura y su belleza, pero no podía evitar sentir que era una trampa, un disfraz que ocultaba su verdadera situación.

Descendió las escaleras, sintiendo el peso de cada paso. Al llegar al comedor, Dante ya estaba allí, esperándola. Se levantó al verla entrar, y por un momento, Bonnie vio una chispa de admiración en sus ojos.

—Estás hermosa Bonnie . —dijo, su voz suave pero firme.

Ella no respondió, simplemente tomó el asiento que él le indicó. La mesa estaba llena de platos exquisitos, preparados con el mayor esmero. Sin embargo, Bonnie apenas probó bocado, su apetito eclipsado por la tensión de la situación.

—Espero que el día haya sido agradable para ti. —comentó Dante, intentando romper el silencio.

—Tan agradable como puede ser cuando uno es prisionero. —respondió ella con frialdad.

Dante suspiró, dejando los cubiertos a un lado.

—Entiendo que estés resentida. Pero quiero que sepas que no eres mi enemiga Bonnie. No estoy aquí para hacerte daño.

—¿Entonces por qué estoy aquí? —exigió saber, sus ojos clavados en los de él.

—Porque te necesito. —admitió él, su mirada intensa y sincera—. Más de lo que puedas imaginar.

Bonnie se quedó en silencio, desconcertada por la honestidad en su voz. No sabía cómo interpretar sus palabras. Decidió cambiar de tema, esperando obtener más información.

—¿Qué haces realmente, Dante? —preguntó—. Además de aterrorizar a la gente y controlar todo a tu alrededor.—

Él sonrió, pero era una sonrisa sin alegría.

—Es una larga historia Bonnie. Mi familia ha estado en este negocio por generaciones. No es algo de lo que pueda escapar fácilmente. Pero trato de mantener el orden de proteger a los míos.

—¿Proteger? —repitió ella, incrédula—. ¿A costa de destruir a otros?

Dante la miró fijamente, su expresión se endureció.

—A veces, las decisiones no son tan simples. Hay grises en este mundo Bonnie. Pero no espero que lo entiendas ahora.

La cena continuó en un silencio incómodo. Bonnie sentía que había una muralla invisible entre ellos, hecha de desconfianza y temor. Cuando finalmente terminó, Dante se levantó y la acompañó de regreso a su habitación.

—Buenas noches, Bonnie. —dijo, deteniéndose en la puerta.

—Buenas noches. —respondió ella, cerrando la puerta detrás de sí.

Se dejó caer en la cama, sintiendo la presión de las lágrimas que había contenido durante todo el día. Todo esto era demasiado, demasiado rápido, demasiado intenso. Pero sabía que no podía permitirse quebrarse. No ante él. Tenía que ser fuerte, por ella y por su padre.

Los días siguientes pasaron en una monotonía abrumadora. Dante la dejaba explorar la casa y los jardines a su antojo, pero siempre bajo la vigilancia discreta de sus guardaespaldas. Cada noche cenaban juntos, una rutina que Bonnie empezó a detestar y a esperar al mismo tiempo. Había algo en esas cenas, una tensión latente, una lucha de voluntades que la mantenía en vilo.

Una noche, durante una de esas cenas, Dante rompió el silencio con una pregunta inesperada.

—¿Qué te apasiona Bonnie? —preguntó, su voz suave.

Ella levantó la mirada, sorprendida por la pregunta.

—¿Qué importa eso? —respondió, a la defensiva.

—Importa más de lo que crees. —dijo él—. Quiero conocerte mejor.

Bonnie dudó por un momento, luego decidió responder honestamente.

—Me gusta pintar. —admitió—. Siempre he encontrado paz en el arte.

Dante asintió, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Mañana te llevaré a un lugar especial. —dijo, su voz firme—. Creo que te gustará.

Al día siguiente Bonnie se despertó con una mezcla de curiosidad y temor. María la ayudó a vestirse, y luego la condujo a un coche que la esperaba en la entrada. Dante la estaba esperando, y cuando ella se sentó a su lado, el coche arrancó.

El trayecto fue corto, y pronto llegaron a un edificio antiguo en el centro de la ciudad. Dante la guió hasta un estudio de arte, lleno de lienzos, pinceles y pinturas de todas las clases. Isabella se quedó sin palabras, abrumada por la belleza del lugar.

—Este estudio es tuyo Bonnie—, dijo Dante observando su reacción—. Puedes venir aquí cuando quieras. Pintar lo que desees.

Ella lo miró, sin saber qué decir. Por primera vez desde que había llegado a la mansión, sintió un rayo de esperanza. Quizás, solo quizás, podría encontrar un refugio en medio de todo este caos.

—Gracias. —dijo finalmente, con sinceridad.

Dante asintió, y por un momento Bonnie vio algo en sus ojos. Una chispa de humanidad, un destello de la persona que podría haber sido si su vida hubiera sido diferente.

Los días que siguieron fueron un poco más llevaderos para Bonnie. Pasaba las mañanas en el estudio, perdiéndose en sus pinturas y dejando que los colores hablaran por ella. Pero cada noche, cuando regresaba a la mansión, la realidad de su situación volvía a golpearla con fuerza.

Sabía que aunque encontrara momentos de paz seguía siendo una prisionera. Y aunque Dante intentara mostrarle una faceta más amable, no podía olvidar lo que él representaba. Su vida estaba atrapada entre las sombras y los destellos de luz y no sabía cuánto tiempo podría resistir sin quebrarse.




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