Tres meses

Cap. 6: Alguien voló sobre el piso de Jack

Will y Naya no dejaban de besuquearse, como de costumbre. Traté de 
centrarme en la tele y pasar de ellos, pero resultaba complicado. El ruidito 
de su amor me originaba una mueca de asco cada vez más pronunciada, y ni 
siquiera estaba Sue para hacerme un poco de compañía, aunque no fuera la 
mejor del mundo. 
Finalmente, solo pude formular una pregunta: 
—¿Dónde está Jen? 
Naya se separó y, todavía con los labios hinchados, entrecerró los ojos. 
—¿Y a ti qué más te da? 
—Me gustaría no tener que aguantar esto a solas. 
—Pues deja a mi amiga tranquila, ¿vale? Lo último que necesito es que 
la espantes igual que hiciste con Lana. 
Pero ¿cuántas veces había mencionado a la dichosa Lana desde el primer 
día de universidad? ¡Nunca antes se había mostrado tan afectada porque se 
hubiera marchado! Pero no; de pronto, yo era el capullo y ella la pobre 
exiliada. 
—Déjalo tranquilo —intervino Will, acariciándole la espalda. 
Naya intentó mirarlo con enfado, pero no le salió tan bien como conmigo. 
—Es que siempre hace lo mismo. 
—No creo que esta vez sea lo mismo. 
Hubo un momento de silencio. Yo no lo había entendido muy bien, pero 
Naya lo pilló al vuelo. Me contempló unos instantes, parpadeando, y de 
pronto se volvió hacia su novio, como si necesitara una confirmación de sus 
sospechas. Él sonrió. 
—¡Oh! —exclamó su novia. 
—Oh, ¿qué? —pregunté. 
—Que no creía que tú…, que… A ver, todo este tiempo me he burlado 
porque no sabía que la cosa iba en serio, pero ahora… 
—No sé qué insinuáis, pero estáis equivocados. 
—Vale —accedió Naya con una sonrisita entusiasta—. Vale, lo que tú 
digas. Estamos equivocados. 
—¿Por qué siento que piensas todo lo contrario a lo que dices? 
—¡No, no! Tienes toda la razón. Pero… si quieres que le mande un 
mensaje a Jenna y le pida que venga, solo tienes que decirlo. Nadie en esta 
habitación le atribuirá ninguna intención oculta. Absolutamente ninguna. 
Me pasé una mano por la cara mientras que mi querido amigo Will se 
reía entre dientes. Y entonces vibró el móvil de Naya. Solo por su 
expresión, ya supe de quién se trataba. 
—¡Adivina quién me acaba de decir que se aburre! —exclamó con una 
alegría muy inusual a mi alrededor. 
Quería hacerme el duro, solo para demostrarles que no tenían razón. De 
verdad que quería, pero eso era más fuerte que yo. 
—Dile que voy a buscarla —solté de sopetón. 
Por supuesto, intercambiaron una miradita de complicidad mientras me 
marchaba. 
Como iba solo en el coche, aproveché para conducir tal como a mí me 
gustaba: como un lunático. Me gané varios pitidos, pero me dio absolutamente igual. Ya tendría tiempo de ir a la velocidad correspondiente 
cuando Jen se subiera y me pusiera mala cara cada vez que me saltara una 
señal de tráfico. 
Para mi sorpresa, sin embargo, no la encontré en su habitación, sino de 
pie junto al mostrador, y por la cara de Chrissy deduje que algo no iba bien. 
Me acerqué con curiosidad. 
—… conciencia porque duermas en la calle —decía él en voz baja. 
Espera, ¿qué? ¿Dormir en la calle? ¿Quién? ¿Jen? ¿Teniendo yo esa cama 
tan grande y tan solitaria? 
Normalmente me contenía para no tocarla más de lo necesario. De hecho, 
solía dejar que diera ella el primer paso para no espantarla. No obstante, 
cuando mencionó que necesitaba un abrazo, perdí un poco de autocontrol. 
Chris hizo ademán de acercarse y, rápidamente, me adelanté. De eso 
nada. Ese abrazo era mío. ¡Me lo había ganado! 
La rodeé desde atrás y pegué su espalda a mi pecho. Jen levantó la 
cabeza, sorprendida, y lo pareció aún más cuando me reconoció. Pero no se 
separó ni me pidió que me apartara. Todo lo contrario, se pegó un poco más 
a mi cuerpo. 
Otra pequeña victoria, ¿eh? 
—¿Y por qué no me lo pides a mí? —le pregunté—. No te diré que no. 
—Y luego miré a Chris, pues tenerla tan cerca me puso nervioso—. Hola, 
Chrissy. 
Supongo que respondió, pero estaba a millas de escucharlo. Jen no solo 
se había pegado más a mí, sino que había apoyado una mano sobre la mía, 
que reposaba en su abdomen. Su lenguaje corporal gritaba, a leguas, que 
algo iba muy mal. Por eso me centré de nuevo en la conversación. 
—Bueno, ¿de qué hablabais? —quise saber. El ambiente estaba tan tenso 
que sentí la necesidad de calmarlo un poquito—. ¿De los condones de sabor 
a mora? 
Lo malo es que Jen se separó un poco de mí. Lo bueno es que fue para reírse. 
—¡Eso son secretos de la residencia! —me increpó Chrissy. 
—No puedes pretender dar condones de sabores por el campus sin que se 
entere todo el mundo. 
—Eres un chismoso —musitó Chris—. Hablábamos de los problemas 
financieros de Jennifer. 
Automáticamente, Jen se separó del todo. Estaba roja como un tomate y 
miraba a Chris con el suficiente cabreo como para que este también 
enrojeciera. 
—Gracias por la discreción, Chris —murmuró ella. 
—Ups… Hablábamos de…, sí, de condones con sabor a mora. 
—Muy hábil. 
—¿Estás mal de dinero? 
Aquello lo pregunté yo, aunque lo dije sin pensar, por la sorpresa. Con 
todo el tiempo que llevaba hablando con ella, viéndola casi a diario… ¿por 
qué nunca me lo había mencionado? O, mejor dicho, ¿por qué ese asunto la 
incomodaba hasta tal punto? No era para tanto, ¿no? Todo el mundo tiene 
algún que otro problema financiero en algún momento de su vida. 
Ella se colocó el mechón de pelo de siempre y se aclaró la garganta. 
Claramente, intentaba hacer tiempo mientras consideraba la respuesta. Aun 
así, no encontró ninguna. 
—No —masculló—. Bueno…, sí, pero no pasa… 
—¿No puedes pagar este mes? ¿Es eso? 
Por el amor de Dios. Si era necesario, pagaría diez años para que dejara 
de poner esa cara. 
Pensó él, haciéndose el interesante. 
Pero Jen no se tomó muy bien mi interés. 
—Eso es privado —murmuró, y miró a Chris con el ceño fruncido. Él 
fingía que jugaba al puñetero Candy Crush. 
—Vamos —la animé; no quería presionarla, pero sí que confiara en mí—, puedes decírmelo. 
¿Cómo se conseguía que alguien confiara en ti? Nunca me lo había 
planteado. 
Jen tardó un buen rato en responder, pero al final asintió con la cabeza. 
—Sí. No tendré el dinero hasta el mes que viene. Si sabes de alguien que 
ofrezca trabajo de… algo…, lo que sea, sería útil. 
Podía ir al tablón de anuncios. Ahí encontraría trabajos por un tubo, 
todos ideados para explotar a los estudiantes. Pero no quería que tuviera que 
trabajar mientras estudiaba. Y menos si era solo para pagarse un triste mes 
de residencia. 
Así pues, me jugué toda la baraja a una sola apuesta. 
Verás tú como salga mal. 
—No, no conozco a nadie —empecé. 
—Vaya… 
Creo que nunca me había puesto tan nervioso. Y era por una estupidez. 
—Pero tengo algo mejor —dije con entusiasmo y nervios, muchos 
nervios—. ¡Podrías venirte a vivir con nosotros! 
La palabra «conmigo» estuvo a punto de escapárseme, pero la contuve a 
tiempo. Creo que me habría espantado incluso a mí. 
La cara de Jen, por cierto, fue digna de ser enmarcada. Parecía… 
¿horrorizada?, ¿perpleja?, ¿incrédula? No estaba muy seguro, y mi tensión 
iba en aumento. Necesitaba que dijera algo cuanto antes. 
Su primera reacción no fue muy satisfactoria. 
—¿Eh? —graznó en un tono agudo. 
—¡Ya me has oído! 
—Sí, pero creo que no lo he entendido bien. Es decir…, ¿qué? 
—Vamos, ya eres parte de nuestro selecto grupo de amigos. 
—No hace ni un mes que me conoces, Ross —recalcó y, aunque tenía 
toda la razón del mundo, me daba absolutamente igual—. Podría ser una asesina.



#11123 en Novela romántica

En el texto hay: humor, amor, amistad

Editado: 31.12.2023

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