Azula estaba viendo por su ventana como recibían al príncipe Dimitris en el palacio. El rey Augusto solicitó su presencia para marcar la fecha oficial para la boda con Azula y celebrarían con un banquete.
—Se ve preciosa, su alteza —comentó entusiasmada su dama de compañía—, parece de fantasía…
Por más que sus damas hablaban y hablaban del compromiso, su vestido y del príncipe, Azula estaba absorta en sus pensamientos para alejarse de una realidad a la que su espíritu aventurero no quería pertenecer.
— ¿No está emocionada, alteza?
— ¿Por qué debería emocionarme este espectáculo barato y sin gracia del que mi padre quiere hacerme participe? —Se quejó y salió fastidiada dejándolas boquiabierta.
El protocolo se llevó a cabo tal y como se planeó; todo lucía radiante, había música y comida exquisita, llegó gente importante de alta clase y todos parecían pasarla bien, todos excepto Azula, quien se la pasaba evitando a su prometido.
—Un banquete muy elegante, sí, pero ¿por qué su alteza no lo está disfrutando? —Dijo alguien atrás de ella—. Tal pareciera que no le alegra su compromiso —se burló.
—Eres tú… —murmuró al voltearse—. No vi ningún Kailen en la lista de invitados, ¿acaso te colaste? Podría llamar a los guardias…
—Pero no lo hará porque eso arruinaría lo poco que podría disfrutar la velada. —Le sonrió coqueto y le extendió su mano—. ¿Quiere salir de aquí, alteza?
Azula se perdió un segundo en el brillo del atardecer reflejado en los ojos miel de Kailen, luego sin darse cuenta estaba acercando despacio su mano a la de él y cuando sintió el roce de su piel con la suya, esta se erizó provocándole una sensación desconocida en su estómago.
Luego todo fue radiante y hasta mágico, el cielo iluminado de tonos naranjas, una brisa fresca golpeando su rostro mientras cabalgaba por la pradera rumbo a la frontera acompañada de lo que parecía un príncipe de fantasía, y fue justo ahí que por primera vez en su vida se sintió despierta incluso dentro de lo que parecía un sueño.
El tiempo fue pasando y los árboles se cubrieron de nieve, fue así como los encuentros casuales se volvieron citas y las citas se hicieron planes a futuro.
—La boda será en tres semanas —mencionó abatida sin atreverse a verlo—. Le he dicho a mi padre que no me casaría aunque me lleve a rastras a la iglesia.
Kailen se rio un poco y le dio un beso en la frente para hacerla sentir mejor, luego su expresión se volvió más seria mientras pensaba en cómo evitar que Azula se casara.
—Conquistaré Iskavania, me volveré su rey y nos casaremos —expuso emocionado sin pensarlo dos veces, pero se puso nervioso y le tomó sus manos—. No me interesa el poder, un trono ni una corona, tampoco la guerra fría entre nuestros imperios, jamás me había sentido tan vivo como me siento ahora que te conocí y no me importa que nuestros padres se opongan porque peleare por ello si me das el privilegio de tener la única cosa que quiero…
Se puso de rodillas sobre la nieve y como símbolo de sus sentimientos genuinos, ofreció un cristal azulado proveniente de las cuevas místicas, otorgado y “bendecido” por las mismas criaturas de las que venía el poder del cristal y que consideraban a Kailen uno de ellos por sus habilidades de nacimiento y no por sacrificio.
—Se mi reina, Azula Kirian, princesa de Dáiren… Cásate conmigo, por favor.
Azula se sonrojó sin darse cuenta de que había elevado las comisuras de sus labios al mismo tiempo que perdió el aliento, luego asintió con su cabeza varias veces antes de poder articular su respuesta.
— ¡Por supuesto que me casaré contigo!
Kailen sonrió en grande y se incorporó enseguida, luego la besó tomando sus mejillas para levantarle el rostro y después la abrazó fuerte de la cintura para levantarla y dar vueltas con ella riendo.
—Te amo, Azula Kirian.
—Yo te amo más, Kailen Dregaria.
Alrededor de ellos se creó un anillo de fuego originado sin querer por Kailen; el hielo del río y la nieve tanto de los árboles como del pasto se derritió, haciendo que las gotas de agua de las ramas cayeran sobre ellos como lluvia mientras se acostaban sobre el pasto para unir no solo sus almas a través del cristal sino también sus cuerpos.
Sin embargo, mientras ellos declararon su amor, detrás de los árboles fueron espiados por un hombre del rey Augusto que fue enviado a seguir a Azula luego de que ella dijera rotundamente que no se casaría con el príncipe de Iskavania.
El plan era simple, Kailen conquistaría Iskavania con el ejército de su padre y luego lo reclamaría como suyo para volver por Azula antes de la boda, pero si algo salía mal y ese día llegaba, huirían juntos.
Cuando Azula llegó al palacio fue duramente reprendida por su padre debido al amorío secreto con el hijo de su enemigo, la encerró en su alcoba y la privó de todo tipo de comunicación con el exterior, además, avisó a Iskavania sobre el posible ataque de Dregary en contra suya.
A pesar de la advertencia hacia el otro reino, este no pudo contra la fuerza del imperio Dregaryano y fue sometido sangrientamente por él para apoderarse de su corona, territorio y recursos. Mientras tanto, Azula estaba perdiendo sus esperanzas y lo único que hacía era ver el cristal que le dio Kailen.
—Alteza, he traído su comida.
Se escuchó el abrir de la cerradura, pero Azula ya ni siquiera trató de levantarse de su cama para querer escapar. La jovencita que le llevó la bandeja de comida la quedó viendo de espaldas a la puerta y suspiró abatida, cerró la puerta para que no las oyeran y se le acercó despacio.
Kailen ya estaba de vuelta en Dregary y buscaba a su padre para hablar sobre sus planes con Azula. Lo encontró en el balcón con la corona del rey iskeviano en sus manos y sintió el remordimiento al recordar el momento en que lo decapitó.
—Finalmente, somos el imperio más grande incluso más que Dáiren —celebró orgulloso alzando la corona—, ahora ya podemos atacarlo.
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Editado: 21.12.2023