—Últimamente pides muchas de estas, ¿no?
Alcé la mirada. El chico que estaba tras el mostrador de la pizzería, que
no debía de pasar de los quince años —¿era legal trabajar a esa edad?—, me
observaba con curiosidad. Tenía la cara alargada y con antiguas marcas de
acné, pero lo que más destacaba era su mueca de aburrimiento.
Qué placer tener a gente tan feliz alrededor.
—¿Eh? —murmuré.
—Que últimamente metes una pizza barbacoa en todos los pedidos.
—¿Llevas el recuento?
—No, pero me acuerdo de los pedidos de los clientes habituales. Yo la
detesto —añadió, dándome el cambio.
—Y yo. Solo la compro porque a mi novia le gusta.
—Qué mal gusto.
—Por algo está conmigo.
Supongo que no pilló la broma o no le hizo gracia, porque me pasó las
pizzas y me miró con cara de «vete ya de aquí».
Volví al piso con las pizzas acomodadas en el asiento del conductor. En el salón solo me esperaban Will y Sue, que miraban un programa de
televisión. Dejé la comida sobre la mesita del café y ella empezó a comer
sin mucho preámbulo.
—¿Nunca te han dicho que es de mala educación empezar antes que los
demás? —le sugirió Will.
Sue se encogió de hombros y siguió comiendo.
—Si come antes, se irá antes —le dije a mi mejor amigo—. Deja que
haga lo que quiera.
Will sonrió, pero ella, ofendida, me dio con un cojín en el brazo. Después
me di cuenta de que estaban a solas; había pensado que Jen saldría del
cuarto de baño o de la habitación, pero no se encontraba ahí.
—¿Y Jen? —pregunté.
Will se revolvió con incomodidad, y me interesé aún más.
—Arriba.
—¿En la azotea? ¿Ella sola?
—No está sola.
—¿Y con quién…?
—Se está enrollando con el parásito —me cortó Sue.
Sonreí con ironía.
—Qué graciosa. Ahora en serio, ¿dónde está?
—¡Te lo estamos diciendo!
—Está arriba con Mike —añadió Will—. Le ha dicho que quería hablar
con él a solas.
—¿En serio?
No sé por qué me sentí tan fuera de lugar, no era para tanto. Todos
hablábamos alguna vez a solas, ¿qué importaba que lo hiciera también con
Mike?
Miré la pantalla unos instantes, intentaba deshacerme de las
desagradables imágenes que me venían a la mente. Conocía a Jen, ella
nunca haría nada de lo que tuviera que preocuparme, y mucho menos con un miembro de mi familia.
El problema residía en que…, bueno, que también conocía a Mike. Y mi
hermano no era esa clase de persona en la que podías confiar ciegamente.
—¿Por qué no subes de una vez? —me sugirió Sue—. Estás a punto de
implosionar en el sofá.
—Sería patético subir a preguntarles —murmuré.
—Sí, pero saldrías de dudas. Y luego podrías bajar a contármelo todo.
Miré a Will, que no sabía qué decirme.
Vale, a la mierda. Tenía más curiosidad que orgullo.
Atravesé la ventana ya abierta y subí los escalones lentamente, como si
una parte de mí no se sintiera segura de lo que hacía. En cuanto llegué
arriba, los busqué con la mirada. Vale, estaban de pie junto a las sillas
plegables. Pero no entendía qué hacían; Jen le cogía la mano y estaba
inclinada hacia él. Muy cerca. Me detuve.
¿Se estaban…?
Vale, no. Solo hablaban. Joder. Sin darme cuenta, suspiré aliviado y, por
fin, encontré mis cuerdas vocales.
—¿Qué hacéis?
Ambos reaccionaron al instante. Jen le soltó la mano y Mike retrocedió.
Por supuesto, ambos me miraron con cara de culpabilidad, cosa que,
sinceramente, me preocupó un poco. O me cabreó. O ambas cosas. Todavía
no lo había decidido.
—Solo charlábamos —dijo Jen.
Lo que me alarmó no fue que ella respondiera, sino el silencio de mi
hermano. Lo conocía perfectamente, y siempre tenía algo que decir.
Siempre. Si se quedaba callado, se debía a lo contrario: tenía algo que
ocultar.
—¿Charlar? —Mi mirada no se despegó de Mike—. ¿Charlar de qué?
No quería sacar conclusiones precipitadas, pero me lo ponían
complicado. Tardaron lo que me pareció una eternidad en responder:
—Hermanito —dijo él entonces—, no es…
—No me llames hermanito. Y no estaba hablando contigo.
—Jack —intervino mi novia—, no es lo que parece.
—¿Y qué es?
Mi tono de voz hizo que se detuviera, y me alegré de ello. Quería que me
dijera la verdad, no que se acercara a abrazarme.
—Estábamos hablando —insistió—, ya te lo he dicho.
Probó a dar otro paso y, como no me aparté, cerró la distancia entre
nosotros. No me apetecía demasiado hacer manitas con ella; aun así, dejé
que me cogiera la mano y se acercara un poco más.
—Solo quería preguntarle algo a tu hermano sobre vosotros.
¿Sobre nosotros? ¿Ambos? Mis alarmas se dispararon. Al final, mi
mayor duda fue:
—¿Y por qué no podías preguntármelo a mí?
Ella miró de soslayo a Mike, que se apresuró a marcharse. Cuando oí sus
pasos al final de la escalera, volví a centrarme en el asunto que me había
llevado a la azotea.
—No me gusta que estés a solas con él —admití—. Por favor. Con
cualquiera menos con él.
No sé si entendió todos los matices de lo que le decía, pero Jen asintió
como si lo hiciera. Incluso me dio un beso en los labios que me relajó un
poco. Quizá había sonado algo más patético de lo que pretendía, pero decidí
que no era momento de pensar en ello.
—¿De qué hablabais? —Volví al tema.
Jen apartó la mirada. Por fin iba a decirme la verdad.
—Mis padres quieren que vayas a cenar a mi casa en Navidad.
Espera, ¿qué?
¿Ese era el gran dilema?
Mi enfado se evaporó en cuestión de segundos, y esbocé una gran
sonrisa. ¡Mis suegros querían conocerme! ¿A qué venía esa cara? ¡Era una noticia excelente! Los familiares de mis otras parejas me habían detestado,
pero esos me iban a querer, estaba seguro de ello.
—¿En serio? —le pregunté con más ilusión de la que me esperaba.
Jen, en cambio, no parecía tan segura. Menos mal que yo tenía seguridad
de sobra para ambos.
—¿Te apetece? —murmuró.
—¡Claro que me apetece!
Se calmó un poco; deslizó las manos desde mis mejillas hasta mis
hombros, y ahí la rodeé por la cintura. Estaba a punto de inclinarme para
besarla, pero algo en su expresión me detuvo. Estaba más calmada, sí, pero
sospeché que había algo más.
—Solo… hay un pequeño detalle —añadió en voz baja, acariciándome
los hombros con los pulgares.
Y… ahí venía la bomba.
Jen nunca se mostraba tan cariñosa fuera de nuestra habitación, y las
pocas veces en que sí lo había sido, había precedido a una mala noticia.
Dudaba mucho que ese día se rompiera la norma.
—¿Qué detalle? —quise saber.
—Bueno… También quieren conocer a tu familia.
La contemplé unos instantes como si no la hubiera entendido. Entonces
intenté apartarme. Ella no lo permitió, me atrapó la mano con una velocidad
sorprendente e incluso me sonrió, pero no funcionó.
Nada suavizaría ese asunto.
—¿A mis padres? —le pregunté directamente.
—Sí. —Hizo lo posible para que su voz sonara suave—. ¿No te apetece?
—Sabes que eso no me apetece, Jen.
—Jack…
—Solo mi madre.
Si mi padre conseguía meterse en esa parte de mi vida, la arruinaría, tal
como había hecho siempre. No lo permitiría.