Si mi primer día de rodaje ya estaba nervioso, cuando descubrí que era la
persona más joven de la sala me sentí todavía peor. Todo el mundo tenía,
por lo menos, una década de experiencia más que yo… ¿Cómo iban a
tomarme en serio?
Fui muy torpe; además, me equivoqué en varias ocasiones. De regreso a
la residencia, me entró el bajón y me pregunté si había elegido bien la
carrera. No dejaba de pensar que los demás no me considerarían
suficientemente bueno, que estaban perdiendo el tiempo y que deberían
trabajar con alguien de su rango. Las inseguridades me carcomieron toda la
noche, y al presentarme en el plató al día siguiente, lo hice aún peor.
Pero esa mala racha duró, exactamente, una semana.
Mi idea había sido hacerme respetar, pero pronto me di cuenta de que no
se trataba de eso, sino de mantener un respeto mutuo y profesional entre
compañeros. Todo el mundo, desde su rango y experiencia, aportaba su
granito de arena a la película, y a pesar de los roces que surgían, siempre
priorizábamos la película ante nuestras opiniones.
Rodábamos principalmente en Francia, y nos topamos con el primer
problema: encontrar a los actores. El reparto secundario fue una tarea relativamente fácil, pero el protagonista —el chico que actuaría junto a
Vivian— nos supuso un verdadero reto.
La presencia de Vivian al actuar atraía toda la atención de la cámara, y
eso nos dificultaba la tarea de encontrar a alguien a quien no opacara por
completo. Se trataba de que los dos destacaran, la audiencia debía sentirse
atraída por ambos, no olvidar al chico a los cinco minutos.
Llevábamos casi un mes de audiciones cuando se presentó un actor que
acababa de graduarse, se llamaba Briant. A pesar de su acento francés —
poco acorde con el personaje—, nos llamó la atención enseguida. Vivian y
él tenían una química brutal, y era capaz de sobreponerse a su presencia:
habíamos encontrado a nuestro actor principal.
Lo que desconocía era que también habíamos encontrado al novio de
Vivian, porque lo de la química no era solo en escena, y empezaron a salir a
mitad del rodaje.
Al principio, a él no le gustaba mucho nuestra amistad. Seguramente
pensaba que había algo entre nosotros o que lo hubo en el pasado. Sin
embargo, desde que descubrió que no era así, se apuntaba a todos nuestros
planes. Todo lo que habíamos hecho entre dos ahora se hacía entre tres. Al
principio pensé que lo detestaría, pero pronto me acostumbré a ello y, de
hecho, acabé por disfrutarlo.
Nada como ser el sujetavelas para alegrarle el día a uno.
Por otro lado, el productor me dio libertad creativa en casi todo el rodaje
y, aunque llevamos a cabo algunas modificaciones de última hora, logramos
que el producto fuera casi igual que el guion original. Los diálogos, los
actores, la caracterización, los escenarios, el enfoque, la iluminación… De
pronto, todo me parecía perfecto. Quedó tal como me lo había imaginado al
escribir el guion.
Sin embargo, una parte de mí era incapaz de sentirse bien del todo.
Era una película, sí, pero representaba una parte de mi vida. Una parte
sumamente dolorosa que aún no había olvidado por completo.
Ver mi historia contada por unos actores, con una Jen mucho más
manipuladora y mala…, me llevaba a cuestionarme muchas cosas. Por un
lado, si había sido justo con su caracterización. Por el otro, si ella había sido
realmente así y yo me había cegado durante meses.
Justo en ese momento en el plató se desarrollaba la parte de la fiesta de
Halloween. Vivian iba disfrazada de angelito, y se parecía tanto al que Jen
había llevado en su momento que yo lo observaba con un nudo en la
garganta. Briant llevaba un mono parecido al que yo había usado; entre
escena y escena, se sacó el cuchillo de plástico del bolsillo y simuló que
atacaba a Vivian. Ella empezó a reírse y fingieron que se perseguían por el
plató. Yo suspiré y le hice la señal al chico de la claqueta.
—Chicos, vamos a repetir la escena —los llamé.
Todavía sonriendo, ambos se detuvieron junto al balcón falso del
decorado. Briant se metió por fin en el personaje y Vivian, por consiguiente,
hizo lo mismo. Ella se apoyó con las manos en la barandilla de piedra falsa
y su expresión entristeció. Briant se apoyó sobre una mano, sin dejar de
mirarla con preocupación.
Tras asegurarme de que las cámaras y el sonido estaban listos, asentí con
la cabeza.
—¡Acción!
Observé inmediatamente la pantalla de grabación. Vivian tenía la mirada
clavada en sus manos, y Briant le colocó una mano en el hombro.
—¿Estás bien? —insistió.
—Sí.
Él torció el gesto, sabiendo perfectamente que no era cierto, y se le
acercó por detrás. Vivian no se movió al notar que la rodeaba con los
brazos. De hecho, se pegó más a él para facilitarle el abrazo.
—¿Quieres que volvamos a casa? —le preguntó Briant con la boca
pegada a su pelo.
—No. Estoy bien.
—Vamos, claramente no lo estás…
—Pero no quiero arruinarte la fiesta.
—No lo haces. Te lo he ofrecido yo, ¿no?
Vivian sonrió, giró sobre sí misma y también lo rodeó con los brazos.
Miré la pantalla de la cámara, fija en su expresión. Aún parecía apenada,
pero ahora que Briant no veía su expresión, esta se había relajado un poco;
la tristeza se había transformado en algo mucho menos expresivo.
—¿Mejor? —preguntó Briant.
—Mucho mejor, sí —replicó ella en un tono apenado que iba en
desacorde con su expresión de indiferencia.
Mantuve la imagen unos segundos, y finalmente pedí el corte. Vivian y
Briant salieron de sus personajes y se pusieron a bromear mientras yo
repasaba la escena.
Era perfecta.
No estaba seguro de si era Jen, pero… a esas alturas prefería no saberlo.
Los momentos en los que menos pensaba en ella coincidían con los
finales de rodaje. Lo cerrábamos todo y casi cada noche salíamos todos
juntos a cenar en algún restaurante. Al terminar, Briant, Viv y yo nos
metíamos en un bar cualquiera para emborracharnos tanto como nos
apetecía.
Había echado de menos pasármelo bien sin ninguna responsabilidad de la
que preocuparme.
Bueno, está la pequeña responsabilidad de dirigir una peliculita.
Eso sí, dormía solo. Siempre dormía solo. Podía besarme con otra gente,
a veces en serio, a veces en un juego, pero era incapaz de meter a nadie en
mi cama.
¿Detestaba a mi exnovia? Quizá. Pero la rabia que sentía ahora no
anulaba el amor que había sentido durante meses, por eso no quería ni
pensar en enrollarme con alguien; no lo haría porque me gustara, sino para
sustituir a Jen. Nadie se merecía convertirse en la sustitución de otra persona.
Quizá habría sobrellevado mejor el asunto si el productor no nos hubiera
sorprendido en el último momento con la maravillosa idea de rodar la
escena final —la de la residencia— en su escenario real.
Es decir, tocaba volver a casa.
La idea de ver la residencia, la ciudad e incluso el piso… me
incomodaba. En cierto modo, ya no eran los mismos escenarios que pisaba
antes de marcharme. Yo había cambiado, igual que mi entorno. Ya nunca lo
vería de la misma manera.
Aun así, acepté. ¿Qué remedio me quedaba, al tratarse de una orden
directa?
La dura vida del director novato.
Llegué a la ciudad por la noche y, en vez de visitar a mis amigos o a mi
familia, pedí una habitación en el mismo hotel que los demás.
A la mañana siguiente, tampoco fui a verlos. Había dejado bien claro a
todo el equipo de producción que quería terminar la escena de la ruptura
cuanto antes, así que nos pusimos manos a la obra. Montamos el set y,
mientras Chrissy se aseguraba de que nadie dañara su preciado edificio, los
demás logramos tenerlo todo listo en un tiempo récord.
Vivian estuvo perfecta. Tanto, que bastó una toma por escena; y si de
alguna hicimos más, fue para tener elección.
Y eso que la pobre no solo estaba pendiente de su papel, sino también de
mí. Pasaron los días y empezó a cuestionar que yo no visitara a mis amigos.
Quizá tuviera razón, pero no quería escucharla, así que cada vez desvié
rápidamente el rumbo de la conversación.
Terminamos el rodaje esa misma semana. A pesar de que la tradición
consistía en salir a celebrarlo, todos estábamos demasiado agotados; el
equipo fue retirándose al hotel, mientras que yo me dirigí a los camerinos
antes de marcharme.
Iba a entrar en el de Vivian, pero me detuve al oír los gritos al otro lado de la puerta. Viv y su novio, Briant, estaban peleándose otra vez. Sus riñas
se habían iniciado hacía unas semanas, momento en que empezaron a estar
en desacuerdo sobre algunos aspectos de las escenas, y que coincidía con el
millón de seguidores que Viv había alcanzado en Instagram. A pesar de que
también tenían buenos momentos —como todas las parejas—, desde
entonces, su relación se basaba, sobre todo, en las discusiones.
Alguna vez le había dicho a Vivian que aquello no era sano, que debería
dejarlo, pero me respondía que no se trataba de lo que debía hacer, sino de
que no quería hacerlo.
Briant abrió la puerta en mitad de la discusión. Viv le lanzó algo a la
cabeza, y él la insultó en francés. Después, me miró a los ojos, dijo algo
más en su idioma y se marchó hecho una furia.
Viv estaba sentada en su sillita frente al espejo. Se había atado el pelo y
llevaba un albornoz rosa. En esos momentos, se pasaba una toallita húmeda
por las mejillas para continuar desmaquillándose. No levantó la cabeza
hasta que estuve justo a su lado.
Supongo que, por mi expresión, ya supo por dónde irían los tiros.
—¿Vienes a decirme que lo deje? —masculló.
—¿Para qué? No me harías caso.
Ella no respondió, pero apartó una silla para que tomara asiento a su lado.
Tras acomodarme, vi que ya no lloraba pero que seguía con el maquillaje
corrido por la cara. Se lo quitó con calma.
—Sabes que podría decirle que no viniera más al plató, ¿no? —murmuré.
Viv sonrió sin mucho humor.
—Es tu protagonista.
—Ya ha grabado todas sus escenas.
—Ross, no te metas en líos por esta tontería, ¿vale?
—A mí no me parece una tontería.
Vivian suspiró, dejó el desmaquillante y me miró.
—Es mi novio.