Así que… Jen había vuelto.
Es decir, Jennifer. Ya no era Jen. Era Jennifer. Como primer paso para
afrontar esa nueva realidad la llamaría por su nombre.
Eso es. Hazte el duro.
Al verla por primera vez, había entrado en pánico y había salido
corriendo, pero no volvería a suceder. Se trataba de mi casa, mis amigos y
mi vida, así que era yo quien mandaba. Si alguien sobraba era otra persona.
Y se lo haría saber tantas veces como hiciera falta, para que volviera con su
estúpido novio a su estúpida casa en su estúpido pueblo.
Ahí, sin rencores.
Sí, ese era el objetivo del día. Si es que la veía, claro, porque no pisaría el
piso hasta que se marchara.
Me incorporé y consulté la hora en el móvil. Estratégicamente, obvié los
cuarenta mensajes de Joey; la pobre tenía que estar harta de mí, pero me
daba igual, porque yo también estaba hasta las narices de ella.
Esa noche tampoco había aparecido en el hotel. Tras haber ahogado las
penas en el bar de las otras noches —el que quedaba a cinco minutos de casa y tenía dos palmeritas en el cartel—, había conducido hacia la
residencia. Ni siquiera sabía el motivo, pero Chris dejó que pasara la noche
en su habitación. Podía ser un pesado con las normas, pero no era mala
persona.
No era cuestión de quedarme ahí eternamente, así que me levanté del
sofá y fui al cuarto de baño. Llevaba la misma ropa que el día anterior y
tenía un aspecto lamentable; además, volvía a estar sin material.
Me miré en el espejo, suspiré y me eché agua en la cara, lo necesitaría
para afrontar el día.
Chrissy estaba en el mostrador de la entrada, como siempre. Bajé las
escaleras con cierta pereza y me apoyé en él con ambos brazos. Sonrió con
malicia.
—Buenos días, principito. ¿Has pasado una buena noche?
—Mejor que la mañana, seguro —murmuré—. Oye, gracias por todo,
pero tengo que irme.
—¿No quieres comer algo? Tienes mala cara.
Tan pronto como mencionó la comida, me entraron arcadas. Las contuve
como pude y negué con la cabeza.
Iba a responder, pero Chris levantó la cabeza y esbozó una gran sonrisa.
—¡Hola, Jenna!
Bueno, nunca era demasiado temprano para que el día se convirtiera en
una verdadera basura.
No me volví al momento para mirarla, pero mi cuerpo notó enseguida su
presencia; por mucho que la detestara, y sin poderlo evitar, reaccionaba
siempre de ese modo, algo que solo aumentaba mi rabia.
Como seguía ahí pasmada, miré a Jen por encima del hombro. Llevaba
puesto un jersey viejo y unos pantalones ajustados. Un bolso le colgaba del
hombro, y jugueteaba con él con evidente ansiedad. Evitaba mi mirada de
forma tan obvia que casi me reí.
—Hola —dijo finalmente—, mmm…, puedo volver en otro momento o…
—Puedes acercarte —aseguró Chris, sorprendido—. ¿Por qué no ibas a
hacerlo?
He ahí la cuestión.
Oí que Jen se acercaba, pero yo estaba demasiado ocupado dándole
vueltas a un bolígrafo sobre el mostrador. Se detuvo a mi lado y, como yo,
se apoyó con los brazos, aunque mucho más alejada de lo estrictamente
necesario.
—Solo quería pasarme a verte —le dijo a Chris.
A él lo visitaba, pero a mí no me respondía a una sola llamada. Qué
simpática.
La miré de soslayo, con rencor, y la repasé de arriba abajo sin apenas
tratar de disimular. Un año antes había hecho eso mismo sin imaginar que
algún día llegaríamos a esa situación. Las cosas habían cambiado, pero ella,
no demasiado. Seguía llevando el pelo castaño y largo, vestía del mismo
modo y se movía igual. La única diferencia era que había hecho ejercicio,
se notaba, y había tomado mucho el sol. Su piel bronceada la delataba.
Si no la hubiera detestado tanto, quizá me habría parecido atractiva.
Ajá.
—Qué bien que vuelvas a estar por aquí —comentó Chris—. Seguro que
a mi hermana le encanta.
—Vino a buscarme al aeropuerto. Incluso saltó el cordón de seguridad.
—Sí, suena a algo que haría…
Tanto eso como el hecho de traerla sin avisarme. ¿Cómo no lo había
pensado antes? Todo aquello llevaba escrito el nombre de Naya. Ya hablaría
con ella.
—¿Has venido por lo de tu habitación? —preguntó entonces Chris, y me
distrajo de cualquier pensamiento coherente—. Todavía no he encontrado
ninguna.
¿Habitación? ¿Quería una habitación?
No sé por qué me molestó, mucho más que el hecho de haberme
ignorado al entrar, que, por supuesto, también me había jodido. Lo cierto
era que, si le encontraban una, para mí sería mucho mejor. Aquello
significaría que no solo se iría de mi casa, sino que, con suerte, no volvería
a cruzarme con ella.
Y, sin embargo, hablé en un tono áspero.
—¿Quieres volver a la residencia?
Jen me dirigió una rápida mirada antes de volverse de nuevo hacia
delante.
—Sí… —admitió, aunque no sonaba muy segura—. Naya me dijo que no
estabas aquí e iba a dormir en un sofá cama que creía que compraríamos,
pero… será más sencillo si vivo en la residencia.
Oh, pobre Jen, que se sacrificaba en nombre de todos.
—Supongo que sí —accedí con media sonrisa irónica.
Me miró de nuevo, extrañada, como si esperara otra reacción,
probablemente un cabreo; sinceramente, yo también.
Si no me salía era porque molestarla me apetecía más que molestarme.
—Oye, Chris —dije sin apartar la mirada de ella—, ¿queda alguna
habitación compartida?
Confusa, Jen frunció un poco el ceño; Chris lo comprobó de todos
modos.
—No, ya lo revisé cuando me lo pidió Naya. A estas alturas del curso, es
más normal que haya alguna individual. Pero… claro, es más cara.
—No creo que sea un problema, seguro que ya ha encontrado a alguien
que lo pague todo.
Chris parpadeó, sorprendido, pero toda mi atención estaba puesta en ella.
Se había quedado muy quieta, como si tratara de asimilar el golpe. Incluso
me miraba como si no pudiera creerse que acabara de decir algo así.
Pero ¿qué se creía?, ¿que no iba a detestarla?, ¿que no recibiría ningún
golpe bajo?