Tres meses

Cap. 13: El viaje de Jack

Si de algo había servido la marcha de mi —ahora— exnovia, había sido 
para aceptar la dichosa solicitud de Francia. 
Exnovia, ¿eh? 
Qué palabra tan… vacía. Tan solitaria. 
Los últimos días por casa se me habían hecho muy cuesta arriba: asistía a 
clase, pasaba tiempo con los demás, hacía mis trabajos…, pero todo me 
costaba un doble esfuerzo. Estaba cansado, desanimado, y no me apetecía 
hablar con nadie. Tan solo me apetecía encerrarme en mi habitación y ver 
las películas que ya había visto decenas de veces. 
Curiosamente, la rabia y el desdén me mantuvieron en movimiento. Me 
negaba a que la marcha de Jen influyera en mi carrera, me alejara de mis 
objetivos o me hiciera sacar malas notas. No estaba dispuesto a permitirlo. 
Y fue eso precisamente lo único que me sacó de aquella cama que, de 
pronto, parecía tan vacía. 
De haber sido por mí, sin embargo, probablemente habría desechado la 
oportunidad de estudiar en Francia. Will me lo recordó una tarde mientras 
mirábamos películas en mi cama. 
—Podrías aceptar —murmuró.

—No sé, tío… 
—¿Por qué? ¿Qué tienes aquí que se vaya a echar a perder cuando te 
marches? 
Lo consideré un momento. Tenía razón. ¿Cómo no me había dado cuenta 
antes? De entre todas las razones por las que me había negado, la principal 
era mi relación con Jen. Pero esa relación ya no existía, ¿qué sentido tenía 
ahora privarme de ir a Francia? 
Si dijera que no intenté volver con ella… mentiría. Durante casi un mes 
traté de ponerme en contacto, ya fuera mediante mensajes o llamadas. Ella 
leía mis mensajes, pero nunca me respondió, tampoco a las llamadas. 
Simplemente actuaba como si yo no existiera. Y me habría encantado que 
no me importara, no mirar nuestras fotos continuamente, no echarla de 
menos en cada detalle de la casa…, pero no resultaba tan fácil. Pese a que 
una parte de mí la detestaba, la otra la seguía queriendo. Y los sentimientos 
no desaparecen por un mensaje sin respuesta. 
El viaje a Francia —dos semanas tras la marcha de Jen— me pareció 
eterno. Muchas horas de vuelo, una escala, muchos pasos desgastados en 
los aeropuertos… y todo para llegar a una residencia que detesté tan pronto 
como la vi. 
La escuela en sí no me gustó. Resultaba evidente que el diseño se 
proponía impresionar a primera vista mediante una estructura muy similar a 
las que eran habituales en las casonas de los ricos del barrio. La residencia, 
por lo tanto, seguía el mismo patrón, tenía altas columnas, suelos de 
mármol, muebles sedosos, grandes ventanales… Acompañaba 
perfectamente la reputación prestigiosa que ya tenía gracias a sus 
profesores, que en su mayoría eran veteranos en sus campos. La escuela, 
además, había albergado en sus aulas a cineastas famosos, y muchos de los 
alumnos habían conseguido su primer proyecto porque alguno de los 
profesores había creído en ellos. 
Pero yo no necesitaba nada de eso. No necesitaba rodearme de gente que solo se fijaría en la marca de la ropa que vestían los demás, en quiénes eran 
sus padres, en que los muebles fueran de lujo o en que todas las 
pertenencias tuvieran un precio mínimo con objeto de mantener bien 
controlado su ecosistema de riqueza absurda. 
Y, sobre todo, no quería sentirme juzgado. 
Tú también los estás juzgando, ¿eh? 
Mi habitación se ubicaba en el cuarto piso —en él, todas eran 
individuales— y la encontré al inicio del pasillo. Era bastante sencilla, pese 
a todo. Tenía una cama doble, un armario empotrado, un escritorio y un 
cuarto de baño privado. Incluía más de lo que solía haber en una residencia 
de estudiantes, pero menos de lo que me habría esperado de un lugar como 
aquel. 
Lo primero que hice al entrar fue dejar la maleta a un lado y sentarme en 
la cama. Era mucho más cómoda de lo que parecía, y las sábanas olían a 
detergente. No estaba acostumbrado a vivir en un sitio tan impoluto, incluso 
me pareció surrealista. 
A lo bueno se acostumbra uno rápido, no te preocupes. 
Era una escuela de cine, y en algunas de sus clases mezclaban alumnos 
de distintas especialidades: actores, guionistas, directores, cámaras, 
diseñadores, realizadores…, pues en ella se ofertaban estudios para las 
distintas disciplinas que participarían en una producción. Para colmo, 
coincidíamos todos en el edificio principal de la institución. 
Mis clases solían ser por la mañana, así que me levantaba diez minutos 
antes, me vestía, me bebía un zumo de la máquina y acudía a ellas con cara 
de sueño. Después comía en la cafetería, donde me daban una bandeja y 
elegía lo que me apeteciera de entre los platos situados al otro lado del 
cristal. Ya satisfecho, volvía a mi habitación y, mientras los otros 
aprovechaban su rato libre para pasearse por la ciudad, yo hacía los deberes 
y luego encendía el portátil; ya fuera para hablar con mis amigos o para ver 
películas, me complacía mucho más que perder el tiempo en una ciudad cuyo idioma desconocía. 
La primera conversación —asuntos sobre estudios aparte— se dio tras 
una semana de mi llegada. Un chico con quien coincidía en una de las 
clases organizaba su fiesta de cumpleaños y quería invitar a todo el mundo. 
Pensé en quedarme en mi habitación de todos modos, pero luego decidí 
aprovecharlo para relacionarme con los estudiantes. 
Me arrepentí de todo nada más llegar. 
Mira que te has vuelto criticón, ¿eh? 
La fiesta se celebraba en un club privado de la ciudad que, a elección del 
cumpleañero, habían decorado con aires ochenteros. Tras diez canciones de 
Madonna, Whitney Houston y Janet Jackson, me planteé si debía meter la 
cabeza en la caja de bebidas, en busca de una intoxicación etílica, para 
terminar con tanto sufrimiento. Si el chico del cumpleaños no me hubiera 
visto, me habría marchado mucho antes. 
Pero ahí me quedé, de pie junto a la mesa de las bebidas. Estuve a punto 
de hacerme con una botella entera y pasar de los vasitos, pero me contuve; 
no era el mejor momento para emborracharme, pues estaba más solo que 
nunca y, además, no dominaba mucho el francés: mejor mantener el control. 
—¿Quieres uno? 
Volví la cabeza. Tres chicas se me habían acercado, llevaban en los 
brazos sombreritos de purpurina plateada como los que habían estado 
repartiendo por doquier. Supuse que no me quedaba otra que aceptar, así 
que me puse uno acompañándome de una mueca de resignación. 
—¿Y tú quieres uno? —le preguntaron a la chica que se había detenido a 
rellenarse el vaso. 
Las miró de soslayo, y al ver la purpurina esbozó una mueca de asco. 
—Ugh, no. 
Y entonces decidí que me caía bien. 
Las tres chicas intercambiaron una mirada de indignación y, acto seguido, 
se marcharon con sus sombreritos ochenteros. La chica, en cambio, se rellenó el vaso con tranquilidad. 
—¿Te pongo uno? —me preguntó al darse cuenta de que no dejaba de 
mirarla. 
Vale, quizá debía disimular un poco. Carraspeé, incómodo. 
—No, gracias. 
—¿Has caído en la trampa del sombrerito? Oh, no, ya formas parte de su 
secta —bromeó—. Cuidado con sus sonrisitas simpáticas, que en cuanto te 
despistes intentarán robarte tus futuras películas. 
—¿Cómo sabes que hago películas? 
La chica se volvió hacia mí con una sonrisa de incredulidad. 
—Será una broma, ¿no? Estás apartado de todo el mundo, tienes un 
aspecto descuidado… 
—¡Oye! 
—… y está claro que solo has venido para dejar de ser un marginado. 
Aquí, o eres actor o trabajas en películas. Imagino que te dedicas a la 
segunda opción. Y te veo con cara de dar órdenes, así que me decanto por 
director. 
—Vale, Agatha Christie, enhorabuena por acertar. 
—Ah…, nada como tener razón para alegrarte la noche. 
Colocó la botella donde la había encontrado y, acto seguido, me sonrió. 
Esta vez, sin burla ni bromas. 
—Me llamo Vivian, por cierto. 
Era una chica guapa. Poco más pude decir en ese momento, pues solo 
pensaba en irme a la residencia. Tenía el pelo rubio y recogido en un moño, 
los ojos oscuros y la piel morena. Además, su deje alemán aportaba un 
toque de distinción a los acentos franceses que me rodeaban. 
—Ross —me presenté. 
—¿De quién eres hijo? —preguntó Vivian entonces—. ¿Político, 
aristócrata, famoso…? Porque aquí todo el mundo es hijo de alguien así. 
Al menos me sonsacó media sonrisa.



#11089 en Novela romántica

En el texto hay: humor, amor, amistad

Editado: 31.12.2023

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