—Rainer, ¿ya ha vuelto? Su hermana...—la voz de Teresa, con un inglés basto y un marcado acento latino, llegó a mis oídos. Cargaba con el cuerpo de Junior en dirección hacia mi dormitorio en la planta superior y mi amigo no cooperaba ni lo más mínimo a la hora de subir las escaleras—. ¡Válgame dios! ¿Está bien el señorito Corvey?
La mujer había aparecido por el pasillo lateral que llevaba a la cocina. La bandeja que llevaba en las manos, con una pequeña taza de chocolate caliente, quería decir que mi hermana se había salido con la suya de comer algo dulce. Ella se percató de como miraba con desaprobación la taza.
—Largo de leche de soja, Rainer.
—Espero que Rachel no decida ponerse a vomitar justo ahora—imploré mientras instaba a Junior a que continuase subiendo escalones. Él alzó una mano en dirección contraria a donde estaba Teresa y sonrió tontamente a una estatua de arte moderno situada al pie de las escalera—. Teresa, vamos a...
—Le preparare un café con sal para el señorito Corvey, Rainer.
Suspiré agradecido por el detalle. Teresa era un ángel de la guarda.
—Gracias, Teresa.
Junior mostraba más rebeldía a cada paso que dábamos, caminando con absoluta torpeza e insistiendo en que quería ir al granero a disfrutar de una tarde de chicos. Casi solté una carcajada cuando hizo referencia en darme una paliza a la Play Station. Sería todo un logro si Junior conseguía identificar los símbolos del mando. Mi habitación no era de las más amplias de la casa pero contaba con un baño privado que sí lo era, algo que en esos momentos agradecía. Arrastré a Junior por el cuarto, impidiendo que agarrase el montón de ropa sucia que descansaba sobre la cama, y obligué a mi amigo a apoyarse contra la pared del baño mientras encendía la ducha. Opté por poner el modo lluvia, dejando que el chorro cayese directamente desde el techo en una plácida lluvia que le despertaría. Ni muy caliente ni muy fría, lo necesario para que no gritase al ser empujado a su interior.
—¿Tan difícil sería cooperar un poquito, June?—pregunté exasperado al intentar quitarle su ropa.
Él rio. Nunca había sido consciente de lo difícil que era desvestir a un adulto borracho hasta ese momento. Junior no dejaba de resistirse entre carcajadas, pero logré quitarle todo excepto la ropa interior. No me detuve ahí porque fuese difícil hacerlo, sino porque no estaba seguro de que fuese lo correcto. Podía empujarle a la ducha así, sería una buena forma de evitarme problemas, pero a ojos de cualquiera no tendría mucho sentido. Éramos mejores amigos, nos habíamos duchados juntos mil veces en los vestuarios. ¿Por qué actuar distinto esta vez?
—¿Te vas a meter conmigo?—preguntó con voz ronca. Aún costaba entender sus palabras pero esas sí que las capté con total claridad, sintiendo como se clavaban en mi interior.
—No.
—¿Por qué?
Mis manos descansaban sobre la goma de su bóxer de Calvin Klein. Tenía mis pulgares por dentro de la goma, por lo que podía tirar de ellos con suavidad y retirárselos en cualquier momento.
—Dúchate conmigo.
Esa insistencia no ayudaba a centrarme en la sencilla tarea de actuar como un simple amigo. Sentía las manos de Junior sobre mis antebrazos, agarrándose para no perder el equilibrio. Estábamos tan cerca que los límites de la amistad eran imposibles de diferenciarse y lo único que tenía claro es que me moría de ganas de besar a Junior Corvey.
—No.
Fui tajante con mi decisión. Casi me dolió hacerlo, pero retiré las manos de las caderas de Junior antes de empujarle con suavidad al interior de la ducha. Musitó un quejido cuando el agua impacto contra su cuerpo, estremeciéndose por el contacto. Me preocupaba que la ducha no fuese a funcionar, pero reaccionó bien. Junior tenía los ojos cerrados para disfrutar de la sensación del agua recorriendo su cuerpo desnudo. Me quedé al otro lado del cristal el tiempo suficiente para saber que estaba bien y salí antes de cometer cualquier locura que acabaría con nuestra amistad.
Un beso, por ejemplo.