Revisé el discurso que tenía apuntado por décima vez. Vivian, sentada a mi
lado, contuvo una sonrisa.
—Por mucho que lo leas, no cambiará —comentó.
—¡Déjame! Lo estoy perfeccionando.
Ella suspiró y volvió a abrir el guion que le había traído.
Estábamos los dos solos en la casa nueva que se había comprado hacía
unos meses en las afueras de la ciudad. Durante la reforma —ya finalizada
—, había priorizado el tener un buen porche trasero y, sobre todo, un buen
jardín. Y en él nos encontrábamos, sentados en unas sillitas de madera y
rodeados de pajaritos cantando. Vivian llevaba un moño deshecho y una
bata azul. Revisaba el guion de mi nueva película, la de terror.
Me alegraba de que formara parte de mi nuevo elenco. Y, sobre todo, me
gustaba que pudiera volver a ser mi protagonista. Por mucho que buscara,
sabía que no encontraría a otra actriz como ella, que me gustara tanto y que
entendiera tan bien lo que trataba de transmitir en cada escena.
Concentrada, Vivian pasó a la siguiente página mientras yo pulsaba
compulsivamente el botoncito de mi boli.
—No está perfecto —me lamenté.
—Ross —dijo, cansada—, ¡está genial!
—¡«Genial» no es «perfecto»!
—Por favor, ¿cuántos años habéis estado juntos? ¡La conoces de sobra!
Sabes que no necesita algo perfecto, tan solo algo sincero.
Suspiré y me dejé caer contra el respaldo de la silla. Frente a mí tenía el
discurso con el que me quería declarar a Jen para, al final, de manera épica,
romántica y todas esas chorradas, pedirle que se casara conmigo.
Verás tú como salga mal.
¿Cuál era el problema? Bueno, nunca me había declarado a nadie. Ni yo
ni ninguno de mis amigos, así que no tenía puntos de referencia. Además,
todo el mundo estaba tan harto de que les preguntara que ya solo me hacía
caso Jane, la hija de Will y Naya, y tampoco daba los mejores consejos
románticos del mundo. Solían ir más enfocados a hacerme callar para que
jugara un poco con ella.
Hice un puchero, disgustado.
—Me va a rechazar —mascullé en tono lastimero.
—Que noooooo —insistió Vivian.
—¡Que sí! ¡Me dirá que no!
—Bueno, ¿y tan malo sería?
—¡Pues bastante, sí!
—No, Ross. Quizá no quiere casarse tan joven o no cree en el
matrimonio o tiene cualquier otra razón para rechazarlo. No todas las
relaciones terminan en matrimonio. Mira a Will y Naya, por ejemplo.
Si de algo me alegraba ese año era de que Viv empezaba a llevarse bien
con mi grupo de amigos. Al principio había resultado complicado,
especialmente porque se formaron la primera impresión de ella —en la vida
real— cuando se presentó en casa acusando a Jen de haberme hecho recaer
en las drogas.
Para bien o para mal, pilló a Jen en el momento perfecto para que todos
temiéramos por nuestras vidas. Aún recordaba la bronca que nos echó a todos. Sí, a todos. No dejó títere con cabeza. Y cuando finalizó, cada uno de
nosotros —para que no se enfadara más— nos apresuramos a recoger los
apuntes desparramados por el suelo que le habíamos tirado sin querer.
Cuando Jen se encerró en su habitación, todos miramos a Vivian como
echándole la culpa, y ella enrojeció de pies a cabeza.
—Bueno, perdón, ¿vale? —murmuró.
Y a partir de ese día, su relación con Jen cambió.
No se llevaron bien de la noche a la mañana, pero Viv no volvió a hablar
mal de ella —a pesar de que a veces me preguntara si iba todo bien—, y Jen
nunca más se cuestionó nuestra amistad. No sería la relación del año, pero,
por lo menos, no se odiaban.
—Supongo que es verdad —accedí, volviendo a la realidad en la que
Vivian me aconsejaba sobre la pedida de mano. Abrí y cerré la cajita del
anillo—. ¿Crees que es una mala idea hacerlo hoy?
—¿Por qué iba a serlo?
—Es su graduación.
—Pues mejor, ¿no? Doble alegría.
—O doble desgracia, si dice que no.
—¡Ross! —protestó, harta de oírme. Habíamos dado tantas vueltas a lo
mismo que ya empezaba a perder la paciencia.
—Vaaale, volvamos al guion. ¿Qué tal está?
—Bien… para un novato.
Puse mala cara a la vez que ella empezó a reírse.
Lo había finalizado unas semanas atrás, pero entre un arreglo y otro
sentía que no estaba perfecto. Había empezado con la idea de que sería una
película de terror, y a partir de ahí había surgido todo lo demás. Finalmente
narraba la típica historia de un grupo de amigos que entraban en una casa
encantada y, uno a uno, iban muriendo. Vivian era la protagonista, la chica
acoplada del grupo que, incansable, repetía que todo aquello era una mala
idea y que, sin embargo, desarrollaba una extraña relación con el villano.
—Está genial —admitió con una sonrisa—. Me gusta mucho el papel. Y
también la dualidad del malo.
—¿Quieres que contrate a Briant para que lo interprete?
—No seas capullo —protestó—. Está ocupado con sus cosas, así que no
lo molestes.
Seguían juntos, por cierto. Desde el estreno de Tres meses, unos años
atrás, Briant había ido asumiendo la fama de su novia. Lo que al principio
se había convertido en envidia, poco a poco se transformó en una
admiración de colega. Dejaron de discutir tanto y, aunque tenían los mismos
problemas que cualquier otra pareja, su relación era ahora muchísimo más
estable. De todo aquello sacaron en claro que nunca jamás volverían a
trabajar en el mismo proyecto. Y así seguían.
—Pues habrá que buscar a alguien —zanjé—. Siempre y cuando tú
aceptes hacer la película conmigo, claro.
—¿Y qué pasa si digo que no?
—Que no la grabo. Sin presiones, ¿eh?
Vivian sonrió divertida y me ofreció una mano para zanjar el trato.
—Está bien. No quiero ser la responsable de que cientos de personas se
queden sin tu maravilloso, increíble y espectacular talento.
—Gracias. Ahora, dilo sin sarcasmo.
—No creo que pueda.
De todos modos, le estreché la mano. Ya tenía actriz principal.
Pasé el resto de la mañana en su compañía, incluso me quedé a almorzar
con ella y Briant. No estaba muy seguro de si era porque me apetecía o
simplemente porque necesitaba algún tipo de distracción para olvidar el
peso del anillo en mi bolsillo.
Jen se graduó esa misma tarde. Me hizo mucha gracia verla con su
atuendo de capa y sombrerito, y con esa sonrisa de nervios al recoger el
diploma. Estaba muy orgullosa de sí misma, me lo dijo cuarenta veces.
Quizá había sido un poco pesado diciéndole que no tenía sentido estudiar una carrera a la que no quería dedicarse, pero al final Jen me había callado
la boca.
También lo recalcó varias veces delante de su familia, que no añadió gran
cosa. Cuando algo le iba mal, siempre eran los primeros en intervenir. En
cambio, cuando las cosas marchaban bien, no tenían nada que aportar.
Yo no hablaba mucho con ellos. Quizá el padre de Jen me trataba igual
que a los demás, pero con su madre y sus hermanos gemelos no tenía
relación de ningún tipo. Tampoco me interesaba demasiado, no me
gustaban. En cambio, Shanon, su hijo y Spencer me encantaban. Por eso, en
las reuniones familiares, me aseguraba de estar cerca de ellos y lejos de los
otros.
La fiesta de graduación fue agradable, aunque Jen estaba tan embriagada
por la emoción del diploma que se sentía agotada, así que no tardamos en
regresar a casa.
—¿Te apetece beber una cerveza mala conmigo? —preguntó al volver a
nuestra habitación.
—Suena tan tentador que no puedo negarme.
Jen sonrió y se encaminó hacia la escalera que daba a la azotea. Como
subía delante de mí, simulé que iba a morderle el culo y me puso un dedo
en la frente para empujarme la cabeza hacia atrás.
La dinámica habitual.
Nos sentamos en las sillitas, abrimos unas cervezas y nos quedamos
mirando la ciudad, como de costumbre tras una noche de ese estilo. Me
gustaba pasar el rato así, con ella, sin otra preocupación que charlar y
echarnos unas risas. Después de tanto viaje y trabajo por ambos lados,
echaba de menos esos ratos en su compañía.
Sin embargo, esa noche me costaba un poquito sentirme completamente
en paz. Solo pensaba en lo que tenía que decirle y en la estúpida cajita
dentro de mi bolsillo. Carraspeé y me desabroché los botones superiores de
la camisa. Los nervios me acaloraban.