Al ver que Karen no aparecía, empecé a desesperarme. Después de un buen rato vi que mi querida hermana entró al club de la manita con el imbécil de Adonis. Me acerqué a ellos con paso firme, ignorando los comentarios de Aristóteles pidiendo que me tranquilizara.
—Ahí estás, pendeja, ¿dónde te habías metido?
—Fui al parque con unos gatitos —respondió con esa sonrisita que quería borrar de un madrazo—. ¡Oh, cierto, debo regresar ahí! —Exclamó.
—¿Por qué? —Adonis la miró con duda.
—Es que dejé la botella de agua y los sobres de comida en la banca, tengo que ponerlos en el bote de basura. —Se dio la media vuelta, dispuesta a irse, pero el rubio la tomó del hombro.
—No te preocupes por eso, le diré a alguien más que lo haga.
—¿En serio?
—Sí.
Se miraron a los ojos como dos tortolitos enamorados, así que hice una mueca.
—¿Qué estaban haciendo? ¿Por qué tardaron en entrar? —Entrecerré mis ojos con sospecha.
—Charlamos —respondió Karen con simpleza. Los vi con desconfianza.
—¿Segura? ¿No se fueron a hacer cosas sucias, aprovechando lo oscurito?
—Nada que ver, Maricucha.
Miré a Adonis con los ojos entrecerrados.
—Es verdad, Chaparrucita.
—Mmm, bueno... —«De seguro mamá se pondrá feliz». Volteé a mi costado, mi novio se encontraba a unos pasos de mí—. Ahora vuelvo.
Como ya sabía el paradero de mi hermana mayor, tomé la mano de Aristóteles y lo insté a seguirme. En el camino me encontré a Lola y a Ronny, la primera iba disfrazada de pirata sexy y el segundo de payaso. Los saludé con la mano y le grité a Ronny:
—¡Tenías que disfrazarte, no venir como lo que eres!
Él solo me sacó la lengua; reí con diversión y jalé a mi novio. Una vez que estuvimos en la pista de baile, juntamos nuestros cuerpos para movernos al ritmo de la música. La tensión entre ambos era tanta que preferí sacar los pasos prohibidos.
Aristóteles, riendo por mis inventos, me siguió la corriente. Por eso me encantaba que fuera mi novio, teníamos muchas cosas en común y nos entendíamos a la perfección.
Después de un rato, tocó la hora de acercarnos a Adonis para que le cantáramos una canción de cumpleaños y abriera algunos regalos. Había diferentes artículos, como relojes, carteras, botellas de vino, cajas de chocolates suizos y un sinfín de presentes lujosos. Me acerqué a Karen, que fue la encargada de comprar el obsequio.
—Mana, ¿sí trajiste algún regalo?
—Claro, Maricucha... ¡Adonis! —Alzó la voz para atraer su atención. Él dejó el regalo que tenía en mano en la mesa y se acercó.
—¿Qué sucede, preciosa?
—La otra vez Maricucha me dijo que te gusta hurgar en los cajones de la ropa interior de las chicas, así que te traje esto. —Karen sacó de su bolso un calzón blanco y se lo tendió—. Es mío, tómalo. Espero que te guste.
Un silencio sepulcral se hizo presente y yo pasé las manos por mi rostro con frustración, ¡cómo se le ocurría hacer eso! Recordé que a Karen no le debías decir ninguna broma, pues se lo tomaba todo de manera literal. Adonis estaba pasmado; por pura curiosidad, volteé hacia Aristóteles y Aquiles, que tampoco parecían salir de su impresión.
Mindy y sus amigas, que también iban disfrazadas de animales —pero en lugar de un mameluco llevaban un minivestido que no dejaba nada a la imaginación— empezaron a cuchichear entre ellas.
—¿Viste? Es una ofrecida, ¿cómo se le ocurre hacer eso?
—Y ve su disfraz, todo raro y feo.
—Tenía que ser la hermana de María Susana.
—¡Qué ridícula!
Los demás también empezaron a hablar mal de Karen, así que apreté los puños con enojo.
—Quien no ofrece, no gana. —Me dirigí a Mindy, que fue la que mencionó que mi hermana era una ofrecida—. Además es un calzón normalito, no es una tanga, esas usan las vulgares. —Mindy soltó una exclamación llena de inconformidad y frunció el ceño—. ¿Qué, te quedó el saco? ¿Tú te pones de esas? —Alcé una ceja con burla.
—Al menos no soy una zorra como tu hermana.
—Curioso que digas eso cuando tu disfraz es de zorra, ¡pendeja! —La señalé con desdén.
—Tu hermana y tú son unas putas.
—Oye... —Aristóteles se entrometió y me tomó por los hombros—. Retráctate —exigió.
Mindy se quedó como piedra pero antes de que el pleito se hiciera más grande, Adonis habló.
—¡Mi hermosa Karen, este es el mejor regalo de la vida! Todas estas porquerías las puedo comprar con dinero. —Señaló sus otros regalos—. Pero esto no tiene precio. —Tomó el calzón de Karen y se lo restregó en la cara. Me di una palmada en la frente, él tampoco era muy normal que digamos—. ¿Los lavaste?
—Sí —respondió mi hermana.
—¡Qué mal! Para la próxima no los laves —sugirió.
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Editado: 24.07.2023