El siguiente lunes fui a una farmacia a comprar dos pruebas de embarazo. Aristóteles, igual de ansioso que yo, quería saber en cuanto antes el resultado pero tuvo que ir a la empresa. Le dije que no se preocupara, que iría a casa de Lola para que ella y Ronny me hicieran compañía.
—¡Ay, qué emoción! —Chilló Ronaldo al ver las pruebas en mis manos—. Espero que salga positivo.
—¡Yo igual! —Lola dio unos aplausos.
—¡No digan eso! —Los regañé.
Me metí al baño de invitados y oriné sobre las pruebas. Después de algunos minutos, tomé la primera y casi me da algo cuando vi dos rayitas. «No puede ser». Tomé la segunda y vi el mismo resultado.
No supe cuánto tiempo me quedé ahí, viendo las pruebas, pasmada, hasta que Ronny tocó la puerta con desesperación.
—¡Maricucha, ¿sigues viva?!
—¡Abre la puerta, amiga! Ya nos preocupaste.
—¡No te suicides! —Exclamó mi amigo—. Ahora una criaturita depende de ti.
—¿Y si se desmayó de la impresión?
—¡Ay, no!
Lavé mis manos con rapidez y abrí la puerta, mirándolos con mi mismo gesto atónito.
—¿Qué sucede? —Preguntó Ronny—. ¿Qué salió? —Dijo como si se tratara de algún premio.
—Dos líneas —respondí, yendo a la sala de estar para sentarme.
Lola y Ronny empezaron a chillar de emoción.
—¡¿La oíste?! —Gritó Ronny—. ¡Dos rayitas!
—¡Eso significa que tendrá gemelos! —Saltó Lola. Hice una mueca al escucharla. «Tonta».
—No significa eso pero… ¡Qué emoción! Tendremos un mini-Aristóteles o una mini-Maricucha.
—¡Tendrán bebés de cabello morado y ojos grises!
—Lola —me entrometí, llamando su atención—. ¿De qué color es mi cabello? —Tomé uno de mis tirabuzones.
—Castaño.
—Es correcto. ¿Por qué insistes con el color morado?
—Porque te lo tiñes de color café, dah —dijo con tono obvio—. Tu cabello en realidad es morado, yo te conocí así…
—Pero… ¿Sabes qué? Olvídalo, tengo cosas más importantes en qué pensar.
Le mandé un mensaje a Aristóteles comunicándole la noticia y, para salir de dudas, al siguiente día fui a un laboratorio para hacerme un análisis de sangre. Ambos estábamos aterrados, teníamos la esperanza de que las pruebas de farmacia estuvieran equivocadas, así que no nos tranquilizó el hecho de que el examen sanguíneo diera el mismo resultado.
—¡No puede ser! —Exclamé al ver el papel. Ya no había vuelta atrás.
Aristóteles tomó mi mano y me dio un apretón.
—No te preocupes, mi amor, podremos con él o ella. Sé que el hecho de ser padres no es algo que hubiéramos planeado pero verás que todo saldrá bien, ¿sí? —Me dio ánimos. Le devolví el gesto, sintiéndome más tranquila.
—Por supuesto.
No obstante nuestra tranquilidad y buen humor se vinieron abajo cuando, en la ecografía de la sexta semana, la ginecóloga indicó que estaba embarazada de trillizos. Casi me da un patatús y a Aristóteles le bajó la presión.
—Auxilio, me desmayo, tráiganme un refresco… O mejor un bolillo.
—¿Qué bolillo ni que nada? —Fruncí el ceño—. Doctora, póngale suero a este pende… digo, a mi marido… —mascullé. «Espera… Oh, no». Recordé que todavía no nos casábamos. «Mier…coles. Tendremos que hacerlo en chinga, aunque sea por lo civil».
Cuando les conté el resultado a mis amigos, siguieron con sus tonterías.
—¿Pero por qué salieron dos rayitas y no tres? —Se preguntó la morena mientras me daba una palmada en la frente.
—¡Qué bonito! —Aplaudió Ronny—. Premio triple, un mini-Aristóteles, una mini-Maricucha y uno mezcladito.
—Los trillizos son siempre iguales, ¿sabes? — Le expliqué. A Lola la ignoré, Ronny era pendejo pero no tanto como ella.
—Ay, no siempre son iguales. ¿No has visto esa película donde los trillizos eran una niña pelirroja, una morenita y un niño de piel apiñonada? Ojalá te salgan así.
—Pinche Ronny, no son juguetes.
—Bueno, que estén sanos.
—Chingas a tu… Espera. Ah no, eso sí; perdón, creí que ibas a decir otra tontería como Lola.
—¿Yo? —Se señaló a sí misma.
—Sí, tú.
—¿Ya le dijiste a tu familia? —Me preguntó Ronny. Negué con la cabeza—. ¿Por qué no?
—Apenas lo estamos procesando nosotros, no sé cómo se lo tomen ellos.
Cuando Aristóteles y yo les dimos la noticia a nuestras madres, creímos que se espantarían y nos sermonearían por no cuidarnos pero eso no pasó, ya éramos adultos —aunque eso no me exentaba de recibir regaños de doña Jessica—, así que se miraron entre ellas y se encogieron de hombros.
—Ni modo, tendrán que hacerse cargo, ni crean que las abuelas se los van a cuidar —dijo Idara, chocando los cincos con Jessica.
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Editado: 24.07.2023