Tu inocencia

Prólogo

Una leve brisa se colaba por la rendija de una ventana entreabierta y recorría una lujosa casa de arriba abajo. Los suelos de madera de roble crujían con las atolondradas pisadas de todos aquellos que se encontraba en el interior. Los muebles de ébano perfectamente tallados se encontraban destrozados en los suelos. Todo ápice de lujo y elegancia que esa casa había rezumado, ahora mismo estaba opacado por el caos y la desesperación de los allí presentes.

Las televisiones estaban encendidas y puestas a todo volumen para escuchar la noticia del día. El sonido retumbaba por toda la casa, y eso hacía que los hombres llevasen el tiempo y no se confiasen en su labor. Sabían que el tiempo se agotaba, ya estaban fuerza de plazo.

Entre todos los presentes destacaba un hombre de mediana edad. Aunque su aspecto era cuidado y refinado, se podían apreciar ciertas pequeñas arrugas en su rostro y alguna que otra cana que sobresalía en su cabello de un color castaño rojizo.

El señor corría de manera angustiada por su interminable casa. Estaba desesperado, debía destruir todos los documentos antes de que fuese demasiado tarde. Nada ni nadie debía relacionarlo con ese delicado asunto.

La puerta sonó varias veces, y por ella entró un joven alto, de cabello castaño claro y ojos azules cristalinos. Su rostro serio evidenciaba su innegable preocupación por lo que estaba ocurriendo. Iba vestido con un oscuro traje que dejaba intuir su musculosa figura. Avanzó hasta donde se encontraba el primer hombre.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó con tono serio mientras observaba como el señor de ojos verdes como las esmeraldas seguía destruyendo los documentos.

—Sí, debo desaparecer un tiempo —Hizo una pausa—. Al menos hasta que todo este asunto pase, o sepa cómo afrontarlo sin salir perjudicado. 

—Está bien Gaspar, ¿en qué quieres que te ayude? 

Gaspar Avellaneda había sido la persona que lo había introducido en este negocio. Lo había protegido casi como si de su propio hijo se tratase. Siempre había velado por él y por sus intereses, y ahora era el momento de devolverle el favor.

—Nicholas, necesito que cuides de Guinevere —respondió el señor sin cesar en su labor de deshacerse de todo lo que le incriminaba.

El joven dio unos pasos hacia atrás. ¿Cuidar a la hija de Gaspar? Esa chica tendría unos dieciocho años, ya era mayorcita como para tener que cuidarla. Además, ¿por qué habría de ser él quien la cuidase? Seguramente habría muchos más dispuestos a ello que él.

—Señor, no creo que... —Comenzó a excusarse. 

—Ya he tomado mi decisión. Nicholas, quiero que mi hija se mude a tu casa para que ahora que no estoy yo aquí, tú la protejas —ordenó.

Desde que la mujer de Gaspar murió, Guinevere se había convertido en el mundo de aquel hombre, y no pensaba dejarla al cuidado de cualquiera. Sabía que con Nicholas estaría en buenas manos.

—Quiero que la cuides sin inmiscuirte en su vida —prosiguió en su petición.

Nicholas lo miró algo confundido. No tenía idea alguna de cómo hacer eso. 

—Tú eres más o menos de su edad, sabrás cómo hacerlo.

El joven suspiró. Podía ser cierto que apenas se llevasen unos años, pero Nicholas había tenido que madurar pronto. Nunca había tenido una adolescencia normal, por así decirlo, y desde luego, no se sentía preparado para tener que soportar las estupideces de una niñata, pero era lo que Gaspar quería, y por tanto el joven no tenía más opción que aceptarlo. 

—Una cosa más. Guinevere no está al tanto de nada acera de mis negocios, y quiero que así siga, ¿está claro? —avisó a modo de amenaza.

Nicholas asintió con la cabeza. A cada palabra que Gaspar iba añadiendo, su vida se iba complicando más y más.

Una bocina de un coche aparcado a escasos metros de la casa interrumpió la conversación.

—He de irme ya. Nicholas, prométeme que la cuidarás con tu vida.

—Lo prometo —respondió resignado.

Gaspar avanzó hasta ponerse frente a él, lo abrazó y besó sus mejillas.

—En ese caso ya puedes ir a por ella —Miró su reloj—. Si no me equivoco ahora mismo debe de estar en su fiesta de cumpleaños en la sala Takán —le explicó—. Dile lo mucho que lamento perderme su cumpleaños, y asegúrale que se lo compensaré en cuanto pueda volver.

Nicholas rodó los ojos, parecía que no le quedaba más remedio que cuidar de esa chiquilla. Lo único que esperaba es que no se inmiscuyese demasiado en su vida y que no la trastocase en exceso. A decir verdad, pensaba pedirle a sus dos hermanos menores que se hiciesen cargo del asunto y fuesen ellos quien la cuidase. Total, tampoco es que la chica fuese a necesitar excesivos cuidados. Si Gaspar le había pedido eso era porque sabía que estando él fuera del país la chica podría correr peligro y alguno de sus enemigos podría aprovechar la oportunidad para herirlo a través de ella.



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En el texto hay: mafia, carcel, romance

Editado: 17.03.2020

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