—Yo nunca nunca he llorado ebria dentro de mi coche después de terminar un drama.
—A veces te detesto, Hwang Eunbi. —Yerin bajo un dedo de sus diez oportunidades. —Yo nunca nunca he confundido la casa de mi novia con la de la vecina estando ebria.
— ¡Eso fue un accidente! ¡Ambas casas tenían el mismo color!
—La pobre anciana me llamó aterrada por tus súplicas diciendo que me buscabas, si en ese entonces mis padres no hubieran salido a una velada juntos te hubieran asesinado.
Ambas chicas se encontraban jugando al típico juego del ocio esperando a que llegue la pizza que habían pedido. La cual ya llevaba doce minutos de retraso, dieciocho minutos más y era gratis.
—Excusas baratas, baja ese dedo.
—Está bien, está bien. —Eunbi bajo su dedo meñique. —Yo nunca nunca me he caído de un árbol de dos metros de altura.
—En mi defensa ese árbol estaba muy resbaladizo.
—Pero si yo pude subirlo con facilidad.
—Es que tú tienes genes de monos, yo soy humana completa.
Ambas chicas rieron por aquel comentario. Desde niñas, Yerin jamás había admitido la mejor resistencia física de Eunbi.
—Yo nunca nunca me he enamorado de una profesora.
— ¡Me vas a decir que la miss de canto no estaba buena!
—Por Zeus, Eunbi, ella estaba casada y su hijo estaba en el mismo salón que nosotras.
—Sé que cada canción que canto en el salón fue para mí. Su manera de tratarme era diferente a la de todos.
— ¡Éramos cincuenta estudiantes! Trataba diferente a todos por la personalidad de cada uno.
—Eso no justifica la caja de chocolates que me dio a fin de clases.
—Eunbi, nos dio chocolate a todos.
—Pero los míos eran Ferrero y de ustedes era Nestlé. Mucha diferencia.
— ¿Quién te entiende, Eunbi? —Yerin chocó su mano contra su frente, sabía que discutir con Sinb era un caso perdido.
—Bueno, yo nunca nunca tire pintura sobre otra persona por una tontería.
—No era ninguna tontería, yo era una niña que defendía muy bien sus cosas. Ese niño se lo busco por no querer prestarme el color rojo.
—Era su color rojo.
—Pero le dije que me lo prestará.
—Y como no lo hizo merecía tener pintura sobre sus pantalones. Eso suena a algo que yo haría, mas no tú. —Opino Sinb.
—Sea quien sea, se lo mereció. Además, era un bote pequeño de pintura, no uno tan grande.
—Lo que tú digas, señorita ensucia pantalones de niños. —Bromeo Eunbi obteniendo una risa de su contraria.
—Dame unos minutos, ¿Sí? Necesito ir al baño.
—Está bien. —El timbre del departamento sonó. —Iré por la pizza.
Faltaban cinco minutos para que la pizza hubiera sido gratis; por primera vez, Eunbi, odio la puntualidad.
—Son treinta con cincuenta. —Hablo la repartidora de pizzas.
— ¿Puedo pagar con tarjeta?
—Sí, claro. —Saco la máquina de su bolsillo.
Yerin se acercó a la puerta saliendo del baño. Nunca se imaginó ver a su antigua amiga repartiendo comida rápida.
— ¿Joy? —Preguntó detrás de Eunbi.
—Espera, ¿Joy? —Preguntó de nuevo Sinb ahora mirando a la repartidora. ¡No la había reconocido!
— ¿Yerin? ¿Sinb? —Preguntó Joy reconociendo a sus amigas de colegio.
— ¡Esto es alucinante! —Se acercó Yerin a Joy dándole un fuerte abrazo. —Mírate, estás guapísima.
—Tu igual, Yerin. Estás divina. —Respondió Joy aún asombrada por ver a sus antiguas amigas. Se alejó de Yerin ahora mirando a Sinb que se había quedado parada en el mismo lugar. —Pero mírate tú, Eunbi. Estás realmente increíble, has dado un cambio total.
—Igualmente, Joy. —Respondió Sinb con una sonrisa. — ¿Gustas pasar? Podemos compartir esta pizza.
—Suena increíble, pero estoy en horario de trabajo y no creo que pueda.
—Joy, hace mucho no nos vemos. Debemos ponernos al día. Quédate un poco más. —Yerin hizo un puchero inconsciente el cual no paso por desapercibido para Sinb quien la fulminó con la mirada.
—Veo que aún no cambian los tiempos. —Desde niñas Sinb siempre había sido celosa en cuanto se trataba a Yerin, la cuidaba como si fuera su propia vida. Y aquello, no paso por desapercibido por Joy. Sabía que iba a suceder algo entre ellas ya sea tarde o temprano. —Pero si gustan puedo regresar cuando termine mi turno. Total, ya sé la dirección de Eunbi.
—Cierto, bueno, ¿A qué hora regresaras?
—A las nueve por ahí. ¿No incomodo o sí?
—No, no es así. Es muy grata la visita de una antigua amiga.
—Yerin tiene razón. Puedes visitarnos cuando quieras.
—Entonces estaré aquí en la noche. Me alegra mucho volver a verlas, chicas. —Se acercó a cada una despidiéndose con un beso en la mejilla. —Nos vemos.
Con aquella despedida la vieron desaparecer por el pasadizo. La esperarían ansiosas para seguir rememorando el pasado.
—Está muy guapa, ha cambiado demasiado desde que éramos niñas. ¿Aún sabrá karate?
—Supongo que sí. —Respondió Sinb tomando una rebanada de pizza de la caja. —Ella era cinturón negro.
—Cómo olvidar cuando nos presumía eso.
Ambas chicas comenzaron a reír por los recuerdos del pasado. Algo que jamás iban a cambiar sería precisamente eso: su hermosa niñez.
Pasaron toda la tarde riendo y charlando. Uno que otro beso compartían, que para la dicha de Eunbi terminaban en gratas sonrisas y risas coquetas.
—Crees que aún le guste ese niño... ¿Cómo se llamaba? —Preguntó Yerin levantando los platos de la mesa, habían acabado de cenar y faltaban tan solo quince minutos para que Joy este en aquel lugar.
—Sungjae. —Respondió Sinb recogiendo los cubiertos y siguiendo a Yerin hacia el lavadero.
—Sí, Sungjae. —Yerin coincidió con Eunbi. —Aún recuerdo todo lo que hacía ella por obtener su atención.
—Sí, también lo recuerdo. —Sinb tomo una toalla de cocina para secar los servicios que Yerin le pasaba al terminar de lavarlos.