Tthor Prayer y la paila de Orffelios

16- el entrenamiento de Tthor

El mes de Enero había llegado con lluvia. Los días se sucedían cerrados, con nubes grises y cargadas. La llovizna parecía envolver la abadía y la niebla, por la mañana y por la tarde, hacía que Warghost pareciera estar sostenido en el aire, puesto que la colina en la que estaba construido se veía envuelta en conos de aire húmedo la mayor parte del día.

Las tormentas se desataban casi siempre de noche y la lluvia pegaba en los gruesos cristales con Vitro con bastante violencia. El viento, que allí en las alturas de Warghost soplaba con intensidad, creaba una atmósfera de cierta tensión, sobre todo en Tthor a quien le estaba costando últimamente conciliar el sueño.

Varias eran las causas. Una era el viento y otra era la forma en la que tenía que dormir: le habían atado una soga larga, trenzada con un nudo bastante complicado, según había pensado el joven, a uno de sus tobillos y el otro extremo unido a uno de los palos de la alta cama con dosel. Una Noel aprehensiva y un Tthor bastante reservado contaron, a medias , lo que les había sucedido. Tthor evitó hablar del robo del espejo al herrero, del vuelo del grifo y de los ciervos celestiales. Se limitó a contar cómo caminó sonámbulo hasta el monte Ri y cómo Noel lo ayudó a volver a la abadía. Esto había obligado a tomar una decisión bastante forzada: atarlo a su cama para que ya no saliera por las noches.

Las primeras noches concertaba el sueño solo antes del amanecer. Pasados los días, logró dormir más horas pero siempre entrecortadamente y con inquietud. Y casi todos los amaneceres, la luz del nuevo día lo encontraba a Tthor dormido en la alfombra a medio metro de la puerta, con la soga tirante, lastimándole el tobillo.

Un par de días después, al no soportar más las protestas de los ancianos de Warghost, el profesor Evans le quitó la soga a Tthor, y en lugar de eso optó por cerrarle la puerta bajo llave por la noche. En consecuencia Tthor deambulaba sonámbulo por su dormitorio y amanecía, casi siempre enfrente de las llamas moribundas de la gran chimenea. Pero a la cuarta noche, Tthor había amanecido en el rellano del tercer piso, frente a los cuadros de Orffelios, acurrucado sobre el suelo, sin recordar cómo había llegado allí o cómo había logrado abrir la puerta. Y ya entonces un Profesor Evans resignado no cerraba más la puerta con llave.

Los días no eran mejores que las noches, según le contaba Tthor a su prima en las cartas.

“El profesor Evans, según él para que me canse y así pueda dormir mejor de noche, ha diseñado un plan de entrenamiento para mí…”- le escribió Tthor a Wilgenyna.

En realidad, los planes de aquel profesor no llegaron nunca a concretarse porque después de una semana no logró ni la décima parte de lo que se había propuesto.

El primer día de entrenamiento, Tthor fue llevado al patio central, aprovechando que ese día no llovía. El cielo estaba límpido y corría una brisa suave pero no muy fría.

El profesor Evans le explicó las posiciones de las manos con la espada, desde la primera hasta la octava; pero cuando Tthor trató de retenerlas en la memoria, el profesor Evans le marcó la llamada supinación, es decir tomando el mango de la espada desde abajo.

Diez veces intentó Tthor las posiciones, bajo la mirada desesperada del profesor Evans. Y las diez veces las marcó mal.

- ¡Descanso!- masculló Evans mientras desaparecía por una puerta lateral, maldiciendo por lo bajo.

Tthor se quedó allí parado y avergonzado, mirando la piedra de Kabanor y deseando ser esa hormiga pequeña e insignificante que ahora caminaba por el borde de la fuente.

Sólo recordaba la primera y la segunda posición, así que se acomodó la careta, que lo hacía transpirar y le sacaba la mayor parte de visión que tenía y las practicó varias veces, recorriendo todo el patio. Luego probó con la supinación, o lo que él creía era la supinación, lo que en realidad era la tercera posición. Se alegró un poco frente a sus logros y se armó de valor al ver que el Profesor Evans caminaba hacia él. Pero se le borró la sonrisa de autosatisfacción cuando escuchó que todas las posiciones que había hecho estaban mal, pues había estado agarrando la espada con la mano equivocada.

Con el florete y con el sable tampoco tuvo suerte. Y agradeció en silencio que la llegada del crepúsculo pusiera punto final a los entrenamientos de ese día.

Mientras juntaban las cosas y se quitaban las caretas, Tthor se armó de valor y dijo:

- Pro…pro…profesor Evans, ma…mañana me sal…saldrá mejor. Lo prac…practicaré.

- Por más que practiques, es evidente que no tienes el don, como sí lo tenía tu padre y aunque te salga mejor mañana , siempre serás un mediocre.- dijo con voz baja y gutural.

- Es que no ve…veo cu…cuando hay luz.- dijo Tthor transpirando ahora por los nervios.

Tthor sintió que ,por alguna razón, aquel hombre no lo quería cerca y le enseñaba solo por obligación.

- ¿Qué has dicho? Es que cuesta entenderte cuando tartamudeas.

Tthor se sonrojó y repitió la frase, haciendo un esfuerzo vano por hablar más claro:

- Ve…veo me…mejor en la os…oscuridad.

- Entonces les diremos a tus enemigos que apaguen las luces cuando se enfrenten contigo por el trono.

- Yo no soy el he…heredero.- dijo el niño casi susurrando.

- Eso espero…por el bien de todos.- y se alejó mascullando por lo bajo y dejando a un Tthor rojo de vergüenza en el patio helado.

La segundo semana no le fue mejor a Tthor, ni con las jabalinas ni con el martillo ni mucho menos con las lanzas.

El profesor Evans, lo intentó todo, de día, de noche, con sol, con lluvia. La visión del muchacho parecía empeorar, a medida que los días se volvían más fríos y cerrados. No tenía equilibrio, ni puntería, ni la suficiente fuerza en sus brazos para hacer trabajos duros.

El salto con garrocha fue un completo desastre, considerado en Warghost un arte de guerra y no un mero deporte. Cayó tantas veces y se golpeó tanto que en las últimas caídas pensaba que ya no podría levantarse más. Cuando llegó la noche, luego de ese particular entrenamiento, Tthor sentí que no había una sola parte del cuerpo que no le doliera. Pero más que dolor, sentía rabia. Rabia porque no había logrado hacer nada bien, contrario al profesor Evans que parecía manejar cada arma y hacer cada ejercicio con sublime destreza.



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En el texto hay: adolescentes lgbt, magia castillos, despertar sexual gay

Editado: 19.07.2024

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