Ya tenía una palabra favorita.
Más que favorita, incluso. Una palabra sagrada. Una que nunca me
cansaría de pronunciar.
Exnovio.
Qué precioso. Qué harmónico. Qué sonoro.
Si pudiera suspirar con hartazgo, ahora mismo lo haría.
Jen ya no tenía novio. Tenía un exnovio. Le había costado la mayor parte
de su ropa y también su habitación de la residencia, pero ya no estaba en su
vida, que era lo importante. Y, aunque el primer día apareció algo cabizbaja,
ya se la notaba mucho más aliviada.
El maldito Monte o como se llamara ya no estaba en el horizonte, ¡qué
buen día!
Como siguiéramos así, besaría otra vez a Sue.
Miré a Jen de reojo. En esos momentos estaba en la cocina con Naya.
Habían decidido iniciar no sé qué dieta para comer no sé qué sano. Ese
asunto escapaba a mis conocimientos, así que no les había prestado mucha
atención.
Cuando volvió, se me sentó en el regazo y yo esbocé una sonrisita orgullosa. No estaba mal que fuera ella quien iniciara el contacto de vez en
cuando; me hacía sonreír, pues no solo era yo quien sentía cosas. Además,
me resultaba muy cómodo.
Sin embargo, no duró demasiado. Estábamos a mitad de la cena, y de
pronto se tensó de pies a cabeza. Miré la pantalla de su móvil con
curiosidad. Su madre la estaba llamando.
—Si es mi suegra —bromeé.
Pero Jen no sonreía. De hecho, yo dejé de hacerlo al ver su cara de
horror. Quise preguntarle al respecto, pero ya había dejado el plato en la
mesita y estaba de pie.
—Oh, no —murmuró—. Oh, no.
—¿Qué pasa? —quiso saber Will, postrado en el otro sofá.
Pero ella tardó varios segundos en contestar. Miraba la pantalla como si
deseara que la llamada terminara cuanto antes.
—Nada…, yo… —Tragó saliva—. Nada.
—Te has quedado blanca, Jen —advertí, preocupado.
—No es… Se va a enfadar conmigo. Muchísimo.
Naya la miraba con la misma cara de preocupación que yo.
—¿Por qué?
—Porque… Oh, no. Yo… Oh, no.
Y, al final, contestó a la llamada.
Tan solo oí su nombre completo, su madre lo había gritado tan alto que se
había oído en todo el salón. Después de eso, las respuestas de Jen habían
sido casi monosilábicas. Empequeñecía por momentos; su madre no la
dejaba hablar, y cada vez que lo intentaba, la interrumpía.
Resultaba difícil seguir el argumento entero de la conversación, pero me
pareció entender algo de un cumpleaños y de que no había dinero suficiente
para ir. Jen no sabía cómo pagarlo.
Menos mal que yo sí.
Hora de ganarse a la suegra.
Me incorporé y me acerqué a Jen, que estaba de espaldas, muerta de la
vergüenza. Le quité el móvil sin siquiera titubear y, aunque se dio la vuelta
de golpe, pasé de ella y me lo llevé a la oreja.
—¿Señora Brown?
Casi pude ver el espíritu de Jen saliendo de su cuerpo y dándole cuatro
vueltas antes de volver a entrar en él.
—¡¿Qué haces?!
Cuando intentó quitarme el móvil, viré estratégicamente para esquivarla.
—Uy —soltó la madre de Jen mientras tanto—. ¿Con quién hablo
ahora?, ¿eres Will, el que vive con ella? ¡Jenny me ha hablado de ti!
—No, soy el dueño del piso. Jack Ross.
—¡Ah! Jenny nos ha hablado mucho de ti. Eres es el amiguito de Naya,
¿verdad?
¿El amiguito de Naya? ¿Así me conocían en mi futura familia política?
Se me ocurren opciones peores.
—Sí, ese amigo… —admití a regañadientes.
—¡Me alegro mucho de que Jenny tenga tantos amigos!
—Sí…, bueno, no está muy claro si solo somos amigos. Su hija no
termina de decidirse.
Jen abrió tanto los ojos que creí que iban a salirse de sus órbitas. Will y
Naya intercambiaron una mirada divertida.
—¡Ross! —siseó la primera, desesperada.
—¡Qué gracioso eres! —dijo su madre tras una risita jocosa—. Ah, ya
veo por qué habla tanto de ti. No le viene mal alguien con quien reírse un
poquito, ¿sabes? Jenny siempre ha sido una niña muy solitaria. Y te
agradezco muchísimo el favor que le estás haciendo, querido. No cualquiera
haría lo que tú haces por ella. Si quieres un alquiler o alguna cosa así…
—No se preocupe —la interrumpí antes de que empezara a insistir como
su hija.
—Oh, ¿no has venido a hablar de eso?
—En realidad, no. Mire, si mi madre cumpliera sesenta años y no fuera a
su fiesta, se pondría muy muy triste…, y no puedo dejar que eso le pase a
usted.
—Qué pelota es —oí que decía Will, riéndose.
—¿Qué dices? —preguntó Jen, por su parte—. ¡Cuelga ya!
Su madre, sin embargo, se había quedado un momento en silencio.
—Espero que no estés insinuando lo que creo, querido, porque no
podemos aceptar más favores de tu parte. Ya has hecho mucho por Jenny.
Además, no creo que ella te lo haya pedido.
—No, claro —admití, mirándola de soslayo.
—Mira, no quiero que te sientas presionado a nada, ¿vale? Ni siquiera sé
muy bien qué relación tienes con mi hija…, pero si de verdad te apetece
hacer esto, puedes tener por seguro que a principios del mes que viene te
devolveremos el dinero. Tienes mi palabra.
No quería meterme en una discusión con mi casi suegra sobre
devolverme o no el dinero, así que accedí rápidamente:
—Sí, no se preocupe.
—¿Seguro?
—Sí, de verdad.
—Ay, querido… Será un cumpleaños genial.
—Pues claro —sonreí, mirando a una muy perdida Jen.
—¡Y te prometo que recuperarás el dinero!
—Ya me lo devolverá cuando pueda. No hay prisa.
Sonreí al ver la cara de Jen y la aparté con un dedo en la frente. Gesticulé
un «cotilla» y ella entrecerró los ojos.
—¡Oh, eres un cielo! —exclamó su madre—. ¡Pues que sepas que me
gustas mucho más que ese noviete que tenía Jenny! No era mal chico, pero
no había modo de que encajaran. Por cierto, ¡a ver cuándo nos conocemos!
¡Aquí hay sitio de sobra y serás bien recibido! —Hizo una pequeña pausa
—. Me estoy enrollando, ¿verdad? Bueno, no te quito más tiempo. Pero ¡ha sido un placer hablar contigo!
—El placer es mío —le aseguré, riendo.
—¡Y lo de la invitación iba en serio!
—Sí… —Vale, tanta efusividad me estaba empachando un poco—. Oh,
sería un placer —añadí para no parecer un borde.
—¡Cuando tú quieras!
—Sí, claro. ¿Quiere hablar con su hija?
—Oh, por favor. Estoy deseando darle las buenas noticias.
Sonreí y le ofrecí el móvil a Jen.
—Es tu madre.
Ella tardó unos instantes en reaccionar y quitármelo de un manotazo.
Mantuvo una corta conversación con su madre mientras me iba echando
miraditas de reojo, y finalmente colgó el móvil con cara de circunstancias.
Quizá no tuviera mucha experiencia con su yo cabreado, pero no era
necesario ser un psiquiatra para darse cuenta de lo sumamente furiosa que
estaba.
—Bueno —dijo Naya con precaución—, creo que es nuestro momento de
ir a tu habitación, amor.
—Estoy muy de acuerdo —murmuró Will.
Tras seguirlos con la mirada, me volví de nuevo hacia Jen. Sonreí,
aunque, ciertamente, no sabía qué expresión poner. ¿Estaba enfadada?, ¿por
qué? ¿No había hecho algo bueno por ella?
En cuanto abrió la boca, supe que me caería una bronca. Y vaya si me
cayó. ¿El motivo? El dinero. Siempre era el dinero. El noventa por ciento
de las peleas que había visto en mi casa empezaban y terminaban con el
dinero. Qué harto me tenía ese asunto.
Suspiré, me senté en el sofá y dejé que me soltara el casi monólogo sobre
por qué no podía seguir invitándola a todo. No lo entendía. ¿No se supone
que a la gente le gusta que la inviten?, ¿por qué a ella le resultaba tan
complicado aceptarlo? No quería que me devolviera nada, solo me gustaba hacerle el favor porque la apreciaba, igual que ella hacía cosas por mí por el
mismo motivo. No era tan difícil de entender.
De haber sido otra persona quien me gritara, seguramente me habría
puesto de muy mal humor, pero los enfados con Jen se me pasaban con
mucha facilidad. Especialmente si, después de quejarse y desahogarse,
finalmente veía la parte positiva de la noticia.
—Voy a ir a casa —me dijo como si no se lo pudiera creer.
Sonreí.
—¿Ahora te enteras? Llevamos un buen rato hablando de ello.
—¡Voy a ir a ver a mi familia!
—Me alegro de que te ponga tan contenta.
Y vaya si se puso contenta. De pronto, la tenía encima, besándome por
toda la cara. Yo sostenía aún su plato de ensalada, del que había ido
robando trozos de tomate, y tuve que apartarlo para que no lo tirara al suelo.
A Jen le dio igual y me rodeó el cuello con los brazos.
—¡Eres el mejor!
—Eso ya me gusta más —aseguré, divertido.
Aprovechó el momento para separarse y mirarme, muy seria.
—Pero prométeme que no me pagarás nada más.
—No pienso prometerte eso —mascullé.
—Lo digo en serio. Al menos, espera a que te devuelva el dinero del
viaje.
—Como me devuelvas algo de dinero, te juro que te compro una mansión
en Las Vegas.
Intentó hacerse la enfadada, pero le había hecho gracia. Acepté su abrazo
de koala sin protestar lo más mínimo y la rodeé con un brazo. Podía
acostumbrarme a que estuviera así de cariñosa.
—Y no es por presumir —añadí, hablando contra su hombro—, pero creo
que ya le caigo mejor a tu madre que tú.
Ella se mantuvo abrazada a mí unos segundos, y entonces se separó con las manos reposadas en mis hombros. Me miró de un modo un tanto
inusual. No supe muy bien qué significaba eso, así que dejé el plato en la
mesa por si acaso.
—¿Qué? —le pregunté.
—Nada.
Claramente, algo quería, así que cuando agachó la cabeza busqué su
mirada. Para mi sorpresa, enrojeció y la apartó. ¿Qué le pasaba ahora?, ¿por
qué era tan complicada de leer?
—¿Tienes… sueño? —insinuó en voz baja.
¿Sueño? ¿Qué le había dad…?
Oh, espera.
—¿Qué tienes en esa cabecita maligna? —quise saber, entrecerrando los
ojos.
—Nada. —Se mordió el labio inferior—. ¿Estás muy cansado?
—Para ti, no.
¿Por qué daba tantas vueltas para preguntarme simplemente si quería
echar un polvo? Mira que era fácil de pedir.
Me incliné para besarla y Jen cerró los ojos. Justo en ese momento, capté
un movimiento muy molesto por encima de su cabeza. Sue, de pie en el
pasillo, nos miraba con una expresión de horror absoluto.
Jen, al darse cuenta de que había dejado de moverme, se volvió para
mirarla. Dio un salto del susto.
—Oh, no —se lamentó Sue—. Más parejas no, por favor.
Jen me dirigió una mirada avergonzada, y yo carraspeé.
—¿Podemos ayudarte en algo? —le pregunté.
—Iba a limpiar esto. Pero no puedo centrarme si estáis ahí
besuqueándoos. Me entran ganas de vomitar.
Bueno, con eso no había problema.
Miré a Jen de forma significativa. Ella me devolvió la mirada de un
modo todavía más significativo. Con una risita, se levantó y me cogió de la mano para arrastrarme a la habitación. Yo me dejé, con una gran sonrisa. Al
pasar por el lado de Sue, le guiñé un ojo.
—Pásatelo bien con la limpieza, ¿eh?
—Que te den.
—¿Quieres venirte y darle tú? —le preguntó Jen.
No pude evitarlo, solté una carcajada tan sonora que Sue dio un respingo
y, acto seguido, nos enseñó el dedo corazón.
De camino al aeropuerto, la idea de que se marchara de viaje empezó a
parecerme menos buena. Vale, solo eran dos días y se iba a ver a su familia,
que era importante. Pero… ¡dos días! ¡Eso se me haría eterno!
Exagerado.
Vale, quizá no era tanto tiempo, pero seguro que me lo parecería.
Me esforcé para que no se me notara. Primero, porque Naya ya
dramatizaba suficientemente en nombre del grupo, y segundo porque
llegábamos ya al aeropuerto y Jen tenía que irse. No quería preocuparla
justo antes de que subiera a un avión.
Nos detuvimos todos junto al control de seguridad, y Jen agarró con
fuerza las correas de la mochila, era todo lo que se llevaba. Naya gimoteó y
se sorbió la nariz, así que Jen le sonrió.
—Son solo dos días.
—¡Dos días y medio!
Por primera vez en la historia, estaba de acuerdo con Naya.
Por supuesto, la abrazó durante un rato. Cualquiera habría pensado que
no la veríamos en cuatro años, cuando en realidad el lunes ya estaría en
casa.
Will fue el siguiente. Le dio una palmadita cariñosa en la espalda.
—Pásatelo bien.
Jen le sonrió y, acto seguido, se volvió hacia Sue. No se dijeron nada,
aunque de ella tampoco me lo esperaba. Yo fui el último. Hubo un momento de duda; obviamente, no sabía si abrazarme o qué. Y como nuestros amigos
ya empezaban a mirarnos con confusión, decidí zanjar el asunto
acercándome a ella; Jen me abrazó por la cintura, dejándome bien claro que
no habría besos frente a los demás, y tras unos segundos se separó de mí.
—No le des un puñetazo a nadie en mi ausencia —bromeé.
Ella soltó una risa irónica y luego se despidió de todos con un gesto.
—¡Nos vemos dentro de dos días…! —Dudó al ver la mirada de Naya—.
¡… y medio!
Ella sonrió con aprobación.
Y se marchó. Con las manos en los bolsillos y sin saber qué hacer con mi
vida, me quedé observando cómo desaparecía tras las cintas de seguridad.
Hasta que Sue se giró hacia nosotros con las manos en las caderas.
—Bueeeno…, no sé si será un buen momento para decirlo, pero la
verdad es que me he quedado sin helado. Si pasáramos por el supermercado
de camino a casa, me iría genial.
Will se rio y le deslizó el brazo por encima de los hombros. Por primera
vez en la historia, Sue no rechazó el contacto humano.
—Si lo pides con tanto amor, ¿cómo podemos negarnos? —preguntó él.
—No hacía falta tocarme para decir que sí.
—Es que me encanta tocarte.
—Ya lo sé, pero tu novia está delante, disimula un poco.
Naya y yo nos quedamos unos pasos atrás y, mientras esos dos iban
charlando, nosotros nos acompañamos de nuestro triste silencio de
nostalgia. Parecía que estábamos de luto.
Seguía con la misma mueca cuando llegué a casa; me puse una película,
repasé un guion y me di una ducha. No encontraba ninguna fuente de
entretenimiento que terminara de gustarme, y me estaba poniendo de los
nervios. Necesitaba distraerme de algún modo, del que fuera.
Casi agradecí que Mike apareciera por casa.
Imagínate el nivel de desesperación.