Trece Muertos Que Enterrar

Capítulo 2. LA ESPERA.

En lo que duró el trayecto, los sueños se enmarañaban en su mente como sierpes augurando un mal venidero             

En lo que duró el trayecto, los sueños se enmarañaban en su mente como sierpes augurando un mal venidero. La realidad se mezclaba con los confusos pensamientos que tejían sus pesadillas y los recuerdos, aun presentes, de una vida pasada envenenaron su subconsciente. Axel era joven, pero su vida había sido larga y aunque en sus grandes ojos no se vislumbraba el sufrimiento pasado, su mirada, en ocasiones, tenía un oscuro brillar que lo delataba. Aquella mañana soñó con la calle, los años de tristeza y soledad, soñó con el miedo y el sentimiento constante de vacío en el estómago. Soñó con unos ojos enfermizos, sin brillo y atemorizados que, aferrándose con un hilo a la esperanza, le llamaban por su nombre.

Cuando el coche paró, el cuerpo de Axel permanecía inmóvil en el asiento, frío y sudoroso, con el ceño fruncido y los ojos cerrados con fuerza en una mueca que desfiguraba sus facciones. El coche permaneció parado hasta que el joven comenzó a recobrar la consciencia. Aún sumergido en el letargo inducido por el gas, sus pensamientos permanecían confusos. Ya despierto, tardaría aun unos minutos en recuperar la autonomía de su propio ser. Por las sensaciones que su cuerpo le devolvía, era consciente de que había pasado mucho tiempo durmiendo, quizás seis horas, quizás más, pero por la posición del sol, apenas parecía que había dormido un par de horas.

Al salir del coche, aquellas rumorosas sensaciones desaparecieron al ver el lugar en el que se encontraba: las instalaciones ALEA. Cada año que se retransmitía el concurso por internet, tanto el mapa como el edificio cambiaban por lo que no era extraño que aquel escenario que frente a sus ojos se erguía le resultase tan extraño. A su alrededor tan solo había bosque, bosque y una fina carretera sin asfaltar que se adentraba en la espesura de los árboles. En medio de aquel paraje casi virgen había sido construido un bello edificio con forma de "T" inversa.

Axel lo escudriñó desde la lejanía, desde la planta baja hasta el gran reloj situado en la fachada de la planta superior. La planta más baja tenía dos amplios ventanales a ambos lados de la gran puerta principal, aunque desde tan lejos no alcanzaba a ver qué podría haber dentro. La segunda planta también tenía grandes ventanas, pero estas estaban separadas, como si perteneciesen a muchas salas que colindaban unas con otras. "Debe ser la planta de las habitaciones..." pensó Axel, tratando de beberse la imagen frente a él. Una planta por encima, el edificio se estrechaba y se erguía imponente.

— Tres, cuatro plantas como mucho...- Murmuró para sí mismo.

Por un momento pensó en acercarse al maletero, pero entonces recordó que no había bolsas que recoger, a ALEA no podías llevarte nada. Después del collar de pesadillas que habían tratado de ahogarle, estaba mucho más tranquilo. A pesar de aquella aparente serenidad latente en su pecho, uno de los sueños se había quedado en su mente: Su pareja, sus ojos apagados, su brillo extinguido, su cuerpo exangüe, el miedo a la muerte en un casi imperceptible hilo de voz. Axel no trató de borrar de su mente el dolor que aquella imagen de Nova evocaba en su mente entumecida, se aferró a ella y se prometió no dejarla ir hasta ganar.

La estrechísima carretera asfaltada no llegaba hasta la puerta de la instalación, abarcaba poco más que lo suficiente para albergar la anchura de un coche y medio. Pisó hierba, flores y ramas mientras se acercaba hacia la gran puerta gris visón. No había nadie más en aquel jardín. El conductor del coche permaneció en la puerta del automóvil mirándole desde la lejanía, tenía la obligación de estar ahí hasta que entrase por si acaso se arrepintiese y necesitase volver a casa. No pensaba arrepentirse.

Llegó a la puerta.

Tuvo en su palma por un instante el picaporte inmóvil.

Empujó y, sin saberlo, estaría dejando atrás el mundo tal y como lo conocía.

Axel entró en las instalaciones ALEA y contuvo la respiración. Las brillantes luces del recibidor le impresionaron más de lo que unos segundos atrás habría imaginado. Había visto las ediciones anteriores de "EGO" y era consciente de lo importante que era hacerse al escenario, conocer las instalaciones, fijarse hasta en el más mínimo de los detalles, pero en aquel momento estaba cegado por la inmensidad del espacio que ante él se abría. Desde el exterior no parecía tan grande como realmente lo era por dentro, sin duda era el mapa más grande que había visto hasta el momento.

El suelo del recibidor estaba cubierto con una limpísima moqueta roja que combinaba con las paredes amarillo narciso. A la izquierda de la puerta había una pequeña zona de descanso, provista con una mesa baja, un sofá blanco y dos pequeñas butacas a los laterales de la mesa. A la derecha de la puerta principal había un amplísimo mostrador de color caoba con folletos por encima y numerosas fotografías de hermosos parajes vírgenes; cielos cristalinos, sin rastro de la contaminación que ahogaba a las grandes ciudades. Tras el mostrador había un gran televisor de pantalla plana y dos altavoces anclados a la pared.

El recibidor era una amplia habitación rectangular con dos puertas al fondo, una a la izquierda y otra a la derecha y dos tramos de escaleras, uno a cada lado de la estancia. Frente a la puerta de la entrada, al fondo de la habitación, había unas escaleras que bajaban a un subsuelo y, a los laterales de estas escaleras de bajada, había tres peldaños a cada lado que se alzaban, ligeramente, dando a un pequeño rellano con otra puerta de cristal esmerilado y pomos dorados.



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En el texto hay: asesinatos, supervivencia, posapocalptico

Editado: 02.12.2020

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