Ginny comenzaba a desesperarse, no tenía tiempo para explicarle todo de forma detallada a su mejor amiga. Además, sentía que por mucho que esta asintiese con la cabeza a cada palabra que pronunciaba, no estaba entendiendo nada.
—¿Está claro?—preguntó una vez hubo finalizado su discurso.
Barbie soltó un suspiro aburrida.
—Sí, tu padre encarceló a dos personas que quieres mucho—repitió con voz de autómata.
Ginny arqueó una ceja, parecía que su amiga sí que le había prestado atención, y, sobre todo, había entendido la situación, aunque no daba la impresión de que le afectase demasiado.
—De todas maneras no puedes enfadarte con él por eso—Hizo una pausa—. No puedes pedirle que se salte la Ley porque tú quieras a alguna persona—comentó negando con la cabeza.
Bábara no entendía la posición de su mejor amiga. Se suponía que estaba estudiando derecho, debía saber cómo funcionaba el sistema.
Ginny apretó los dientes tratando de controlarse. Como había supuesto Barbie no había entendido nada. ¿Actuar conforme a la Ley su padre? Por favor, eso era algo que él nunca había hecho...
—¡Mi padre no es juez!
—Pues abogado, fiscal o lo que sea—respondió aburrida.
—Tampoco, ¡es un capo de la mafia!—explotó Ginny.
Barbie miró seria a su amiga y se quedó en silencio. Lo que acaba de decir era realmente serio.
—Ginny, entiendo que estés enfadada con él, pero inventarte eso es pasarse.
La pelirroja negó con la cabeza.
—Me conoces, ¿de verdad crees que me inventaría algo así?
Se quedó en silencio unos segundos meditando esas palabras. Era cierto que Ginny no era de esa clase de personas. No se inventaba cosas así para dañar a los demás, y menos a su propia familia.
—¡Qué guay!—exclamó de pronto emocionada.
—¿Qué?—preguntó Ginny confusa.
—Oh, ¡venga ya! ¿Por qué no me lo has dicho antes?, ¿sabes de cuántas nos habríamos librado?
La pelirroja cogió aire, sin duda tendría que tomarse su tiempo para explicarle a su mejor amiga lo que significaba ser un capo de la mafia y todo lo que conllevaba.
—Barbie, tengo que irme y necesito que me cubras.
—Claro—Hizo una pausa—. Espera, ¿Nicholas también es mafioso?, ¿y sus hermanos?—preguntó mientras veía como su amiga se iba alejando.
La idea de pensar en esos tres dioses griegos como peligrosos chicos malos excitaba demasiado a Bárbara.
Ginny llegó hasta el hospital en un taxi y fue a toda prisa hasta el punto de información para enterarse dónde estaba su tío Tony.
En la puerta de la habitación del hospital dos policías uniformados y perfectamente posicionados le cortaron el paso. Ambos eran castaños, de ojos marrones y piel bronceada. Sus estaturas rondarían entre el metro ochenta y el metro noventa.
—Necesito entrar—dijo desesperada.
Su voz sonaba entrecortada y se notaba que en cualquier momento las lágrimas comenzarían a caer sin consuelo.
Los policías se miraron entre sí, pero siguieron sin permitirle el acceso.
—Por favor—insistió ella con una angustia en el estómago que apenas le dejaba pronunciar nada más.
—Lo lamento, pero solo la familia puede pasar—informó uno de los guardias.
Ginny no sabía qué responder, Tony era su familia, quizá no lo era de sangre, pero eso no tenía que importar. Él había sido su familia mucho más que otros que lo eran sobre el papel.
—¿Lucas está ahí dentro?—preguntó de pronto.
Uno de los policías asintió con la cabeza.
—¿Podéis decirle que salga?, por favor—insistió ella.
Esta vez sí que cedieron. Pudo deberse a la pesadez de tener que soportarla allí, o quizá a la desesperación de su rostro. Lo importante era que cedieron.
El joven no tardó mucho en salir de la habitación, y al hacerlo no pudo evitar lanzarse en los brazos de quien era su familia. Ginny correspondió su abrazo con fuerza.
—Por favor, nada de contacto—informó uno de los policías con tono serio.
Ginny y Lucas tomaron algo de distancia. La pelirroja lo miró preocupada. Sus ojos verdes ahora estaban rojos e hinchados de haber estado llorando. Una punzada atravesó el estómago de la joven, jamás lo había visto llorar.
—¿Qué ha ocurrido?—preguntó tratando de sonar serena.
Lucas comenzó a relatarle lo ocurrido, pero estaba en shock. Sus palabras eran inconexas y lo que le contaba no tenía ningún sentido.
—Lucas, respira hondo y cuéntame.
Fue a colocar su mano en el hombre de su amigo para reconfortarlo, pero la firme mirada del policía le alertó de que si lo hacía, se acabaría la gentileza y no podría seguir hablando con él.