Cuando el sol llegó al cenit, Gafar se amarraba una bolsa a la espalda repleta de provisiones y Bek se preparaba para cargar al joven. Según el cocodrilo esa era la manera más fácil de llegar al lugar que decía el niño. Gafar se arremangó el pantalón blanquecino y caminó un par de metros dentro del río, sus rodillas estaban cubiertas por las verdes aguas, mientras Bek se sumergía para luego aparecer bajo el joven, quien casi cae de bruces al sentir el golpe del cocodrilo.
Gafar se acomodó sobre el lomo del reptil, se sostuvo con sus rodillas y palmas. Así Bek comenzó a nadar con su carga lista, aunque para el enorme cocodrilo el joven pesaba muy poco, casi no lo sentía, pero si percibía sobre sus escamas la cálida temperatura que desprendía el jovencito.
Las horas pasaron, anocheció y amaneció de nuevo, mientras el cocodrilo avanzaba en silencio. Gafar observaba la vegetación que cubría al río. El niño se sentía sorprendido, tanto verdor y aire templado lo mantenían atento a cada cambio en el río, observaba a los peces nadar velozmente y a las aves que bajaban en picada para cazar a uno de ellos. Bek mantenía su lomo en el exterior para evitar que se cayera el joven badawi.
A lo lejos del río se podían observar casas, callejuelas y automóviles en movimiento. De vez en cuando Gafar estiraba su espalda y miraba hacia la carretera, parte de su esperanza estaba puesta en que su abuelo podría reconocerlo a pesar de que estuviera a una lejana distancia. Sin embargo, no logró ver ningún vehículo de las proporciones que su mente había imaginado.
El agua seguía meciéndose alrededor del cocodrilo mientras el joven, con mayor confianza, se recostaba en él. La velocidad que llevaba el cocodrilo arrullaba a Gafar, provocándole un poco de sueño; Bek por su parte, estaba concentrado en mantenerse dentro de la mitad del río y aprovechar las sombras generadas por las palmeras y árboles que ahí se encontraban.
Avanzaron varios metros sintiendo la calma del río, la brisa dulce y refrescante que se producía sobre él y bajo las suaves melodías de los pájaros cantando, así como el chapoteo de los peces alimentándose de mosquitos. Estaban a corta distancia de los cultivos, presentes a orillas del río, que rápidamente desaparecían y los dejaban a la vista de los humanos, mientras comenzaba un nuevo día.
—Niño, ¿estás despierto? — Comentó una voz gutural, mientras las pupilas de Bek se giraban hacia su lomo.
Un tipo de gemido salió de la garganta del muchacho, algo así como una afirmación.
—Es mejor que te prepares, voy a descender—Advirtió el cocodrilo.
Gafar estaba dormitando tranquilamente, realmente no había escuchado las últimas palabras de Bek, así que el cocodrilo comenzó a descender mientras las ropas del joven se cubrían con pequeñas olas. La ropa de Gafar se estaba empapando, pero él apenas y se daba cuenta de lo que sucedía. Cuando el agua llegó a sus hombros y rozó su cara salió de su reposo, su cuerpo instintivamente dio un salto hacia atrás provocando que el joven se soltara y quedara flotando.
El grito que salió de su boca fue callado por el agua circundante. Sus miembros empezaron a agitarse de manera violenta, puesto que él no sabía nadar. Bek al darse cuenta de que el niño había entrado en un estado de pánico volvió para ayudarlo a salir a la superficie.
—¿Qué sucede? — reprochó con molestia la gutural voz.
—¡Ah! — Soltó como respuesta el jovencito. Unos segundos pasaron y logro responder. —No sé nadar... ¿por qué me soltaste?
—Te advertí —dijo un poco molesto el enorme reptil.
Gafar tomó aire con dificultad, estaba nervioso. Bek con bastante fastidio se mantuvo en la misma posición hasta que el joven se relajó, en ese instante le explicó como colocar sus manos para detenerse en su cuello sin lastimar sus escamas.
Aunque el cocodrilo le explicaba bastante enojado, practicaron varias veces para evitar que el niño se soltara y vivieran otro momento de pánico, así como aprovecho a enseñarle el nado básico. Por su puesto que el joven tenía miedo, pero por alguna razón sentía confianza en ese ser.
Cuando Gafar entendió las tácticas de Bek para sumergirse y flotar continuaron su recorrido. Nadaron con la cabeza fuera de la superficie. El río se extendía a cada bamboleo, las casas volvían a surgir y el movimiento humano cesaba, esto último debido a que el día obscurecía. La nueva noche los ayudaba a mantenerse en la superficie sin ser percibidos por los humanos, excepto los animalillos que habitaban en los límites del río.
Las estrellas ya iluminaban el cielo, pero el mundo humano vislumbraba mayor vida, aunque estas luces opacaban parte de la belleza del río, ambos disfrutaban el espectáculo nocturno e iban con calma para no despertar sospechas, mientras se acercaban a la ciudad de Esna.
En ese instante, el cocodrilo recordó fragmentos de su pasado en donde un joven muy parecido a Gafar le miraba con amabilidad...
Los negros ojos del joven faraón estaban posados en el verde río que cruzaba frente a su palacio. Mientras él pensaba en algo que su madre le había dicho cuando era pequeño, el generoso creador del río salía con un puñado de exuberantes peces azules que acaba de pescar para festejar el decimoquinto cumpleaños de su gran amigo.
El poderoso dios Sobek traía puestas sus mejores sedas y un elegante pectoral de oro puro en el que se mostraba su estatus de deidad creadora, así como un tocado magnifico que demostraba su poderío sobre los demás dioses, puesto que crear vida era un don poco común entre sus congéneres divinos. Sin embargo, él era una deidad protectora y amable que siempre se ocupaba de verificar que su hermosa creación se mantuviera en equilibrio, fue en uno de sus viajes que conoció al nuevo faraón de su reino, Adyib.
Editado: 30.12.2020