Tres días en la oscuridad

12. Jinetes

 

—Corran —gritó Tristán, mientras se dirigía hacía la casa más cercana, donde el pequeño niño había muerto minutos antes o quizás horas, ya había perdido la noción del tiempo, sin el sol y la tecnología, no había forma de saber la hora. Algo había dañado todo lo eléctrico desde el principio de los tres días en la oscuridad, ni siquiera los relojes de pulso funcionaban.

Abigail sujetó a Arex de la cintura.  Ayudando al joven para caminar lo más rápido posible. Necesitábamos salir de ese lugar o una gran batalla se llevaría a cabo.

Arex y Abigail estaban teniendo  dificultades, el joven era más grande y pesado a comparación de ella. 

El resto de nosotros hizo caso omiso de la orden que Tristán dio, en cambio hicimos la formación de “V” invertida, Ezequiel iba en frente al lado derecho estaba Deniel y después yo, del otro lado estaba Gail y Ely. Todos listos para la batalla, aunque una pequeña parte de nosotros quería salir corriendo, al igual que Tristán, Arex y Abigail, que aún no llegaban al jardín trasero de la casa.

Tristán miró hacia atrás, donde estaba Abigail teniendo complicaciones con Arex. El ángel que momentos antes había corrido volvió a hacerlo, pero ahora para ayudar Abigail y Arex. El galope de los corceles se escuchaba aún más cerca. Tristán cargó a Arex como si fuera un muñeco de trapo y se lo llevó a la parte de atrás junto a Abigail que lo seguía de cerca.

El ruido se hacía cada vez más intenso, junto a los gritos de los jinetes que seguían siendo inentendibles, al parecer era una lengua antigua y misteriosa de la época del oscurantismo.

Teníamos listas nuestras armas, podía sentir la fuerza que emanaba de Arya correr por todo mi cuerpo, estaba ansiosa por comenzar la  batalla, la adrenalina fluía por mi sangre con cada paso que daban los corceles de los demonios, mi corazón latía más deprisa. 

La distancia entre los demonios y nosotros se iban acortando con cada segundo que pasaba, los demonios con sus sonrisas llenas de dientes afilados, y manchados de sangre por las personas que habían devorado en el camino.

Estábamos más que listos para derramar su negra sangre y sacar sus corazones de piedras de sus cuerpos pútridos y acabar con una parte del ejército Oscuro.

—Después de tantas profecías que eran simples supersticiones para los humanos, sobre el juicio final y la culminación de su mundo ya agonizante, el día casi ha llegado, estamos a un día exacto de la batalla final, de todos los tiempos. Los incrédulos al fin verán el poder del bien y el mal. La profecía dice: “Nadie sabe el día, ni la hora del final, pero esté llegará como un ladrón a un hogar vacío en medio de la noche, cuando los dueños no tengan ni la menor idea de quién los atacarán” —dijo Ezequiel con tono solemne, con su espada empuñada y los ojos fijos en la calle dónde se podía ver la nube de ceniza ardientes que avanzaba imparable. Era la primera legión de ángeles caídos que salía del infierno. Los demonios que habían salido antes no eran tan poderosos como éstos.

—La profecía con fecha más cercana era la del dos mil doce. El único error era que llegaría aproximadamente veinte años después —dijo Gail, terminando de decir lo que Ezequiel había comenzado.  

—¿Cómo ha pasado tan rápido el tiempo? —dijo Ely, pensativa.

—Nuestro Señor es piadoso —dijo Gail como siempre, tratando de decir las cosas de la manera más concreta.

—Preparen todos sus arcos, están en la posición ideal, para tener un alcance perfecto con las flechas —dije con la voz elevada, mis amigos escucharon e hicieron lo dicho. Arya rápidamente se transformó en un arco con carcaj y flechas, puse tres en el arco, ahora me era más sencillo, después de la batalla anterior. Los demás imitaron mis movimientos. Aunque yo no estaba en el frente de la fila, nadie me desobedeció. Ezequiel me hizo un gesto para que lo acompañará en el frente de la línea de ataque, avancé con paso firme sin titubear en mi decisión y aún con las flechas listas para matar.

La luz que nos regalaba la luna llena, por unos instantes, se fue desvaneciendo poco a poco. Las tinieblas estaban ganando terreno, pero nuestras armas tenían la ventaja de tener luz propia, ya que estaban forjadas con destellos solares, estos son más poderosos que los rayos de una tormenta eléctrica o el fuego terrenal.

En un abrir y cerrar de ojos los ángeles caídos estaban muy cerca de nosotros.

—Ataquen —gritó Gail y Ezequiel al mismo tiempo, al ver llegar los corceles negros como la noche y sobre ellos ángeles, tan pálidos como la luna llena, de ojos rojos, cabello oscuro, alas negras y enormes, con armaduras más negras que el carbón. El olor a azufre y otros minerales subterráneos se hizo presente, debajo de las pezuñas de los caballos se veía como la carretera ardía convirtiéndose en piedra ardiente como la lava.   

Las flechas doradas como el sol rasgaban la oscuridad de la noche más larga, zumbaban por la velocidad en la que eran lanzadas. El ruido de las pezuñas golpeando el suelo, la mayoría de las flechas dieron en algunos de los ángeles caídos que desaparecieron al instante, dejando un montón de cenizas en el suelo y a los corceles negros sin dueño alguno, pero eso no duró mucho tiempo. Del charco de lava que estaba en el suelo, se formaron más ángeles negros y tomaban el lugar de los jinetes destruidos. Ellos traían espadas que ardían al igual que la furia que se reflejaba en sus ojos, tan rojas como el metal fundido.



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En el texto hay: angeles, demonios, apocalipsis

Editado: 01.11.2020

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