Ginny seguía mirando atenta cada gesto de Nick. ¿Por qué con tan solo una sonrisa él era capaz de provocarle ese torbellino en su interior? Respiró hondo. Bastante cosas le estaba ocultando ya al joven como para también traicionar su confianza yendo a ver a Tony y Lucas cuando acababa de prometerle que no lo haría. Además, gracias a su pacto sabía que ellos dos estarían protegidos.
—Ginny, ¿me estás escuchando?—insistió la voz del teléfono—. Tony ha preguntado por ti al despertar de la anestesia.
No hizo falta nada más para que la pelirroja olvidase por completo todo en lo que había estado pensando. Tony había preguntado por ella, su tío la necesitaba y ella no le podía fallar, no de nuevo...
—Sí, ahí estaré—respondió firme—. Solo una cosa—Hizo una pausa—. Habrá que ser más precavidos a partir de ahora, nadie debe saber que estoy allí.
Silencio.
—Ginny, ¿en qué lío me estás metiendo esta vez?
—No es nada, tan solo asegúrate de que nadie se entere de que los estoy visitando.
—¿Y cómo hago eso?—preguntó la señora con voz alarmada.
—¡Sé que encontrarás una forma! Tengo que dejarte, llámame cuando lo averigües—dijo Ginny antes de colgar y avanzó hasta Nick.
—Se te ve contenta—comentó contagiándose de la sonrisa de la joven.
—¡Lo estoy!—exclamó sin dejar de sonreír.
Ginny se sentía tan feliz de saber que todo había ido bien y que Tony estaría a salvo a partir de ese momento. Quería compartir su alegría con Nick, decirle que su tío estaba a salvo, pero no podía, y eso era algo que siempre tendría que ocultarle...
—¿Y eso?—preguntó él curioso.
El móvil del chico comenzó a vibrar y Ginny le indicó que lo cogiese, pero este se negó y lo colgó.
—Dime—insistió Nick feliz de verla así.
—Em, era del hospital—Hizo una pausa—. Isaac está bien y se va a ir a casa—mintió tratando de sonar convincente.
Nicholas forzó una amable sonrisa.
—Me alegro—dijo tratando de mantener la sonrisa, pero el joven pelirrojo no era santo de su devoción.
El móvil de Nick volvió a vibrar.
—Cógelo—indicó Ginny, pero este volvió a negarse y colgó de nuevo.
—Luego me encargo—señaló él abrazándola por detrás.
Ginny se giró para besarlo, pero el móvil volvió a interrumpirlos.
—¡Cógelo que me voy a poner cardíaca!—explotó la joven.
Nicholas se alejó un poco y atendió la llamada. Por las caras que iba poniendo no parecía estar demasiado contento. Ginny fue estudiando cada uno de sus gestos. El joven trataba de controlarse, pero no podía evitar que su rostro evidenciase que lo que le estaban contando lo estaba contrariando.
Colgó el móvil con excesivo mal humor y se acercó a la chica.
—Lo siento, pero he de encargarme de algo—se disculpó—. Te juro que te lo compenso otro día.
Ginny agarró la barbilla del chico con delicadeza y besó sus labios.
—No te preocupes, me compras una casa en los Hamptons y todo arreglado —indicó la pelirroja con una coqueta sonrisa, pero, al ver que Nick la abrazaba y caminaba junto a ella hacia casa, frenó en seco.
—Nick, ¿sabes que era un broma, no?—preguntó arqueando una ceja.
El chico asintió con la cabeza mientras seguía avanzando, aunque, en realidad, sí que se la hubiese comprado si eso la hacía feliz.
—Entendido, casa no; la tacharé de mi lista de posibles regalos—bromeó él.
Ginny lo miró embelesada. Le encantaba cuando el chico se relajaba, sonreía y hasta era capaz de bromear. En esos momentos olvidaba por completo quién era él y a qué se dedicaba...
Nada más entrar a casa Nicholas comenzó a subir las escaleras a toda prisa, pero enseguida retrocedió y bajó hasta colocarse frente a la pelirroja.
—Lo siento, tengo que..
—Ve a trabajar—respondió ella interrumpiéndolo entre risas.
Él la beso. Nick sabía que todo esto que estaban viviendo era irreal y que en algún momento la burbuja explotaría, pero en ese instante no quería pensar en ello. Por primera vez en su vida, quería disfrutar de algo normal, de algo que lo hacía sentirse humano.
El joven subió las escaleras saltando de dos en dos, en verdad parecía apurado, y Ginny se fue a la cocina a por un vaso de agua y a ver qué había en la nevera para cenar. Entre una cosa y otra no había comido nada durante el día y se moría de hambre.
Se llevó las manos a la tripa al notar como crujía su estómago y entró a la cocina donde se encontraba Damián sentado en la mesa junto a un joven de unos 24 años. Lo miró con detenimiento. Tenía la cara alargada, los ojos marrones y el pelo oscuro y ondulado. Su tez era del color del caramelo y tenía una pequeña y curiosa peca en el lado izquierdo del cuello. Su boca, con labios finos, estaba rodeada por una barba de dos o tres días. Su estatura era media y el cuerpo, que se escondía bajo esos vaqueros apretados y la camiseta básica de manga corta negra, daba la impresión de estar bastante musculado.