Como cada año, las clases concluían el veintiuno de diciembre. El calor era bastante intenso. Tthor desandaba las cuadras que separaban la escuela de la casa de Viper Tive RD. El sol le quemaba la piel y si no buscaba un lugar de sombra urgente, las ampollas iban a durarle varios días.
Desde su nacimiento, Tthor tenía una enfermedad en la epidermis, que se quemaba literalmente con la luz del sol. Esto, junto a su corta visión durante el día, lo hacían sentirse un “bicho raro”. Cuando vio que no venía ningún automóvil, cruzó la calle empedrada y aceleró el paso. Además estaba apurado porque lo venían persiguiendo sus compañeros de clase, a una cuadra de distancia.
“La caza de Tthor” era el deporte favorito de la banda del colegio. Cargadas, bromas pesadas y golpes eran cosa de todos los días. Pero ese día, Tthor sabía que no debía ser capturado pues era su cumpleaños. Y era en esa fecha cuando sus compañeros parecían más ponzoñosos que el resto del año.
El veintiuno de diciembre del año anterior, Tthor había terminado encerrado en uno de los tanques de agua semi-vacíos de la escuela. Para él, fue una suerte que ese tanque estuviera fuera de servicio, por eso no estaba lleno. Si no hubiese sido por la portera del colegio, la señora Fresia Nogg, el niño hubiera pasado allí toda la noche, con el agua hasta el cuello. Fue ella quien alertó a la directora del establecimiento. No hubo castigo, por supuesto, porque la escuela había adoptado un sistema de enseñanza en el cual se guiaba al alumno para que “reflexionara” sobre su error o su conducta. “Después de todo, son sólo niños expresándose…”- había dicho la maestra.
Tthor aceleró inconscientemente el paso, al recordar aquel episodio, y miró por sobre su hombro, entrecerrando sus ojos para poder ver mejor. Se preocupó aún más al notar que venían corriendo , acercándose peligrosamente, y sin mostrar el menor signo de cansancio.
Dobló en una esquina, saltó con destreza un perro negro que dormía la siesta y que pareció no darse cuenta y se frenó, de repente. Había oído su nombre. Miró hacia la casa más pequeña de la cuadra y vio a la señora Nogg que le hacías señas desde el portal. Tthor corrió esperanzado hacia ella. Entró y la puerta se cerró detrás de él. Se limpió el sudor de la frente mientras corría la cortina de la ventana para ver hacia fuera. Los cinco jóvenes que lo venían persiguiendo doblaban ahora, en su dirección, ya sin correr. Tenían unas sonrisas macabras y miraban hacia donde estaba Tthor.
En el momento en el que subían a la vereda, el can que había estado dormitando, súbitamente se despertó y sin que tuvieran tiempo de reaccionar, los atacó, primero a ladridos y luego mostrando sus dientes afilados. Mordió al más alto en la pierna y lo hizo caer al suelo. Los otros retrocedieron con sigilo. El perro ladró un poco más y pareció con esos ladridos llamar a otros perros, que aparecieron, según le pareció a Tthor, de la nada, y se pusieron a ladrarles al unísono. Tthor no podía creer cómo aquellos que disfrutaban golpearlo habían salido corriendo, para desaparecer en segundos.
- ¿Vio eso, señora Nogg?- dijo Tthor, mirando hacia la cocina.
- ¿Qué cosa, querido?- preguntó Fresia Nogg, trayendo un plato con galletas de anís.
Tthor volvió a mirar por la ventana y quedó desconcertado cuando vio que todo parecía haber vuelto a la normalidad. Sus perseguidores no habían regresado y no había rastros de la jauría. Y el perro negro que segundos antes había estado ladrando furioso, estaba ahora acostado bajo la sombra de un árbol y parecía dormir profundamente.
Aún confundido se sentó a la mesa y tomó una de las galletas que la señora Nogg le ofrecía con una sonrisa abierta.
-¿ Cuántos años cumples hoy?
- Trece.- dijo Tthor y bebió un sorbo de té.
Se estremeció ante el gusto dulce y tibio del líquido. Con otro sorbo más se sintió fresco y con energía.
- Es muy rico este té, señora Nogg. Se lo agradezco. Y le agradezco que me haya ayudado. No tenía ganas de terminar mi cumpleaños colgado de quién sabe dónde.- ironizó amargamente el muchacho.
Fresia Nogg lo miraba con simpatía.. Le sonrió y se arregló la chalina fucsia tejida que la envolvía. Tenía el cabello blanco, recogido prolijamente en un rodete y la cara bastante arrugada pero bondadosa en su mirada y en sus gestos. Tthor ya se había acostumbrado a las ropas raras que solía usar la señora Nogg y, por respeto, nunca se había atrevido a preguntarle porqué vestía abrigos de lana en un día en el cual, a la sombra, hacían treinta y cinco grados centígrados.
Tthor conocía a la señora Nogg desde el primer día de escuela, unos siete años atrás. Y por parecer bastante extraña era también el blanco de las críticas de maestros y alumnos pero nadie parecía querer meterse con ella y ella parecía tener un trabajo paralelo al de la portería: cuidar a Tthor. Siempre estaba cerca cuando el muchacho se encontraba en problemas.
-Come más galletas-dijo de pronto la señora Nogg- y mira un poco de televisión, si quieres. Al atardecer te acompañaré hasta tu casa.
-Preferiría leer unos de sus libros, si me permite, señora Nogg.- dijo Tthor mirando hacia la otra habitación.
Él nunca había entrado allí pero la mujer siempre salía de ese cuarto con un libro en la mano, por lo que Tthor pensaba que una gran biblioteca debía poblar aquella habitación.
- ¿Y qué te gustaría leer?- preguntó sonriente Fresia Nogg.
- Algo sobre…defensa personal…- musitó esperanzado.
La señora Nogg rió divertida.
-Para eso no necesitas un libro, necesitas un espejo.
Tthor pensó que era una broma y se rió por cortesía aunque no había entendido el chiste. La anciana también rió pero sus ojos parecieron brillar más que de costumbre.
Tthor mordió otra galleta y miró hacia la ventana. Ahora se estaba nublando y una brisa fresca había comenzado a soplar.
- Gaia se amiga con el Dragón.- aseveró la señora Nogg.