Tres meses

Cap. 9: Malditos hermanos

Ya tenía una palabra favorita. 
Más que favorita, incluso. Una palabra sagrada. Una que nunca me 
cansaría de pronunciar. 
Exnovio. 
Qué precioso. Qué harmónico. Qué sonoro. 
Si pudiera suspirar con hartazgo, ahora mismo lo haría. 
Jen ya no tenía novio. Tenía un exnovio. Le había costado la mayor parte 
de su ropa y también su habitación de la residencia, pero ya no estaba en su 
vida, que era lo importante. Y, aunque el primer día apareció algo cabizbaja, 
ya se la notaba mucho más aliviada. 
El maldito Monte o como se llamara ya no estaba en el horizonte, ¡qué 
buen día! 
Como siguiéramos así, besaría otra vez a Sue. 
Miré a Jen de reojo. En esos momentos estaba en la cocina con Naya. 
Habían decidido iniciar no sé qué dieta para comer no sé qué sano. Ese 
asunto escapaba a mis conocimientos, así que no les había prestado mucha 
atención. 
Cuando volvió, se me sentó en el regazo y yo esbocé una sonrisita orgullosa. No estaba mal que fuera ella quien iniciara el contacto de vez en 
cuando; me hacía sonreír, pues no solo era yo quien sentía cosas. Además, 
me resultaba muy cómodo. 
Sin embargo, no duró demasiado. Estábamos a mitad de la cena, y de 
pronto se tensó de pies a cabeza. Miré la pantalla de su móvil con 
curiosidad. Su madre la estaba llamando. 
—Si es mi suegra —bromeé. 
Pero Jen no sonreía. De hecho, yo dejé de hacerlo al ver su cara de 
horror. Quise preguntarle al respecto, pero ya había dejado el plato en la 
mesita y estaba de pie. 
—Oh, no —murmuró—. Oh, no. 
—¿Qué pasa? —quiso saber Will, postrado en el otro sofá. 
Pero ella tardó varios segundos en contestar. Miraba la pantalla como si 
deseara que la llamada terminara cuanto antes. 
—Nada…, yo… —Tragó saliva—. Nada. 
—Te has quedado blanca, Jen —advertí, preocupado. 
—No es… Se va a enfadar conmigo. Muchísimo. 
Naya la miraba con la misma cara de preocupación que yo. 
—¿Por qué? 
—Porque… Oh, no. Yo… Oh, no. 
Y, al final, contestó a la llamada. 
Tan solo oí su nombre completo, su madre lo había gritado tan alto que se 
había oído en todo el salón. Después de eso, las respuestas de Jen habían 
sido casi monosilábicas. Empequeñecía por momentos; su madre no la 
dejaba hablar, y cada vez que lo intentaba, la interrumpía. 
Resultaba difícil seguir el argumento entero de la conversación, pero me 
pareció entender algo de un cumpleaños y de que no había dinero suficiente 
para ir. Jen no sabía cómo pagarlo. 
Menos mal que yo sí. 
Hora de ganarse a la suegra.

Me incorporé y me acerqué a Jen, que estaba de espaldas, muerta de la 
vergüenza. Le quité el móvil sin siquiera titubear y, aunque se dio la vuelta 
de golpe, pasé de ella y me lo llevé a la oreja. 
—¿Señora Brown? 
Casi pude ver el espíritu de Jen saliendo de su cuerpo y dándole cuatro 
vueltas antes de volver a entrar en él. 
—¡¿Qué haces?! 
Cuando intentó quitarme el móvil, viré estratégicamente para esquivarla. 
—Uy —soltó la madre de Jen mientras tanto—. ¿Con quién hablo 
ahora?, ¿eres Will, el que vive con ella? ¡Jenny me ha hablado de ti! 
—No, soy el dueño del piso. Jack Ross. 
—¡Ah! Jenny nos ha hablado mucho de ti. Eres es el amiguito de Naya, 
¿verdad? 
¿El amiguito de Naya? ¿Así me conocían en mi futura familia política? 
Se me ocurren opciones peores. 
—Sí, ese amigo… —admití a regañadientes. 
—¡Me alegro mucho de que Jenny tenga tantos amigos! 
—Sí…, bueno, no está muy claro si solo somos amigos. Su hija no 
termina de decidirse. 
Jen abrió tanto los ojos que creí que iban a salirse de sus órbitas. Will y 
Naya intercambiaron una mirada divertida. 
—¡Ross! —siseó la primera, desesperada. 
—¡Qué gracioso eres! —dijo su madre tras una risita jocosa—. Ah, ya 
veo por qué habla tanto de ti. No le viene mal alguien con quien reírse un 
poquito, ¿sabes? Jenny siempre ha sido una niña muy solitaria. Y te 
agradezco muchísimo el favor que le estás haciendo, querido. No cualquiera 
haría lo que tú haces por ella. Si quieres un alquiler o alguna cosa así… 
—No se preocupe —la interrumpí antes de que empezara a insistir como 
su hija. 
—Oh, ¿no has venido a hablar de eso?

—En realidad, no. Mire, si mi madre cumpliera sesenta años y no fuera a 
su fiesta, se pondría muy muy triste…, y no puedo dejar que eso le pase a 
usted. 
—Qué pelota es —oí que decía Will, riéndose. 
—¿Qué dices? —preguntó Jen, por su parte—. ¡Cuelga ya! 
Su madre, sin embargo, se había quedado un momento en silencio. 
—Espero que no estés insinuando lo que creo, querido, porque no 
podemos aceptar más favores de tu parte. Ya has hecho mucho por Jenny. 
Además, no creo que ella te lo haya pedido. 
—No, claro —admití, mirándola de soslayo. 
—Mira, no quiero que te sientas presionado a nada, ¿vale? Ni siquiera sé 
muy bien qué relación tienes con mi hija…, pero si de verdad te apetece 
hacer esto, puedes tener por seguro que a principios del mes que viene te 
devolveremos el dinero. Tienes mi palabra. 
No quería meterme en una discusión con mi casi suegra sobre 
devolverme o no el dinero, así que accedí rápidamente: 
—Sí, no se preocupe. 
—¿Seguro? 
—Sí, de verdad. 
—Ay, querido… Será un cumpleaños genial. 
—Pues claro —sonreí, mirando a una muy perdida Jen. 
—¡Y te prometo que recuperarás el dinero! 
—Ya me lo devolverá cuando pueda. No hay prisa. 
Sonreí al ver la cara de Jen y la aparté con un dedo en la frente. Gesticulé 
un «cotilla» y ella entrecerró los ojos. 
—¡Oh, eres un cielo! —exclamó su madre—. ¡Pues que sepas que me 
gustas mucho más que ese noviete que tenía Jenny! No era mal chico, pero 
no había modo de que encajaran. Por cierto, ¡a ver cuándo nos conocemos! 
¡Aquí hay sitio de sobra y serás bien recibido! —Hizo una pequeña pausa 
—. Me estoy enrollando, ¿verdad? Bueno, no te quito más tiempo. Pero ¡ha sido un placer hablar contigo! 
—El placer es mío —le aseguré, riendo. 
—¡Y lo de la invitación iba en serio! 
—Sí… —Vale, tanta efusividad me estaba empachando un poco—. Oh, 
sería un placer —añadí para no parecer un borde. 
—¡Cuando tú quieras! 
—Sí, claro. ¿Quiere hablar con su hija? 
—Oh, por favor. Estoy deseando darle las buenas noticias. 
Sonreí y le ofrecí el móvil a Jen. 
—Es tu madre. 
Ella tardó unos instantes en reaccionar y quitármelo de un manotazo. 
Mantuvo una corta conversación con su madre mientras me iba echando 
miraditas de reojo, y finalmente colgó el móvil con cara de circunstancias. 
Quizá no tuviera mucha experiencia con su yo cabreado, pero no era 
necesario ser un psiquiatra para darse cuenta de lo sumamente furiosa que 
estaba. 
—Bueno —dijo Naya con precaución—, creo que es nuestro momento de 
ir a tu habitación, amor. 
—Estoy muy de acuerdo —murmuró Will. 
Tras seguirlos con la mirada, me volví de nuevo hacia Jen. Sonreí, 
aunque, ciertamente, no sabía qué expresión poner. ¿Estaba enfadada?, ¿por 
qué? ¿No había hecho algo bueno por ella? 
En cuanto abrió la boca, supe que me caería una bronca. Y vaya si me 
cayó. ¿El motivo? El dinero. Siempre era el dinero. El noventa por ciento 
de las peleas que había visto en mi casa empezaban y terminaban con el 
dinero. Qué harto me tenía ese asunto. 
Suspiré, me senté en el sofá y dejé que me soltara el casi monólogo sobre 
por qué no podía seguir invitándola a todo. No lo entendía. ¿No se supone 
que a la gente le gusta que la inviten?, ¿por qué a ella le resultaba tan 
complicado aceptarlo? No quería que me devolviera nada, solo me gustaba hacerle el favor porque la apreciaba, igual que ella hacía cosas por mí por el 
mismo motivo. No era tan difícil de entender. 
De haber sido otra persona quien me gritara, seguramente me habría 
puesto de muy mal humor, pero los enfados con Jen se me  pasaban con 
mucha facilidad. Especialmente si, después de quejarse y desahogarse, 
finalmente veía la parte positiva de la noticia. 
—Voy a ir a casa —me dijo como si no se lo pudiera creer. 
Sonreí. 
—¿Ahora te enteras? Llevamos un buen rato hablando de ello. 
—¡Voy a ir a ver a mi familia! 
—Me alegro de que te ponga tan contenta. 
Y vaya si se puso contenta. De pronto, la tenía encima, besándome por 
toda la cara. Yo sostenía aún su plato de ensalada, del que había ido 
robando trozos de tomate, y tuve que apartarlo para que no lo tirara al suelo. 
A Jen le dio igual y me rodeó el cuello con los brazos. 
—¡Eres el mejor! 
—Eso ya me gusta más —aseguré, divertido. 
Aprovechó el momento para separarse y mirarme, muy seria. 
—Pero prométeme que no me pagarás nada más. 
—No pienso prometerte eso —mascullé. 
—Lo digo en serio. Al menos, espera a que te devuelva el dinero del 
viaje. 
—Como me devuelvas algo de dinero, te juro que te compro una mansión 
en Las Vegas. 
Intentó hacerse la enfadada, pero le había hecho gracia. Acepté su abrazo 
de koala sin protestar lo más mínimo y la rodeé con un brazo. Podía 
acostumbrarme a que estuviera así de cariñosa. 
—Y no es por presumir —añadí, hablando contra su hombro—, pero creo 
que ya le caigo mejor a tu madre que tú. 
Ella se mantuvo abrazada a mí unos segundos, y entonces se separó con las manos reposadas en mis hombros. Me miró de un modo un tanto 
inusual. No supe muy bien qué significaba eso, así que dejé el plato en la 
mesa por si acaso. 
—¿Qué? —le pregunté. 
—Nada. 
Claramente, algo quería, así que cuando agachó la cabeza busqué su 
mirada. Para mi sorpresa, enrojeció y la apartó. ¿Qué le pasaba ahora?, ¿por 
qué era tan complicada de leer? 
—¿Tienes… sueño? —insinuó en voz baja. 
¿Sueño? ¿Qué le había dad…? 
Oh, espera. 
—¿Qué tienes en esa cabecita maligna? —quise saber, entrecerrando los 
ojos. 
—Nada. —Se mordió el labio inferior—. ¿Estás muy cansado? 
—Para ti, no. 
¿Por qué daba tantas vueltas para preguntarme simplemente si quería 
echar un polvo? Mira que era fácil de pedir. 
Me incliné para besarla y Jen cerró los ojos. Justo en ese momento, capté 
un movimiento muy molesto por encima de su cabeza. Sue, de pie en el 
pasillo, nos miraba con una expresión de horror absoluto. 
Jen, al darse cuenta de que había dejado de moverme, se volvió para 
mirarla. Dio un salto del susto. 
—Oh, no —se lamentó Sue—. Más parejas no, por favor. 
Jen me dirigió una mirada avergonzada, y yo carraspeé. 
—¿Podemos ayudarte en algo? —le pregunté. 
—Iba a limpiar esto. Pero no puedo centrarme si estáis ahí 
besuqueándoos. Me entran ganas de vomitar. 
Bueno, con eso no había problema. 
Miré a Jen de forma significativa. Ella me devolvió la mirada de un 
modo todavía más significativo. Con una risita, se levantó y me cogió de la mano para arrastrarme a la habitación. Yo me dejé, con una gran sonrisa. Al 
pasar por el lado de Sue, le guiñé un ojo. 
—Pásatelo bien con la limpieza, ¿eh? 
—Que te den. 
—¿Quieres venirte y darle tú? —le preguntó Jen. 
No pude evitarlo, solté una carcajada tan sonora que Sue dio un respingo 
y, acto seguido, nos enseñó el dedo corazón. 
De camino al aeropuerto, la idea de que se marchara de viaje empezó a 
parecerme menos buena. Vale, solo eran dos días y se iba a ver a su familia, 
que era importante. Pero… ¡dos días! ¡Eso se me haría eterno! 
Exagerado. 
Vale, quizá no era tanto tiempo, pero seguro que me lo parecería. 
Me esforcé para que no se me notara. Primero, porque Naya ya 
dramatizaba suficientemente en nombre del grupo, y segundo porque 
llegábamos ya al aeropuerto y Jen tenía que irse. No quería preocuparla 
justo antes de que subiera a un avión. 
Nos detuvimos todos junto al control de seguridad, y Jen agarró con 
fuerza las correas de la mochila, era todo lo que se llevaba. Naya gimoteó y 
se sorbió la nariz, así que Jen le sonrió. 
—Son solo dos días. 
—¡Dos días y medio! 
Por primera vez en la historia, estaba de acuerdo con Naya. 
Por supuesto, la abrazó durante un rato. Cualquiera habría pensado que 
no la veríamos en cuatro años, cuando en realidad el lunes ya estaría en 
casa. 
Will fue el siguiente. Le dio una palmadita cariñosa en la espalda. 
—Pásatelo bien. 
Jen le sonrió y, acto seguido, se volvió hacia Sue. No se dijeron nada, 
aunque de ella tampoco me lo esperaba. Yo fui el último. Hubo un momento de duda; obviamente, no sabía si abrazarme o qué. Y como nuestros amigos 
ya empezaban a mirarnos con confusión, decidí zanjar el asunto 
acercándome a ella; Jen me abrazó por la cintura, dejándome bien claro que 
no habría besos frente a los demás, y tras unos segundos se separó de mí. 
—No le des un puñetazo a nadie en mi ausencia —bromeé. 
Ella soltó una risa irónica y luego se despidió de todos con un gesto. 
—¡Nos vemos dentro de dos días…! —Dudó al ver la mirada de Naya—. 
¡… y medio! 
Ella sonrió con aprobación. 
Y se marchó. Con las manos en los bolsillos y sin saber qué hacer con mi 
vida, me quedé observando cómo desaparecía tras las cintas de seguridad. 
Hasta que Sue se giró hacia nosotros con las manos en las caderas. 
—Bueeeno…, no sé si será un buen momento para decirlo, pero la 
verdad es que me he quedado sin helado. Si pasáramos por el supermercado 
de camino a casa, me iría genial. 
Will se rio y le deslizó el brazo por encima de los hombros. Por primera 
vez en la historia, Sue no rechazó el contacto humano. 
—Si lo pides con tanto amor, ¿cómo podemos negarnos? —preguntó él. 
—No hacía falta tocarme para decir que sí. 
—Es que me encanta tocarte. 
—Ya lo sé, pero tu novia está delante, disimula un poco. 
Naya y yo nos quedamos unos pasos atrás y, mientras esos dos iban 
charlando, nosotros nos acompañamos de nuestro triste silencio de 
nostalgia. Parecía que estábamos de luto. 
Seguía con la misma mueca cuando llegué a casa; me puse una película, 
repasé un guion y me di una ducha. No encontraba ninguna fuente de 
entretenimiento que terminara de gustarme, y me estaba poniendo de los 
nervios. Necesitaba distraerme de algún modo, del que fuera. 
Casi agradecí que Mike apareciera por casa. 
Imagínate el nivel de desesperación.



#5035 en Novela romántica

En el texto hay: humor, amor, amistad

Editado: 31.12.2023

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