—¿Te encuentras bien? —me preguntó Sue.
Miré el móvil, cansado. Me había hablado una chica que, al parecer,
había conocido unas noches atrás. Ni siquiera me acordaba de ella, pero tras
mirar un rato su foto de perfil, no me pareció un mal plan. Además, no tenía
mucho más que hacer. Bueno, Will iba a traer a Naya para cenar, pero no
me interesaba quedarme a verlos.
Ross: Te paso a buscar dentro de una.
Chica del bar cuyo nombre no recuerdo: Genial ☻
—¿Por qué no iba a estar bien? —respondí por fin a Sue.
Acababa de sentarse en el sillón, se había traído una cerveza.
—Porque sigues aquí —recalcó—. ¿No tienes una cita? ¿Tus días de
libertinaje han llegado a su fin?
—Ya te gustaría. He quedado dentro de una hora.
—Era demasiado bonito para ser cierto…
—¿Estás celosa, Sue? Ya sabes que solo tienes que decirlo y…
—Lo único que te pido —me interrumpió, señalándome con un dedito—
es que no hagas ruido. Ni tú, ni tu estúpida cita. Estoy hasta los ovarios de
no poder dormir por tu culpa.
—Sabes que hay una cosita llamada tapones para los oídos, ¿no?
—Sabes que hay una cosita llamada hotel, ¿no?
—¿Y tú qué? —desvié un poco el tema—. ¿Te quedas para la reunión de
la parejita? Tan solo se besuquearán y pasarán de nosotros.
Sue se encogió de hombros, poco interesada.
—No tengo nada más que hacer.
—Pues yo pienso desaparecer en cuanto crucen la puerta…
—¿En serio? —Ella agudizó su mirada de investigadora—. Pensé que te
quedarías solo por curiosidad.
Lo había mencionado mientras yo me ponía en pie para ir a cambiarme.
Por supuesto, me senté de golpe. La miré con la misma intensidad que me
dedicaba ella.
—Explícate.
—¿Qué me das a cambio?
—¡No puedes dejar el chisme al aire de ese modo! ¡Es ilegal!
—Tienes suerte de encontrarme de buen humor —aseguró—. La
compañera de habitación de Naya viene con ellos.
Mi cerebro tardó tres segundos exactos en visualizar a la chica de ese
mediodía.
A ver, esa mañana no había hecho nada. ¡Me había portado de maravilla!
¡Había sido un amigo excelente! Pero, claro…, si me la traían directamente
a casa… ¿en serio pretendían que no lo intentara?
—¿No tenías que prepararte para tu cita? —preguntó Sue sin borrar la
expresión de interés.
La puerta se abrió justo en ese momento y me giré en redondo,
encantado.
—¡Por fin! Me estaba muriendo de hambre.
—Yo también me alegro de verte de nuevo —dijo Naya desde la entrada.
Lo que me interesaba era mirar a la chica que había justo a su lado,
claramente nerviosa, pero disimulé un poco y me centré en Naya.
—Genial —ironicé—, hemos pasado de la tranquilidad absoluta a tener
que escuchar gritos en estéreo todo el día.
Ella puso los brazos en jarras, ofendida.
—Si yo nunca me enfado.
—¿Y quién ha hablado de enfadarse?
Joder, cuando se ponían a hacerlo eran insoportables.
Will me lanzó su chaqueta para acallarme, y yo la lancé al sillón, junto a
Sue. Ella pasó de todo el mundo y simplemente abrió su bolsita de comida.
Jennifer se había cambiado de jersey, por cierto. Era un poco más
estrecho que el anterior, pero le quedaba igual de bien.
—Veo que aún no has salido corriendo —le comenté.
—No la asustes —me advirtió Naya, ya irritada pese a que acababa de
llegar—. Es mi compañera de habitación. Y quiero que siga siéndolo.
La aludida me miró con sorpresa. Mierda.
—¿Qué insinúas? —pregunté a Naya.
—Que eres un pesado —remarcó, sujetando a su amiga—. Ven, siéntate
con nosotros.
La cabrona se la llevó al otro sofá y la alejó de mí lo máximo posible. No
estaba de acuerdo con esa distribución, pero tuve que aguantarme.
Bueno, si no podía acercarme a ella, habría que atraer su atención.
—Acaba de llegar y ya me está insultando —le dije a Will.
Él sonrió, pero a Naya no le hizo ninguna gracia.
—No la asustes —me repitió esta.
Jennifer me miró en busca de algo que pudiera espantarla. Mierda. No quería asustarla tan rápidamente. Habría que desviar el tema. Y con
urgencia.
—¡Yo no asusto a nadie! Además, si quiere vivir contigo, tendrá que
saber que tú y Will sois como un combo. Aguantar a uno implica aguantar
al otro.
Jennifer dio un respingo, alarmada, entonces intervino:
—¿Qué?
Misión de distracción: completada con éxito.
—Cuando no puedas dormir ninguna noche de la maldita semana por el
ruido que hacen, ya volveremos a tener esta conversación.
Will vio que su novia se enfadaba, y, como siempre, decidió poner paz al
asunto:
—Déjalo, Jenna. Todos hemos aprendido a ignorarlo.
Naya se apresuró a tomar la delantera de nuevo, también como siempre.
Le gustaba llevar la voz cantante. Nos presentó a Sue y a mí. Mientras que
la primera no se molestó en levantar la cabeza, yo me aseguré de dedicarle
mi mejor sonrisa a su compañera de habitación.
—¿Ross? —repitió. Podría acostumbrarme a que dijera mi apellido todas
las veces que quisiera—. ¿Es el diminutivo de algo?
Una parte de mí se sintió un poco incómoda cuando pensé en mi padre,
así que bajé la mirada a los palillos que estaba deshaciendo.
—Es mi apellido —murmuré—. Me llamo Jack Ross, pero todo el
mundo me llama Ross.
—Su padre también se llama Jack —le aclaró Will.
Sí, y no dejaría que me llamaran como a ese gilipollas.
—Y yo dije que, como me llamaran Jack Ross júnior, me cortaría las
venas —concluí.
Ella sonrió.
Pequeñas victorias.
Y se puso a hablar de su pueblo y de no sé qué sobre las universidades mientras yo intentaba participar y, a la vez, mandaba un mensaje a mi cita
para decirle que habría que posponer la velada. Estaba ocupado. Y lo que
—esperaba— me mantendría ocupado decía en aquel momento que tenía
una relación abierta con su novio; recordé entonces la conversación que
había escuchado ese mediodía.
—No sé si se lo ha inventado él —murmuró Jenna—, pero dice que es
cuando dos personas se quieren, pero pueden acostarse con otras.
En mitad de la conversación había aprovechado la oportunidad y la había
situado a mi lado, por lo que ahora la tenía sentadita junto a mí. Le miré
disimuladamente las rodillas. También se había cambiado de pantalones.
Esos eran más estrechos.
—Nunca entenderé la vida en pareja —comenté. Entonces vio que la
miraba, así que tuve que improvisar—: ¿Te vas a comer todo eso?
—Todo tuyo.
Incluso me sonrió. No se había dado cuenta de nada. Era demasiado
inocente.
Mientras recogía el plato con una sonrisita, Naya me crucificó con la
mirada desde el otro lado del salón. En cuanto su amiga se fuera, me caería
una bronca preciosa.
—Me gusta esta chica —le dije para irritarla.
Will debió de percibir sus ganas de matarme, porque se apresuró a
intervenir:
—Igual deberíamos intentarlo nosotros, cariño —bromeó—. Ya sabes,
eso de acostarnos con otros.
Aproveché que estaban ocupados y miré el móvil. La chica me estaba
llamando de todo por dejarla plantada. Tampoco podía culparla. Finalmente,
decidí dejar de responderle por un rato. Ya le contestaría cuando se hubiera
desahogado.
Y entonces Jenna se pegó un poco más a mí. La miré, y me decepcionó
un poco ver que se debía a que Sue le acababa de arrancar un cojín de la mano.
—Pedir perdón no soluciona nada —espetó esta de malas maneras.
Oh, había intentado tocar sus cosas. No había mayor error en la vida que
tocar las cosas de Sue. Pasaba de todo el mundo, sí, pero ese era su límite.
Era mejor no cruzarlo.
—No te lo tomes como algo personal —sugerí a Jenna—. Está así de
loca con todo el mundo.
Sue me miró con mala cara.
—No estoy loca, idiota.
—Vale, vale. Entonces no estás loca. Solo estás mal de la azotea.
Me sacó el dedo corazón, pero pasé de ella. Acababa de darme cuenta de
que Jenna contemplaba con incomodidad a la parejita. Habían empezado
con el besuqueo y, lógicamente, no prestaban atención a nadie más.
Así que… ¡por fin había llegado mi momento de brillar!
Suerte, maestro.
—¿Y si vamos arriba y pasamos de estos dos? —le pregunté.
—Yo también existo —comentó Sue, aunque tampoco parecía muy
afectada.
—¿Y quieres venirte arriba?
—Antes prefiero la muerte.
—Pues eso. ¿Te vienes?
Eso último lo había repetido mirando a Jenna, y me resultó obvio que
dudaba.
Venga, di que sí. Di que sí.
—Sí, vamos —accedió finalmente.
—Menos mal que hay alguien que no es aburrido.
Tenía muchas más ganas que habitualmente de subir a la azotea.
Prácticamente salí de casa dando saltos. Jenna me seguía con una sonrisa
que se le borró en cuanto me acerqué a la ventana del final del pasillo. La
abrí y le hice un gesto, pero no se movió.