Al día siguiente, en cuanto llegué a la escuela, lo primero que hice fue acercarme a Ronny, que estaba en el pasillo junto con Lola, en muletas y con las manos vendadas, para preguntarle cómo se encontraba.
—Bien, pendeja, estoy bien —dijo de mala gana—. Por tu culpa casi muero.
—¡¿Mi culpa?! ¡¿Quién fue el chismoso que se regresó a las gradas a interrumpir la declaración de Aristóteles?!
Lola, que no tenía idea de nada, soltó un chillido, logrando que la volteáramos a ver.
—¿Cómo que la declaración de Aristóteles? ¿Qué pasó?
—Pues es que ayer Aristóteles me pidió ser su novia pero este güey llegó a interrumpir y se cayó. —Lo señalé—. Arruinó el romanticismo.
—Tú eres bien mala amiga, me estaba muriendo y ni caso me hacías —se quejó Ronny.
—¡Tú eres el mal amigo! ¿Cómo se te ocurre caerte en medio de la declaración de Aristóteles? Querías arruinar nuestro momento, eso es ser envidioso y egoísta. —Me crucé de brazos—. Con amigos así para qué quiero enemigos.
—¡Nada que ver, tú eres la mala amiga! ¿Sí o no, Lola? —Se dirigió a la morena. Por suerte, esa vez estuvo de mi lado.
—No, Ronny, tú te pasaste, eso no se hace, uno no va a caerse por ahí cuando se le declaran a tu amiga, además... ¡Espera, ¿qué?! —Exclamó de repente, reaccionando a mis palabras—. ¡¿Cómo que Aristóteles te pidió que fueras su novia?! —Gritó, atrayendo la atención de los demás compañeros, que voltearon a verme con incredulidad.
—Baja la voz —pedí—. Y sí, me preguntó y acepté —murmuré para que solo mis amigos escucharan.
—¡Ayy! —Chilló con fuerza y dio unos saltitos—. ¡Qué bonito que Aristóteles sea tu novio! ¡Tendrán hijitos de cabello morado y ojos grises!
Me di una palmada en la frente, discreción no era su segundo nombre. Los otros chicos empezaron a murmurar entre ellos pero decidí ignorarlos y concentrarme en la afirmación equívoca de Lola.
—Lola, sabes que esto es teñido, ¿verdad? —Agarré un mechón de mi cabello. Ella me ignoró y siguió saltando de emoción.
—Y ya se te está viendo la horrorosa raíz por abandona-amigos, estúpida.
—Ay, sigues victimizándote, cabrón, ya párale, güey.
—Es que tú.
—Vís-ti-ma.
—¡Maricucha!
—Ay, amiga, qué suertuda, chúpale el pito por mí, ¿quieres? —Lola, que ignoraba nuestra pequeña disputa, siguió diciendo cosas extrañas. Solté un suspiro lleno de frustración.
De repente escuché los murmullos de nuestros compañeros, ellos tampoco eran silenciosos o no querían serlo, pues cerca estaba Mindy y su séquito, hablando mal de mí.
—De seguro está mintiendo, Aristóteles jamás se fijaría en una pobretona como ella —dijo la pelirroja.
—Pues últimamente están muy juntos.
—De seguro le tiene lástima o yo qué sé, Aristóteles siempre ha sido muy prudente, no creo que se atreva a salir en serio con esa —siguió hablando en tono despectivo.
Apreté los puños con fuerza, dispuesta a encararla, pero no hizo falta, pues en ese momento llegaron los Gold. El primero en acercarse fue Adonis, que corrió hacia mí y me alzó como una niña pequeña.
—¡Cuñadita! —Me dio una vuelta en el aire y me volvió a dejar en el suelo—. Eres novia de Aris y yo lo seré de Karen así que ahora te quiero más. —Acarició mi cabeza. Él tampoco era nada cauteloso—. Toma, eres la primera en recibir esto. —Me tendió tres sobres negros y uno dorado.
—¿Qué onda con eso? ¿Qué es? —Lo tomé, viéndolo con curiosidad. En ese momento Aristóteles y Aquiles se colocaron a su lado.
—Son invitaciones para mi fiesta de cumpleaños —dijo con tono feliz—. Es el veintinueve de octubre, será una fiesta de disfraces, espero que vayas de Caperucita roja. Por cierto, el sobre dorado es para Karen. —Me guiñó el ojo.
—Gracias.
—Guárdala bien, no todos reciben invitación, solo las niñas del salón y los del club de teatro.
—Adonis, ¿puedo ir yo también? —Se metió Ronny, olvidando que el día anterior odiaba al rubio a muerte—. Y Lola. —La señaló. Aquiles hizo una mueca de inconformidad al escuchar ese nombre. Por su parte, ella tenía la boca en forma de o, como si estuviera hipnotizada por algo.
—¿Por qué habría de invitarte a ti? —Preguntó con seriedad.
—Porque soy amigo de Maricucha. —Me señaló. Fruncí el entrecejo.
—No lo invites. —Me entrometí—. No lo merece.
Adonis nos observó a ambos unos segundos, volteando de uno hacia el otro.
—A tu amiga le di dos sobres extras, puede invitar a quien quiera. Si eres su amigo, te dirá a ti —sonrió.
—¡Maricucha! —Volteó hacia mí, parpadeándome repetidas veces para darme ternura pero solo me dio repelús.
—¡No!
—Bueno, Sue, por favor... —Me vio con carita de perrito triste—. Por favor...
—¡Que no!
—Todavía que me abandonaste ayer, mala amiga.
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Editado: 24.07.2023