Travesía por el Nilo

La secta Dyet

El grupo de mercenarios que había secuestrado a Aiman esperaba nuevas ordenes de su jefe dentro de uno de los almacenes de un restaurante al centro de la ciudad, ya que ese era el lugar de reunión de su cliente. Ellos se encontraban dialogando sobre los secuestros que acababan de cometer, no por el hecho de ser su primera vez desapareciendo personas, sino por la curiosa procedencia de los individuos en cuestión.

 

La mujer era arqueóloga y estaba laborando en la sala de reparación del museo del Cairo, mientras que el anciano era un badawi que se dedicaba a vender telas y artesanías; la extrañeza de aquellos hombres se debía a que ambos eran muy importantes para su cliente y, a pesar de que en su trabajo no se debían hacer preguntas, ellos se cuestionaban como era posible que el sacerdote Moad supiera dónde y a qué hora se encontrarían los individuos, además de que remarcó el hecho de que estarían solos.

 

Mientras tanto, Aiman se encontraba recostado en el camastro de su celda pensando en su nieto, el anciano estaba demasiado preocupado por el jovencito, puesto que era muy impulsivo y hacia las cosas sin reflexionar antes; realmente le recordaba a su nuera, la cual siempre hacía enojar a su hijo por hacer las cosas sin pensar antes las posibles consecuencias. Entre tanto, la arqueóloga estaba encerrada en una de las alacenas del restaurante " Áspid de Cleopatra", sentada en el polvoroso suelo se debatía sobre cómo debía reaccionar ante la situación que estaba viviendo, además, estaba procesando el impacto que le causó ver a aquellos hombres vistiendo los uniformes del ejercito egipcio y usando un par de sus vehículos, sin que nadie sospechase.

 

Fuera del restaurante un trío de vehículos aparcaba, de ellos bajaban seis hombres ataviados con túnicas de seda roja de las cuales pendían unos collares dorados que simbolizaban los tocados de los antiguos sacerdotes egipcios, así como llevaban turbantes negros en sus cabezas, todo ese vestuario representaba la esencia del caos y por ello lo usaban en sus festividades. Entre aquellos hombres se encontraba el líder de la secta, aquel hombre era descendiente directo del sacerdote que había acompañado al faraón Uadyet desde que inicio su reinado hasta su fallecimiento, trece años más tarde y, por ende, tenía el don de la adivinación.

 

Un séptimo hombre vestido de la misma manera salió del restaurante para darles la bienvenida a sus compañeros, él iba acompañado de sus meseros, quienes recibieron con bebidas a los invitados y los colocaron en la mesa que siempre acostumbraban tomar. Ya que esta reunión era demasiado relevante para ellos, decidieron cerrar por completo el lugar para evitar que las personas se enteraran de las identidades de los miembros más importantes que conformaban el culto al dios del desierto.

 

Mientras les servían una deliciosa comida en estilo bufete, el comandante de la división de defensa de Edfu le ordenaba a un hombre que preparara a su equipo para ir a recoger al anciano badawi, el cual saldría en un par de horas del departamento de justicia, puesto que no habían encontrado pruebas que comprobaran que éste fuera un terrorista. Con una reverencia aquel hombre salió rápidamente por la puerta trasera del restaurante para ir por el grupo de hombres que se encargarían de la tarea.

 

La plática en árabe antiguo giraba entorno a los últimos detalles que faltaban por definir para la ceremonia de resurrección del temible faraón Uadyet, la cual al fin se llevarían acabo dentro de dos días, puesto que contaban con todas las piezas para realizar dicho ritual. Entre ellas se encontraba el último descendiente de su cruel faraón, quien pertenecía a la estirpe del primogénito bastardo de su rey, quien había nacido de la unión con una sierva del palacio.

 

—En cuanto llegué el anciano quiero que traigan a la rubia, tengan cuidado que es una mujer ruda —advirtió el dueño del restaurante a sus empleados. Aquellos hombres asintieron y se prepararon para realizar la tarea.

 

—Hermanos, este día es muy importante —declaró Moad levantándose de su silla —. Debemos prepararnos para recibir al heredero de nuestro grandioso faraón y, por supuesto, explicarle cual es su importancia en nuestra celebración.

 

Los miembros miraban con orgullo al sacerdote, ya que había localizado con éxito al verdadero heredero de su amado rey. Todos ellos conocían los amoríos que había tenido el faraón en su época de mandato, por lo cual habían dedicado décadas buscando a todos los posibles descendientes directos de aquel hombre para llevar su sangre hasta el Templo de Kom Ombos y realizar el ritual de resurrección. Sin embargo, durante todos esos años en los que se ocultaban de la sociedad egipcia detrás de varias leyendas urbanas, no habían logrado encontrar ninguna de las piezas faltantes y eso sólo significaba que le estaban fallando a su faraón.

 

Por lo mismo, ellos estaban detrás de varias instituciones relevantes en el país, como el museo y algunos departamentos de justicia, que habían sido utilizadas para localizar los artefactos perdidos y buscar a todos los posibles descendientes del faraón, esto con el único objetivo de retornar a la vida al hombre que les había prometido vida eterna a sus antecesores, como era de esperarse este don divino se entregaría a los miembros de la corte que lo despertasen. Con aquella promesa esos hombres habían crecido y por eso ese día se encontraban celebrando.

 

 

Las horas pasaron rápidamente para Aiman, quien al fin era procesado para ser liberado de la cárcel. Los guardias le entregaban las pocas cosas que traían en sus bolsillos, entre ellos una pequeña navaja para cortar cuerdas y unas monedas que seguramente le servirían para realizar una llamada, mientras el anciano recibía sus pertenencias uno de ellos se encargaba de avisar a los hombres del comandante para que pudieran interceptar al badawi antes de que saliera de la zona.



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En el texto hay: suspenso, dioses de egipto, egipto

Editado: 30.12.2020

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