Treinta Amaneceres

Crepúsculo.

CREPÚSCULO


Tomás se encontraba sentado recostado por el respaldo de la camilla del hospital. Luego de la final en la que su equipo de básquet gano, no volvió a salir del nosocomio. Llevaba ahí dos semanas, tratado de tomar la decisión más difícil de sus cortos dieciocho años.
 No podía creer que justo le estaba pasando esto. Él, que tenía tanto futuro en el deporte, ¿acaso la enfermedad no podía esperar hasta después de la universidad? ¿después de que lo becaran? Paso sus manos por el rosto suspirando tan ondo como pudo, tratando de que el aire llevara toda su frustración, toda su tristeza. 
Las dos semanas que llevaba allí solo se dejaba revisar por el doctor asignado a su caso, no se dejaba tocar ni cuidar por ni una enfermera o residente, no necesitaba tantas manos sobre sí. Sabia que a veces descargaba su ira con los visitantes, los trabajadores del hospital o incluso con sus padres. Pero ellos no entendían, su vida se había terminado. Su carrera, su futuro. Sus sueños.
Si tan solo no estuviera enfermo, podría haber sido…podría haber hecho. Y así, entre los podría, los talvez, los quizás. Se quedó dormido.

Tomás se sujeto la cabeza, el dolor era casi insoportable. Se incorporo, no sabía en qué momento se quedó dormido, o cuando se acostó. Pensaba mirando la ventana, aunque en realidad no veía hacia afuera.
—Ejem. Si te preguntas quien te recostó, fui yo. Ahora si esa no es tu incógnita, me disculpo por interrumpir el silencio— miro hacia donde venia la voz. allí en el rincón una muchacha con gafas leía un libro forrado con papel azul cielo. 
—¿Tú quién eres? Todas las enfermeras saben que no quiero ni necesito su ayuda. —comento algo furioso, dirigiendo su seño fruncido a la muchacha que ahora si lo miraba.
Asintió lentamente y levanto una de sus castañas cejas sin apartar la mirada de sus ojos, parecía una guerra de “el que parpadea primero pierde”. En la que ni uno quería perder. De pronto algo llamo la atención de los ocupantes de la habitación, el doctor había llegado. Tomas pensó que por fin echarían a esa entrometida. 
—Hola Zoé, veo que conociste a Tomás. — la sonrisa en el rosto del hombre no le dio buena espina. Se giró hacia él para decirle — Tomás ella es Zoé, será tu acompañante terapéutica por algunos días. Tus padres y yo creemos que seria bueno que interactúes con otras personas. Y ella es la persona correcta. — dijo a medida que se acercaba a él y le suministraba los medicamentos. Próximamente le dedico unas palabras a la entrometida y se marchó.
La chica siguió leyendo su libro, jamás levanto la mirada para observarlo. Su concentración era absoluta. Él sin embargo la miro en detalle. Sus ojos eran verdes, su tez era blanca, demasiado blanca, su nariz era pequeña y redonda, y sus lacios y largos cabellos eran del color de la miel y la canela, aunque un poco secos. Probablemente no era del tipo de chica que cuidaba su apariencia, ya que aparte de sus cabellos desgreñados, sus uñas eran cortas y no estaban pintadas, sus cejas no estaban depiladas y sus labios eran quebradizos y resecos. Jamás se fijaría en alguien así, seguramente por eso la pusieron como su acompañante. Para que no cree lasos con la descuidada chica.
Un cuarto de hora después, Zoé levanto la vista. Pero no lo miro a él, sino el reloj sobre la puerta. Marco la pagina del libro, se levanto y luego de decirle “adiós” también se marchó.
Que gran acompañante terapéutica. Pensó y se volvió a recostar mirando la ventana, sin mirar.




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